Hilda de la Pedraja sabía de nuestra cita. Llegué al minuto acordado y la encontré maquillada, irradiando la belleza que mantiene a sus 95 años.
Me toma de la mano y se sienta en la butaca de la sala de su casa, muy cerca de la costa, en la barriada capitalina de Miramar.
Vine a que me hable de su hijo Octavio, le dije. Entonces las palabras brotaron como si sintiera una necesidad imperiosa de mantener vivo el legado del mayor de sus frutos, el que perdió hace 39 años, cuando fue asesinado en tierras bolivianas junto a tres combatientes que formaban parte de la guerrilla del Che.
«Tavito era un muchacho encantador, muy modesto y educado, de mediana estatura o más bien bajito. Tenía los ojos color pardo claro, muy llamativos. La piel trigueña y de complexión fuerte. Era gordito».
Toma un retrato suyo sobre una mesita y agrega: «Fíjate en las características de su fisonomía que te he dicho. Es fácil darse cuenta que es mi hijo; se parecía mucho a mí, y también a su hermano Oscar».
Octavio de la Concepción y de la Pedraja nació en el Hospital Calixto García el 16 de octubre de 1935. Al año de nacido, sus padres, farmacéuticos ambos, se trasladan a probar fortuna al central Tacajó, en la provincia de Oriente, actual Holguín. Allí transcurre su niñez y primeros estudios hasta el quinto grado, en que pasó interno al Colegio de Belén, en la capital, hasta culminar el bachillerato en 1953.
«Precisamente en Belén desarrolló las dotes de buen deportista que había aprendido en la vida campestre —apunta la madre—, destacándose en los juegos de pelota, competencias de natación, y organizando el cuerpo de exploradores que fomentaba las excursiones geográficas y espeleológicas que tanto ayudarían en su vida.
Era un joven sencillo y alegre, pero paradójicamente daba la sensación de seriedad. A su padre le gustaban las lidias de gallos y siempre tenía preparado un buen ejemplar para los domingos. Tavito llegó un sábado y le mató el gallo que iba a pelear al otro día. Buscó a unos muchachos y cocinaron un arroz con pollo. Así era él: sociable, de muchos amigos. Le encantaban las fiestas».
En el nuevo curso matriculó la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana, y en el Calixto García conoció al joven doctor José Ramón Machado Ventura, futuro jefe y compañero de armas.
Debió interrumpir sus estudios en 1957 por el cierre de la Universidad. Para entonces ya había participado en movimientos revolucionarios estudiantiles y algunos actos en la Escalinata. Regresa a Tacajó, y allí sigue colaborando con el Movimiento 26 de Julio en la venta de bonos y envío de medicamentos a los rebeldes.
EN LA SIERRAAl año siguiente restablece comunicación con Machado Ventura y decide incorporarse a las tropas libertadoras. Su madre recuerda el adiós de alguien dispuesto siempre a actuar cuando fuese necesario: «Mamá: quieras o no quieras, me voy para la Sierra. Ya papá lo sabe y no espero un minuto más...».
En la Sierra Maestra integró el Departamento de Sanidad Militar Rebelde, en el Segundo Frente Oriental Frank País, donde participó en acciones de guerra como las de Río Frío, Santa Ana y la toma de Sagua de Tánamo. Bajó con el grado de primer teniente.
AL SERVICIO DE LA REVOLUCIÓNDespués del triunfo revolucionario estuvo a cargo de la Sanidad Militar de la parte más oriental de Cuba por poco tiempo, y pasó de los Servicios Médicos Municipales a la Jefatura de Sanidad Militar. Reanudó sus estudios de Medicina e hizo el internado en el hospital de Baracoa, donde pidió efectuar su servicio médico-social-rural. Lo terminó de forma sobresaliente y obtuvo la militancia del Partido Unido de la Revolución Socialista.
Se muda para La Habana a hacer la residencia de Cirugía en el Calixto García, donde se destacó por su perseverancia y amor a la especialidad. Allí formó parte del recién creado Departamento de Cirugía Experimental, donde se dieron los primeros pasos para el trasplante de órganos. Participó en los primeros dos trasplantes de riñón, efectuados satisfactoriamente.
Al repasar la trayectoria de su hijo, Hilda señala:
«Vivió aprisa, pero fue muy querido por todos los que lo conocieron».
Oscar, su único hermano y experimentado médico obstetra que presta asistencia en el hospital González Coro, refiere una anécdota de Tavito:
«A él le fascinaba la cocina; siempre estaba buscando algo nuevo para preparar. Antes de mudarse para la calle 13, entre Paseo y A, en el Vedado, vivía en el 4to. piso del edificio del Retiro Radial, que queda en Línea y F, donde al lado está un servicentro. Pues bien, los fines de semana él bajaba a buscar a los pisteros del garaje, y los invitaba a comer uno de esos platos que confeccionaba. Sabía ser amigo».
EPOPEYA INTERNACIONALISTAEn 1965 integra el selecto grupo que acompaña al Che Guevara al Congo. Su mamá está convencida de que la discreción —característica que lo distinguía— influyó en la determinación del Guerrillero Heroico de solicitarle meses después del regreso a la Patria, su concurso para la liberación de otra tierra hermana: Bolivia. Se despidió sin decir a dónde iba ni cuándo regresaba; solo que cumpliría una misión.
Los últimos meses afrontó una severa enfermedad que por momentos hacía crisis. En relación con estos padecimientos, el Che anotó en su diario el día 20 de agosto de 1967: «El Médico sigue enfermo de un aparente lumbago con toma del estado general que lo convierte en un inválido», y dos días más tarde asegura: «Le hice una anestesia regional al Médico y con eso pudo viajar, en la yegua, aunque llegó dolorido; parece un poco mejorado». En las páginas de este material invaluable pueden encontrarse sucesivas alusiones a este particular.
EL FINALEl día 8 de octubre, poco antes de iniciarse el combate de la Quebrada del Yuro, el Che, temiendo por la salud del Moro y los demás enfermos, ordenó a Pablito, el más joven del grupo, que se alejara lo más posible en dirección al Río Grande, en compañía de este, de Eustaquio y de Chapaco.
Marcharon durante cuatro días por la inhóspita zona de continuos farallones y escasa vegetación. Finalmente el 12, en la confluencia del Mizque con el Río Grande, donde llegaron en busca de agua, se entabló un desigual combate, en que, totalmente indefensos, fueron masacrados los cuatro guerrilleros.
LA TRISTE NOTICIAOscar y su madre recuerdan la ocasión en que los visitaron para que le escribieran a Tavito. Entregaron la correspondencia y las cartas fueron devueltas, porque en la escritura no podían mencionarse nombres, lugares ni podían firmarse. Redactaron otras como se requería. No fue hasta muchos años después que supieron que le habían llegado las misivas, cuando una agencia cablegráfica transmitió el diario del Moro y comprobaron alusiones hechas por él al contenido de dichas cartas.
Hilda fue avisada oficialmente de la pérdida de su hijo el 23 de diciembre de aquel 1967. No la sorprendió, pues ya sabía del asesinato del Che y suponía a Octavio muerto también.
Octavio de la Concepción dejó dos hijos: Tavito, que contaba seis años de edad y es hoy cirujano, especialista en Urología; y Oscarito, de apenas dos años, posteriormente graduado de Ingeniero Mecánico en la URSS.
EPÍLOGOTres décadas después de lo acontecido en Bolivia, sus restos fueron encontrados y depositados en el Mausoleo que se construyó en Santa Clara para honrar al Che y a sus compañeros de lucha.
Hilda de la Pedraja vive rodeada del cariño de sus seres queridos y del recuerdo imborrable de su hijo. Antes de despedirnos, agarra mi mano como pidiendo un minuto más y añade:
«Tavito venía todos los domingos y me decía que me preparara para ir a almorzar a la Casa Central de las FAR, un lugar que él privilegiaba. Al rato se acercaba y me decía: “Mami, acuérdate, yo invito pero tú pagas”».
Sus ojos se humedecen y confiesa: «Créeme, ojalá pudiera pagarle todavía...».