MILLONES de abejas en todo el mundo están desapareciendo cada año, en un desastre ecológico de consecuencias imprevisibles que los expertos auguran impactará con fuerza en la agricultura, el medio ambiente y hasta en la salud humana.
No es solo en Estados Unidos donde estos insectos han desaparecido de forma misteriosa. También en España, Francia, Bélgica o Alemania su número ha mermado considerablemente, entre otros factores porque mueren envenenadas por la utilización de productos fitosanitarios para combatir orugas e insectos.
Y no es de extrañar esta situación, cuando en el mercado internacional hay unos 70 000 productos químicos diferentes y aparecen más de mil cada año, que se aplican con abundancia en la agricultura, muchos para eliminar plagas, pero con efectos colaterales en otras especies, entre estas las abejas.
Aunque las regulaciones contra algunos de estos productos se han fortalecido en determinados países y otros quedan obsoletos o son prohibidos en naciones desarrolladas, muchos siguen utilizándose en regiones menos desarrolladas, perpetuando un ciclo que extiende la contaminación por todo el planeta.
Agricultores y apicultores han logrado algunas victorias legales en países como Francia, Bélgica, Estados Unidos y España para las suspensiones de pesticidas potencialmente cancerígenos o dañinos al medio ambiente, pero las multinacionales agroquímicas tienen un gran poder económico con el cual defienden sus intereses ante gobiernos u organizaciones internacionales.
Ante esta situación, las abejas, polinizadoras en la agricultura, parte importante en la cadena alimentaria de numerosas especies de aves, garantes de la reproducción de buena parte de la flora en muchas partes del mundo, y que sobrevivieron incluso a la extinción de los dinosaurios, pudieran morir ahora por culpa de su principal enemigo: el ser humano.