Algunos se han acostumbrado a comer de pie, o mientras caminan por la calle. Si hay un cesto de basura cerca, los restos van a parar allí, sino... allá va eso. Fotos: Albert Perera Castro
«No entiendo. ¿Qué tiene de malo que yo me siente en la escalinata del Capitolio a tomarme esta latica de cerveza? Si la venden ahí enfrente, y no hay dónde sentarse». Así comentaba Jorge, molesto por la prohibición de un custodio del lugar, mientras su novia María Isabel buscaba un banco donde descansar y tomarse su refresco.
En el céntrico Paseo de Martí —o el Prado, como se le sigue llamando— no hay donde sentarse a merendar. De aquellos tiempos en que sus aceras eran famosas por sus cafeterías con sombrillas que resguardaban del sol —los más viejos evocarán el nombre: Aires Libres de Prado— solo queda el recuerdo.
Justo es reconocer que varios mostradores ofrecen refrescos y bocaditos de diferentes precios en moneda nacional, pero son solo eso, mostradores ante los cuales cada comensal debe comer de pie o llevarse el pan para el camino.
Es una realidad que se multiplica por muchas calles del país, donde sillas y mesas están ausentes.
Aquella vieja sentencia de nuestros abuelos de que «comer en la calle es de mala educación», ha caído en el olvido. El cubano de hoy se ha acostumbrado a andar por la vía pública comiendo. Embarrándose las manos, sin un vaso de agua para «bajar» lo que se come; si hay algún cesto de basura cerca, los restos van a parar allí. Si no... allá va eso.
Aunque no existe la precariedad de los años más duros del período especial, comportamientos que no eran usuales años atrás se han generalizado y se ven por muchos como algo normal.
A esconderse que viene la basuraLos habitantes de la capital generan diariamente alrededor de 20 000 metros cúbicos de desechos y el déficit de contenedores en la ciudad es de alrededor de 4 000 unidades.
Según reveló a JR Juan Raúl Peña, director provincial de Servicios Comunales de Ciudad de La Habana, a pesar de lo que muchos opinan, la basura se recoge todos los días del año.
—¿Se rompen con mucha frecuencia los contenedores?
—Anualmente se destruye entre un diez y un 15 por ciento del total. El calor, la manipulación de nuestros trabajadores, que a veces no es buena, y algunas personas que les quitan las ruedas, los queman y les arrancan las tapas, provocan esos daños. No es fácil reponerlos; un contenedor cuesta alrededor de 150 dólares.
Según explicó Juan Raúl Peña, los contenedores no están diseñados para echar objetos voluminosos. Solo deben ir a parar allí los desechos normales que se generan en una vivienda: papeles, alimentos, ropa; nunca escombros, ni metales o piezas de baño, pues pueden provocar la rotura del contenedor y el camión que compacta toda esa masa.
«Para garantizar la recogida de escombros y que no sean depositados en la calle, en estos momentos estamos dando el servicio de las cajas ampiroles a domicilio a todas las personas que lo solicitan, de manera gratuita.
«Es una especie de cama de camión que nuestra empresa lleva a la cuadra y luego de varios días la recogemos. Con este sistema evitamos la rotura de calles y aceras que causan a veces los camiones especializados en la recogida de escombros.
«Esto fue necesario implementarlo porque se han incrementado las reparaciones, y lo que queremos es que los escombros se recojan de manera ordenada».
—¿Pueden echarse otros desechos en la caja ampirol?
—No está diseñada para eso. La basura debe ir al contenedor, que se limpia diariamente, y el escombro, que no se descompone, a la caja ampirol, que se recoge en dos o tres días.
—Pero ante tanta insuficiencia de contenedores, parte de la población echa basura allí...
Ante la falta de suficientes contenedores en la capital, algunas personas utilizan las cajas ampiroles -diseñadas para escombros- para echar también los desechos domésticos. —Claro, como hay un déficit, donde usted coloca una caja ampirol, la gente aprovecha y deposita lo mismo basura que escombros.
Para el director de Servicios Comunales de la capital, «con la llegada del período especial, no había contenedores, y las personas echaban los desechos en la calle, y se acostumbraron. La población se habituó a la indisciplina tanto por el déficit, como por la falta de exigencia y control nuestro; pero si se pone orden, el pueblo responde.
«Si la ciudadanía conoce lo que debe hacer, estoy seguro que de cien personas, 90 harán lo que corresponde. A todo el mundo la gusta la limpieza, dentro de la casa y afuera».
El hábito sí hace al monjeLuisa va esta noche al teatro. Había elegido para la ocasión un vestido nuevo, azul, y sus zapatos de tacón, lo cual completó con una pequeña cartera. Pero qué sorpresa recibió cuando su novio la vino a buscar. Tenía un pantalón a media pierna, unas sandalias sin medias y un «desmangado». Ella se sintió ridícula con tanto atavío, y él le comentó que estaba un poco exagerada.
La solución fue rápida. Un pitusa, un pulóver bien ajustado y las chancleticas de ir a la universidad. Así no desentonaría con su novio.
Escudados en el calor, los precios o la falta de variedad en las tiendas, hay quienes asumen que la ropa no tiene «ni hora ni lugar». Aunque, por suerte, algunos siguen apostando por que se mantengan las buenas costumbres que siempre caracterizaron al cubano.
Con más de 160 años de creado, el Gran Teatro de La Habana, conocido por muchos como García Lorca —en realidad ese es el nombre de su sala principal— ha tenido que acudir a un cartelito que prohíbe entrar vistiendo short y camiseta.
No es bochornoso para sus trabajadores, que con esta medida tratan de preservar la distinción que siempre ha caracterizado al lugar. Lo que sí resulta inconcebible es que haya personas que no sepan cómo vestir para la presentación de un ballet.
«Este fenómeno de venir “como quiera” ha aumentado en los últimos tiempos, sobre todo en los jóvenes», dijo a estas reporteras Alberto Acosta, jefe de relaciones públicas del teatro.
«Hace dos años nos vimos obligados a poner el cartel que prohíbe expresamente entrar en short y camiseta sin mangas. No se trata solo de preservar la imagen del teatro, sino su higiene, para que nos dure más. Aquí hay una sala cuyas butacas son de terciopelo; se imaginan una persona que llega sudada de la calle, en camiseta, sentarse ahí».
—¿Cómo ha tomado el público esta medida?
—A las personas no les gusta mucho, pero la han aceptado. Pusimos dos letreros, uno en la puerta y el otro en la taquilla. Así, al comprar la entrada, ya saben cómo deben venir.
—¿Por qué usted cree que esta actitud se ha incrementado en los últimos años?
—El respeto a las normas sociales se ha perdido. Parece increíble, pero hemos tenido casos, un sábado por la noche, con una función de ópera, y han venido personas en camiseta.
«Existen escuelas de danza muy buenas, y cuando esos niños van a actuar aquí, son sus padres los que no vienen adecuadamente vestidos.
«Pienso que no hay una orientación a la población en ese aspecto. Alguna gente lo que hace es imitar a los artistas, que a veces se ponen la misma ropa para ir a Super 12, que es el domingo al mediodía, que para un programa nocturno el fin de semana. Pero el público, en su desconocimiento, cree que eso es lo correcto».
—Vimos que el cartel está en español y en inglés...
—Este fenómeno se da más con los extranjeros que con los propios cubanos. Y la ley es pareja para todo el mundo.
Vestir bien cuesta caro«Creo que el cubano es un pueblo que gusta de vestirse bien, y que hace un esfuerzo grandísimo por estar lo más arreglado posible, lo mismo hombres que mujeres. Cuando no están bien, a veces no es culpa de ellos, sino de otras personas, de los encargados de ir a comprar por cantidades y que no saben lo que adquieren, o de alguien que orienta, y no lo hace bien».
Así opina José Luis Ranquín, especialista en imagen, diseñador de vestuario y miembro de la UNEAC, quien considera que por el nivel de instrucción que posee nuestro pueblo, y por el gusto estético de la mujer cubana, estamos listos para elegir adecuadamente la ropa.
—Sin embargo, a pesar del alto nivel cultural se ven personas mal vestidas para determinadas ocasiones.
—Se ha perdido un poco el sentido a la hora de escoger el vestuario, sobre todo en las parejas jóvenes. Ves a la muchacha con sus zapatos de tacón y una saya muy bonita, muy bien vestida, y al novio al lado con una «shorpeta», un par de tenis y una camiseta. La imagen del varón es la más pobre. No se está cuidando.
«Creo que esto viene desde el hogar. La madre es la que le tiene que decir: si vas a salir con tu novia al teatro, esa no es la ropa adecuada. Tienes que ponerte tu pantalón de vestir —que es el clásico de pliegues— con unos zapatos cerrados y una camisa —porque el pulóver de cuello no es una prenda para ir al teatro.
«Si vas a cualquier casa, la más humilde, y preguntas, me van a dar la razón. Pienso que es un poco de descuido, no tanto de desconocimiento. Porque si acudes a un lugar importante, y no vas vestido de la manera adecuada, es una forma de no darle valor a esa actividad.
«También está la manera de vestir a las niñas y los niños como si fueran mujeres y hombres».
Ranquín hizo énfasis en la televisión como formadora de gusto estético, a la cual, dijo, le falta un trabajo serio de imagen. «Nuestros directores tienen muchos conocimientos, pero a veces no le dan la suficiente prioridad a la ropa que llevan los artistas para salir en pantalla».
Otro problema que incide en el ropero del cubano, según el experimentado diseñador, es la falta de personal especializado en la confección de ropa a la medida. La tradicional modista de barrio es una figura ya casi desaparecida.
—¿Y qué pasa con los atelieres?
—Existen, aunque no con un personal de primer orden. Allí puedes arreglar tu ropa, o mandar a hacerte una. Pero tampoco cuentan con diseñadores, tienes que idear tú mismo el modelo. Eso también hay que rescatarlo.
«Rescatar», no solo en el ámbito de la vestimenta, es el verbo pertinente. Para impedir que el irrespeto se adueñe de hogares, instituciones y calles, no hay que buscar fórmulas en Marte. Si nuestros antepasados sabían cómo comportarse, y aun los iletrados eran diestros en urbanidad, significa que las buenas formas y costumbres están ahí, a la mano. Solo hay que tener voluntad para volver a empuñarlas.
La edad de la chancleta (II)
La edad de la chancleta (I)
(Agradecemos a Sara Cotarelo, del equipo de investigaciones de JR, su apoyo en la realización de esta serie).