MEDIA LUNA, Granma.— Cruzando entre cafetos y guásimas uno se empapa de historias arrolladoras de hace 50 años. Siente en el crujir de la hierba en la meseta la sombra buena de los hombres.
«Aquí se abrazaron, de noche», suelen decir los labradores sobre el punto exacto del reencuentro de Fidel y Raúl. Es un pequeño sembrado de caña dentro del que vivieron majestuosas, caprichosamente agrupadas, cinco palmas.
De aquellos colaboradores que ayudaron al abrazo en la finca de Mongo Pérez, llamada hermosamente El Salvador, casi ninguno está.
«Algunos murieron, otros se mudaron», dice con un soplo de pesar Edilberto Piña, un guajiro humildísimo, quien en diciembre de 1956 tenía 17 primaveras.
«Yo vi de cerquita a aquellos grandes. Vivía en Los Negros de Pilón y llegué aquí por encargo de Crescencio Pérez. Ya habían pasado como cinco días del reencuentro», agrega con una modestia monumental.
Luego se pasa la mano por la frente para acotar con un «cantaíto» peculiar: «Salieron rumbo a la Sierra Maestra el 25 de diciembre y fui uno de sus prácticos.
LA MURALLA CHINACinco Palmas, ese pedacito de tierra situado a unos 28 kilómetros de Media Luna, donde Edilberto se quedó desde 1975, ha devenido símbolo de Cuba.
Alcanzó celebridad, sobre todo, porque allí el líder de la Revolución sentenció a campo abierto y bajo las estrellas, cuando apenas se unieron ocho hombres y siete armas, que era posible triunfar.
El propio Fidel confesó en 1986 que aquello fue un verdadero «arranque de entusiasmo», en una circunstancia especial: «Éramos pocos, cuatro gatos por allá con unos pocos fusiles y en la cabeza la idea de derrotar la tiranía y el régimen opresor».
En tanto Raúl nos aseguró a varios periodistas, hace una década, que el ejemplo de ese 18 de diciembre se resume en la expresión de su hermano al verlo. «Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”».
Algunos se admiraron al límite, comentó Raúl, y llegaron a pensar que Fidel «se había vuelto loco» cuando dijo eso, «entre ellos lo pensé yo, pero como buen Sancho Panza: detrás de mi Quijote, al igual que hoy, hasta la muerte».
Sin embargo, quizá en la nación hayamos hecho más hincapié en lo acontecido luego del 18 que en la odisea previa de esos hombres, especialmente la vivida tras la dispersión en 28 grupos en Alegría de Pío, el 5 de diciembre de 1956.
Se calcula, por ejemplo, que entre Los Cayuelos (lugar del desembarco) y Cinco Palmas los expedicionarios reagrupados anduvieron a pie, entre montes, sin alimentarse casi, unos cien kilómetros.
«Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura sino desde una punta hasta la otra», nos declaró Raúl en 1996.
Para tener una idea de la magnitud del esfuerzo descomunal de los rebeldes téngase en cuenta el recorrido del grupo de Fidel (integrado por Faustino Pérez, Universo Sánchez y el Comandante en Jefe), que llegó a la primera casa amiga el 12 de diciembre por la tarde, después de haber desandado montes y cañaverales extensos «de menos de un metro de altura», y de escapar azarosamente a un intenso tiroteo de la aviación enemiga.
Era tanto el cansancio del líder que en la tarde del 6, enterrado bajo la paja en medio de la caña, aun con el asedio de las aeronaves, se durmió. No obstante, preparó su fusil para no ser capturado vivo.
«Nos sepultamos bajo las hojas y la paja de la caña sin hacer movimiento alguno. Viví entonces uno de los momentos más dramáticos de mi vida. Me entra sueño, mucho sueño en aquel cañaveral a poca distancia del punto que había sido ametrallado (...) Era tal el agotamiento que dormí como tres horas», le manifestó el Comandante en Jefe al intelectual Ignacio Ramonet casi 50 años después.
Imaginémonos a Fidel, Faustino y Universo atravesando, sin parar, potreros, ríos y montes. Llegaron, por ejemplo, a recorrer en 11 horas —desde las 8:00 de la noche del 15 hasta las 7:00 de la mañana del 16— cerca de 40 kilómetros.
«En mi vida había caminado tanto de madrugada cuando todavía no estábamos fuertecitos, porque el hambre nos había acompañado durante algunas semanas y llegamos precisamente allí a Cinco Palmas...», expresó Fidel luego de tres décadas de los acontecimientos.
Imaginemos los avatares de Raúl, Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez —los integrantes del otro grupo— cuando al bajar el farallón de Blanquizal, luego de seis días de hambre, sed y cansancio, estuvieron a punto de caer en una de las numerosas emboscadas tendidas por el ejército batistiano.
En jornadas de adversidades y cercos, en las que caminaron casi paralelos al grupo de Fidel (siempre hacia el este) la única buena noticia para ellos fue conocer vagamente, el 13, por rumores de los lugareños, que el máximo guía revolucionario estaba vivo e iba rumbo a la Sierra Maestra.
LA CARTERA DE RAÚLA unos y a otros los salvó la colaboración campesina, la red de apoyo de la que resultó artífice Celia Sánchez. Constituyó un pequeño ejército de nombres, imposibles de enumerar aquí, de los cuales los más conocidos, quizá, son los de Crescencio y Mongo Pérez, Guillermo García, Hermes Cardero y Primitivo Pérez.
Fue precisamente este último quien, mandado por Fidel, «entrevistó» a Raúl en la casa de los Cardero para comprobar su identidad.
En 1996, en Cinco Palmas, Primitivo, quien falleció en mayo de 2002, le contó a varios reporteros: «A mí el día 18 me dan la cartera de Raúl, que él había entregado a Hermes Cardero como identificación, era una licencia de conducción mexicana y yo la llevo al campamento donde estaba Fidel desde el 16; él se emociona un mundo con la cartera, pero teníamos la duda de si era un guardia haciéndose pasar por él; entonces él me dice lo que tenía que preguntarle al hombre. Y allá fui, a la casa de los Cardero, a hacerle unas preguntas, sin hacer mucho aspaviento.
«Enseguida me doy cuenta: era Raúl. Y le pongo la nueva: “Fidel está cerca de aquí”. Se volvieron locos, querían ir a encontrarse con él. Pero le dije: aguanta, a la noche venimos a buscarlos. Y así mismito. Como a las nueve los conducimos hasta el Jefe, que estaba a unos dos kilómetros de distancia. Aquello fue lindo, de mucha emoción».
CRECIMIENTO EN LA HISTORIADos años después de lo sucedido en Cinco Palmas, el 18 de diciembre de 1958, Fidel y Raúl volverían a unirse en el campamento de La Rinconada, relativamente cerca de Jiguaní.
Llevaban más de nueve meses separados, pues Raúl había partido hacia la Sierra Cristal a formar el II Frente Oriental. En esa cita —hermosa diferencia— no hablaron de iniciar la guerra sino de la fase final de la contienda liberadora.
Y Cinco Palmas, hoy con electricidad, telefonía, camino y muchas más casas que antaño, siguió creciendo en la historia. El 18 de diciembre de 1986, rodeados entonces de pioneros, sin «casquitos» ni guardias al acecho, los dos hermanos volvieron a abrazarse.
Fidel calificó aquella tarde en Cinco Palmas como «una de las más hermosas» de los últimos tiempos. «Hace mucho que no veía una tarde como la de hoy. Un sol maravilloso y las montañas», diría.
Una poética referencia del Comandante: el sol, en medio de las lomas, como alumbrando una profecía, abrazaba el destino de un país.
Fuentes:
Discursos de Fidel, pronunciados entre el 18 y el 20 de diciembre de 1986 durante una visita a varias zonas de la provincia de Granma, publicados en el periódico local La Demajagua.
Declaraciones de Raúl a la prensa el 18 de diciembre de 1996.
La epopeya del Granma. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1986.
Cien horas con Fidel, Ignacio Ramonet. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006.
Nuevo encuentro en Cinco Palmas
EL 21 de diciembre de 1956, tres días después del reencuentro, llegó a Cinco Palmas un tercer grupo compuesto por Juan Almeida, Ernesto Guevara, Ramiro Valdés, Rafael Chao, Camilo Cienfuegos, Reynaldo Benítez y Francisco González. Pocos días después se incorporan otros expedicionarios que participarían en el combate de La Plata, el 17 de enero de 1957, primera victoria del Ejército Rebelde.