Esteban Ventura (en traje blanco) y sus esbirros fueron responsables de la eliminación física de muchos revolucionarios y de enviar a otros tantos a prisión. Foto de Archivo. Las altas laderas situadas en la intersección de las capitalinas avenidas de Carlos III y Boyeros, sostienen una de las fortificaciones más antiguas de La Habana: el Castillo del Príncipe.
Entre los siglos XIX y la primera mitad del XX, la fortaleza albergó a presos comunes y políticos. En El Príncipe guardaron prisión Rafael María Mendive, Julio Antonio Mella, Eduardo Chibás, Raúl Roa y muchos otros revolucionarios.
Por su céntrica ubicación, el penal se convirtió, durante la tiranía de Fulgencio Batista, en sitio propicio para la concentración de detenidos.
En la década del 50, en aquel centro penitenciario tuvieron lugar varias fugas. La del 22 de octubre de 1957 la recuerdo como si fuese ahora.
Escapamos 11 compañeros. Casi todos perdieron la vida posteriormente a lo largo de la lucha para alcanzar el triunfo.
Esta es la historia.
Me abrieron los esbirrosEl 1ro. de octubre de 1957, salí a hacer un contacto con Faustino Pérez, miembro de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio. Debíamos reunirnos en la casa 363 de la calle Juan Bruno Zayas, en Santos Suárez. Esta dirección había sido delatada; por lo que cuando toqué a la puerta me abrieron los esbirros de Esteban Ventura. Comenzaron a golpearme. Me ofrecieron una «recepción» como las que ellos acostumbraban a dar.
Ya habían capturado a otros compañeros, entre ellos Marcelo Fernández Font, Héctor Rodríguez Llompart, Ramón Sánchez Parodi y Pedro Aguilera (Aguilerita, el dentista). Este último, asaltante al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, fue uno de los compañeros de la dirección del Movimiento que me había invitado a incorporarme a quienes se preparaban en México en 1956.
Algunos de ellos sabían perfectamente quién era yo y mis actividades dentro del Movimiento, pero tuvieron una actitud digna y valiente, como corresponde a los revolucionarios: se negaron a delatarme.
En la 5ta. Estación de Policía aquellas bestias nos volvieron a golpear e intentaron vejarnos. Fue una situación verdaderamente terrible, pero la enfrentamos convencidos de las ideas justas por las que luchábamos.
Después de varios días en la 5ta. Estación nos presentaron a la prensa y nos trasladaron al Castillo del Príncipe.
Estuve allí pocos días, pero recuerdo que se respiraba un ambiente de lucha, de resistencia y de fe en la victoria. En aquellas condiciones, todos los días se hacía algo por el triunfo.
Vienen a mi memoria valiosos compañeros como Enriquito Hart, Víctor Sorí, Rogelio Perea, Héctor Ravelo, Sergio González (El Curita), entre otros, que desde la prisión hacían sentir la Revolución.
Salimos por una puerta custodiadaFue en la tarde del 22 de octubre, cuando leía una biografía de Abraham Lincoln, que llegó a la galera El Curita y me apremió: «Ponte la camisa y sal conmigo a la hora de la visita».
En el momento convenido fuimos hasta el pasillo común de la galera vestidos de civil. Caminamos rápido hacia un salón donde los reclusos esperaban por sus familiares, quienes eran situados en una sala contigua separada de la primera por un muro de 150 centímetros de altura, un pequeño espacio por el que podían comunicarse y, más arriba, una cerca de malla. Todo estaba concebido para evitar que los prisioneros se fugaran.
Allí nos dispersamos entre la multitud de detenidos, mientras por uno de los espacios del muro se introdujo el primero de los presos, después el otro y así el resto. Ya dentro de los visitantes, salimos por una puerta custodiada por guardias armados, quienes nos confundieron con los familiares que se retiraban.
Una vez en la calle, bordeamos el Castillo por la Avenida de los Presidentes hasta llegar al Monumento al general José Miguel Gómez. Con el poco dinero con que contábamos, tomamos un auto de alquiler. El Curita me sorprendió cuando le dijo al chofer que nos llevara nada menos que para el Buró de Investigaciones Policiales. Afortunadamente, unas cuadras antes de llegar al Buró, le indicó al chofer que nos dejara para comprar cigarros. Nos dirigimos a la ferretería de Caunedo que se encontraba cerca. Allí decidimos separarnos hasta el día siguiente.
Me fui entonces para la calle 17, en el Vedado, donde se encontraba la consulta particular del doctor Pedro Echevarría, hombre de confianza que anteriormente había colaborado con el Movimiento. Le conté lo sucedido y me ofreció ayuda y dinero.
Inmediatamente me trasladé a una oficina en la Manzana de Gómez donde trabajaba la hermana de Carlos Interián Enrique, integrante del Movimiento. Ella se sorprendió al verme. Le pedí que me consiguiera alguna vestimenta y un lugar para cambiarme. Se fue a una tienda y me compró ropa. Después le solicité que localizara a una persona que me había ayudado mucho durante mi etapa clandestina, Ondina Mattews Orihuela, y le informara que «el Guajiro» la esperaría en la Virgen del Camino.
Ondina y yo nos encontramos en el sitio acordado, me compró un pasaje con destino a Camagüey, y al caer la tarde tomamos juntos el ómnibus para no levantar sospechas. Ella se quedó en San José de las Lajas mientras yo continué hasta Placetas.
Llegué en la noche, bajé del ómnibus a la entrada del poblado y por las calles periféricas alcancé la casa de mi hermano. Allí estuve varias horas hasta continuar viaje en camión a Sancti Spíritus donde hice contacto con los compañeros del Movimiento y continué la lucha.
Así protagonizamos aquella fuga singular, ante la mirada de nuestros propios captores.
*Expedicionario del yate Granma y protagonista de la fuga del Castillo del Príncipe, el 22 de octubre de 1957.