Con el lema: El Deshilo: ¿un tema candente?, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) pretende este año llamar la atención sobre los efectos que el cambio climático tiene en los ecosistemas y comunidades polares. El ex vicepresidente de los Estados Unidos, Albert Gore, se ha labrado una respetable imagen pública como divulgador del cambio climático que viene resultando del calentamiento terrestre, inducido por la actividad humana contemporánea.
En sus intervenciones especiales en numerosos países... y en sus materiales especialmente preparados para la televisión, se exponen las más relevantes (y espectaculares) implicaciones del proceso climático en curso... ¿Pudiera quedar, acaso, algo más por decir? Creo que la respuesta es que sí...
Hace más de un siglo, el eminente científico sueco Svante Arrhenius previno acerca de que, en su opinión, la combustión del petróleo y del carbón podía provocar una concentración en la atmósfera de dióxido de carbono (CO²), que a su vez podría conducir eventualmente a un calentamiento del planeta.
La respuesta llegó al fin en 1988, bajo el auspicio de la Organización Meteorológica Mundial y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, con la organización del llamado Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), selecto elenco de expertos de diversos países, cuyos informes periódicos han ido cobrando cada vez mayor atención y gozan de pleno crédito entre la comunidad científica internacional.
El autor de estas líneas tuvo el privilegio de actuar como uno de los delegados cubanos a la Conferencia Internacional que el gobierno de Holanda acogió, en 1989, para respaldar la creación de este dispositivo y concitar el necesario respaldo internacional a sus análisis y evaluaciones.
Poco más tarde, en 1991, el Panel presentó un primer informe evaluativo de la situación, en el que se reflejaban las opiniones de 400 científicos. En el mismo se afirmaba que el calentamiento atmosférico era real y se pedía a la comunidad internacional que hiciera algo para evitarlo. Desde entonces este Panel examina las investigaciones realizadas en todo el mundo, publica informes periódicos de evaluación y compila informes especiales y documentos técnicos.
Esta Convención constituyó, por cierto, la primera reacción al tema por parte de la comunidad internacional y, a diferencia de lo que ocurre frecuentemente con instrumentos semejantes, su negociación fue relativamente rápida y estuvo lista para ser firmada por los países durante la Conferencia de las Naciones Unidas de 1992 sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo —conocida entre nosotros como Cumbre de la Tierra— en Río de Janeiro. En 1997, se negoció incorporar una adición al tratado, conocida con el nombre de Protocolo de Kyoto, que cuenta con medidas más enérgicas (y jurídicamente vinculantes).
Podría pensarse, un tanto idílicamente, que la cordura humana, guiada en este caso por la evidencia científica, conduciría rápidamente a medidas colectivas eficaces para conjurar el peligro que se cierne sobre todos los países por igual... Nada más lejos, infortunadamente, de la realidad.
La resistencia de varios países altamente industrializados a propiciar y aceptar estos acuerdos internacionales ha constituido y constituye un serio obstáculo para la adopción efectiva del tipo de medidas que recomiendan...
Lo anterior ha sido particularmente notorio en el caso de Estados Unidos, país que es, por amplísimo margen, el principal emisor de gases de efecto invernadero (y no solo de CO²).
Se ha denunciado que en ese país se llegó al colmo de tratar de desacreditar, cuestionar y hasta desmentir los testimonios aportados por la comunidad científica internacional.
A todas luces parece inevitable que el cambio climático produzca efectos importantes, por lo que se impone que los países y comunidades adopten medidas prácticas para protegerse de los daños y perturbaciones probables.
No obstante, las mayores dificultades parecen residir, al decir de muchos expertos, en cuestiones de carácter psicológico y político. Me atrevería a precisar que unas y otras están en dependencia del sistema de relaciones políticas y económicas prevaleciente en la sociedad.
La prevención requiere medidas que a algunos les parecen en contradicción con la naturaleza humana y los instintos de los políticos. Se menciona, por ejemplo, que deberían construirse muros de contención frente a las inundaciones y, en muchos casos, convendría desplazar los asentamientos humanos situados en llanuras de inundación y otras zonas bajas. La reciente y dolorosa experiencia del abandono de miles de personas en peligro ante un evento de la brutal fuerza del huracán Katrina en Nueva Orleans me exime de agregar comentario alguno con respecto a la contradicción en tales casos entre intereses políticos, económicos y sociales.
A pesar de su necesidad apremiante, son todavía muy pocas las precauciones prácticas adoptadas contra el cambio climático. Un camino de aproximación que merecería consideración prioritaria sería considerar la vulnerabilidad humana, más allá que conjeturar la dimensión material misma del peligro avizorado.
Semejante enfoque demanda una estructura social favorable a la práctica de la solidaridad y seguramente es por ello que puedo apuntar la seria consideración que se presta en Cuba a esta importante cuestión, con la participación de un número creciente de componentes de la comunidad científica nacional y de las estructuras estatales pertinentes. No hay lugar a discusión en cuanto a que una manera de combatir de raíz el problema, como ilustran con maestría los materiales de Gore, es el consumo más eficiente del petróleo y del carbón, la adopción de formas renovables de energía, como la energía solar y eólica, y la introducción de nuevas tecnologías para la industria y el transporte.
Sin embargo, esas y otras medidas que haría falta adoptar tropiezan con la falta de racionalidad de las llamadas sociedades de mercado.
La cultura del automóvil, emblemática del modo de vida estadounidense, ha constituido y constituye un estilo que contribuye de manera significativa al calentamiento atmosférico. En la actualidad hay en Estados Unidos 200 millones de automóviles para una población total de 300 millones.
Apuntando eficazmente en otra dirección, en algunos países se han establecido normas sobre la eficiencia energética de los electrodomésticos. Un programa iniciado por Japón en 1998 se encamina a reducir en un 59 por ciento el consumo de energía de los aparatos de video, un 30 por ciento el de los refrigeradores y un 83 por ciento el de las computadoras.
Los cubanos participamos desde el pasado 2006 en una Revolución Energética que implica, entre otras cosas, la sustitución masiva de efectos electrodomésticos y bombillos obsolescentes por otros de la máxima eficiencia energética, con significativo ahorro en el consumo energético. A ello podría agregarse el impulso al aprovechamiento de fuentes renovables de energía y otras medidas de ese corte.
En realidad, la cuestión crucial reside en una dirección claramente enunciada en los documentos científicos pertinentes, el «cambio de los estilos de vida y de las normas sociales».
Se hace indispensable remitirse al breve pero contundente mensaje del presidente Fidel Castro ante la misma Conferencia Cumbre de Río de Janeiro, en 1992, en que se abrió a la firma la mencionada Convención Marco sobre el Cambio Climático. Fidel advertía desde entonces sobre el hecho de que los irracionales modos de vida prevalecientes en los países «ricos» amenazan con socavar las condiciones para la subsistencia misma de la vida en el planeta.
Habrá que ver si la sociedad humana intentará seguir la pauta del lucro hasta su crisis terminal o será capaz, por el contrario, de labrar nuevas formas solidarias de coexistencia en las cuales la ciencia pueda contribuir, sin cortapisas ni deformaciones, a una existencia plena de dignidad para las actuales y futuras generaciones. (Tomado de Cubarte)