Uno de los efectos más perceptibles del cambio climático para el ser humano es que podrían incrementarse los riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares y respiratorias, especialmente en las personas mayores y en los individuos con padecimientos preexistentes.
En las ciudades, por ejemplo, debido a la abundancia de superficies que retienen el calor, como el hormigón y el asfalto negro, estos comportamientos climáticos se acrecientan y el impacto de algunos contaminantes de la atmósfera sobre la salud se vuelve más intenso. Los valores de ozono tienden a ser más elevados.
Por otra parte las inundaciones o procesos de sequía aumentan los riesgos de epidemias, síndromes diarreicos o enfermedades respiratorias, puesto que en ocasiones no se puede evitar la contaminación del agua, el aire y algunos alimentos.
Se ha demostrado que el incremento de los valores de dióxido de carbono influyen en la liberación de alérgenos biogénicos, lo que favorece la incidencia de rinitis alérgica, la intensidad y duración de los síntomas, o ambos.
Estos cambios en la temperatura, la humedad, la pluviosidad y el aumento de los niveles marinos también podrían desatar otras enfermedades infecciosas. Los mosquitos, las garrapatas y las pulgas son sensibles a estos desequilibrios y tienden a reproducirse más. Aunque, aclaran los expertos, no está comprobada la culpabilidad del cambio climático en el resurgimiento durante los últimos años de algunas enfermedades infecciosas.
No obstante, diversos estudios reconocen que el cambio climático a largo plazo puede exacerbar los problemas de salud sensibles al clima. Los sistemas de calentamiento rápido por medio de ondas de calor pueden reducir los impactos y asegurar una atención especial a las personas ancianas, uno de los sectores de la población más afectados.