El Almendares, primado entre los primeros. Foto: Roberto Morejón Entre los ríos Guanabo y Bacuranao (incluidos los lapsos impuestos por el Itabo y el Tarará), La Habana nace dulce y anunciadora. Entre el Bacuranao y el Cojímar, Alamar bosteza su monotonía de escaleras y tanquecitos de agua; imperturbable y pastoso pese a la policromía que le rodea. Arriba, el verde-amarillo de las colinas de Villarreal. Abajo, la alfombra azul marino que le extiende a sus espaldas el Atlántico.
Entre el Cojímar y el Luyanó (o viceversa), La Habana alienta el verano y su escape hacia las playas. Va al compás de la bullanga vacacional, promiscua, de los jóvenes; quienes, dejada atrás la Virgen del Camino, poco reparan en el casi inamovible y siempre opaco Martín Pérez. Entre el Luyanó y el Almendares, está lo más profundo y popular del habanero.
Entre el Almendares y el Quibú, vagan los fantasmas de la vieja aristocracia fenecida, late aún con fuerza el brío de los guajiros barbudos (primero) y adolescentes virginales (después) que descendieron de las sierras. Entre el Quibú y el Jaimanitas, La Habana se despide con un adiós pasmoso. Enmudece como eco en la tranquilidad extensa de la llanura.
La Habana creció entre ríos. Mas les dio la espalda desde su propia génesis. Como otro estigma de la insularidad, debió mirar hacia el mar.
HOMO HABANERUS
Obras ingenieriles como las plantas naturales de tratamiento de aguas residuales se han convertido en imágenes imprescindibles del quehacer del GPMH, y son parte intrínseca de la personalidad de la institución, líder en la rehabilitación del Río Maestro. Los ríos no han sido elementos culturales primarios en la mayoría de las grandes ciudades de Cuba. El pecado original se ha repetido siglo tras siglo. Pero la rehabilitación de estos, empezando por el emblemático Almendares —asiento segundo del entonces casi nómada San Cristóbal de La Habana— podría conducir a un cambio drástico en la percepción de la ciudad por parte del homo habanerus.
Solo que aún resulta poco visible el impacto que tendría la recuperación de estos y sus ecosistemas adyacentes en la psicología social, el civismo, la cultura, la recreación y la conducta ambiental de los cubanos. Es una «visual» que todavía se mantiene en las fronteras de las políticas gubernamentales, la acción de entidades insertas en su rehabilitación y la paulatina toma de conciencia en algunas comunidades aledañas.
Si una tras otra se sumaran imaginariamente, en línea sinuosa, las principales corrientes y afluentes de la capital le recorrerían por unos 250 kilómetros. Y como principal curso fluvial, como primado entre los primeros, por lo que representa La Habana para la nación, lo que se haga en el Almendares podría marcar lo que pueda lograrse —y más aún, cómo conseguirlo— en el resto de estos imprescindibles sujetos de la vida citadina.
La Habana vive entre ríos, mas son como venas estériles. Pero poco a poco, a veces de forma imperceptible, el país trabaja por devolverles su vigor; porque los torrentes fluyan como lo que deben ser: fuentes de vida, no de putrefacción.
LA LLAVE DEL ALMENDARES
En el Almendares quizá esté la clave de los esfuerzos que desde hace años se ejecutan —aunque zaheridos por la estrechez económica— para rehabilitar los ríos de la capital. Es una política que allí lidera el Gran Parque Metropolitano de La Habana (GPMH), una iniciativa de Fidel cuando los temas ambientales no estaban aún en la agenda de la mayoría de los gobiernos del planeta y la Cumbre de Río asomaba seis años después.
Así, avanza la concreción del GPMH como principal pulmón verde de la capital (complementado por otros nodos ambientales: el Parque Lenin, el Jardín Botánico, el Zoológico Nacional y el cinturón verde de la ciudad). Cada año ha ido ganando respeto y credibilidad.
Hablamos de un proyecto urbanístico, social y ecológico de 700 hectáreas, inserto en el mismo centro de la ciudad y con el río como columna vertebral. Pero más que eso, el GPMH, rector institucional en los últimos 9,5 kilómetros del Almendares, debe asumirse como el líder natural de estos predios.
Su alta vulnerabilidad —positiva o negativa— hacia lo que ocurra río arriba, y su capacidad institucional y experta para influir sobre estos ecosistemas, le otorgan una posición privilegiada para encabezar de forma directa o transversal los esfuerzos de recuperación y desarrollo a lo largo de una corriente cuyo nacimiento se remonta a las alturas de Tapaste.
El GPMH tiene la llave del Almendares. Resulta, entre otras acciones, en un quehacer que va desde la reforestación y el saneamiento ambiental, hasta inversiones para consolidar la infraestructura urbana y social del territorio, la promoción sociocultural en pro de una recreación sana y, tan o más importante que lo anterior, o como su producto: la educación ambiental de la gente que vive en sus cercanías y la paulatina sensibilización de otro número importante de citadinos.
RÍO MAESTRO
El Bosque de La Habana es un patrimonio único de la capital. Foto: Calixto N. Llanes Devolverle el lucimiento al río maestro y sus arroyos, a las tierras colindantes y a las comunidades aledañas, pasa por un sinnúmero de desafíos, desde la contaminación de las aguas y el suelo hasta la deforestación y los vertimientos sociales e industriales, incluyendo la protección y fomento de la fauna y la flora local...
Es un vasto y complejo catálogo de problemas que se ha dilucidado (un paso trascendental, pionero) y muchos —algunos de forma inicial— han logrado mitigarse.
En los últimos diez años, por ejemplo, la actividad forestal del GPMH ha enriquecido la biodiversidad de sus ecosistemas, se cubrió buena parte de la faja hidroreguladora del cauce principal y sus afluentes, y el extensionismo forestal y agroecológico parece asumido en la vecindad.
Según informes de expertos, en los últimos años también creció la avifauna local, y el número de peces en el río aumenta. En el orden social, el avance del GPMH hacia una singular unidad urbano-ambiental ha facilitado nuevas ofertas de trabajo para los lugareños, en especial para mujeres y jóvenes.
Y en los órdenes ingenieril e inversionista ha desarrollado singulares iniciativas; pequeñas, pero muy cercanas por su ingeniosidad, belleza y manipulación, como los sistemas naturales de tratamiento de aguas residuales, construidos en Pogolotti y Palatino.
Son respuestas parciales, de impacto ambiental reducido, pero con una gigantesca repercusión en el subconsciente social, al demostrar que hay soluciones viables, que el «común» es parte directa de su creación, desarrollo y sostenimiento, y que junto a la gente está una institución sensible, entusiasta y experta, con la que se puede marchar de la mano.
HITO SOCIOAMBIENTAL
Frente al deterioro histórico de sus valores nativos y las barreras estructurales para su rehabilitación y desarrollo, ambientalistas y urbanistas, científicos y cientistas, ingenieros y catedráticos, cultos y profanos, han defendido la conveniencia de jerarquizar áreas del río Almendares y su entorno: elevarlas a niveles patrimoniales.
A todas luces miran hacia los exitosos modelos de gestión aplicados en el Centro Histórico de La Habana. Sin embargo, las iniciativas para la recuperación y desarrollo del río y sus ecosistemas adyacentes están «a caballo» entre el sistema de gestión de una ciudad patrimonial y los sistemas de manejo de áreas naturales con alta significación ambiental.
El Parque Metropolitano es la zona natural más importante de la capital, y ha ido surgiendo en medio de una espesa jungla urbana de fábricas, almacenes, basurales, solares yermos, fincas degradadas, asentamientos urbanizados y marginales, conductas irracionales, ignorancia ambiental...
Veinte años después, parte importante de las áreas bajo su jurisdicción son verdaderos remansos urbano-naturales, como el Bosque de La Habana y su mítica Isla Josefina, el Parque Forestal, el Bosque de las Ceibas y el Sagrado de Pogolotti, el Parque Almendares y los Jardines de la Tropical.
Sin embargo, el verdadero hito socioambiental no está a la vista. Se encuentra entre los más reducidos espacios de la naturaleza: la mente y el alma humana, el más pequeño y el más enorme escenario para devastar o para construir.
Aunque valor intangible, la paulatina conciencia ambiental que se ha ido estableciendo entre las poblaciones que circundan el Almendares y el GPMH —usufructuarias directas de una riqueza invaluable— puede considerarse como el principal valor agregado de la labor de sus trabajadores, científicos y ejecutivos.
Es un esfuerzo único, plural, participativo, que comenzó con el primer árbol plantado. Estamos en presencia de un proyecto que a la larga pudiera convertirse en un magnífico modelo socioambiental para ciudades del Tercer Mundo.