El ventilador nunca puede con él. Siempre se las arregla para picarnos, sabe esquivar la brisa y aterrizar en la piel. Y ese zumbido desespera, desvela, mortifica el sueño hasta la saciedad.
Solo ante ese contexto muchísimos se acuerdan de su existencia. Son los que tampoco acaban de comprender, de fijarse en la memoria, la necesidad de evitar tanques de agua destapados, botellas, el reguero, la falta de higiene, que facilitan la propagación y supervivencia del insecto.
Claro, hay mosquitos y mosquitos. Muy temible y demoledor es el Aedes aegypti.
Contra este específicamente se libra una batida permanente bajo un control riguroso, pero resultan persistentes y subsisten en ocasiones, de una manera u otra, aprovechando deslices humanos.
El Aedes viaja de una provincia a otra en los vagones del ferrocarril, en ómnibus o máquinas. Así se propagan entre los territorios, por lo que su control resulta difícil; jamás se le debe dejar el más mínimo resquicio, debido a que representa un verdadero riesgo para la población.
Duele y preocupa, entonces, patentizar cómo comportamientos temerarios a la vista pública conspiran contra su erradicación. Y no se trata de la existencia de recipientes y cisternas abiertas o de gomas tiradas que acumulan agua, lugares que les permiten reproducirse. No, es otra la circunstancia increíble.
Sucede que hay personas que cuando les van a fumigar la casa, esgrimen cualquier pretexto: «Oiga, tengo la vieja enferma o el niño esta durmiendo. ¿No pueden venir a otra hora?».
Los fumigadores los van conociendo, pues casi siempre son los mismos los que apelan a un pero.
Lo lamentable es que al quedar casas sin fumigar en una cuadra o manzana, permanecen allí los mosquitos; además, sirven de madriguera a los que están en los alrededores, y después se dispersan desde esas viviendas.
En un buen número de casas incurren en otro error, digamos inconscientemente, que perjudica la efectividad de la aplicación del insecticida. Tras la fumigación, abren las puertas y ventanas demasiado rápido, prácticamente en 15 ó 20 minutos.
Esa situación se repite también en instalaciones estatales, que deben ser ejemplos en el respeto de las normas.
Para lograr una eficiente efectividad de la fumigación se precisa mantener cerrados los locales durante 45 minutos. Ese es el tiempo que requiere la mezcla de humo con el insecticida, a fin de ocupar el universo completo del área donde lo aplicaron.
Los que abren antes de tiempo las viviendas y locales públicos, llegan a propalar que la fumigación no acabó con los mosquitos. O alegan que fue mala, pues tampoco mató a las cucarachas, argumenta Idalberto Machado, director de la Unidad Provincial de Vigilancia y Lucha Antivectorial en Villa Clara.
Las concentraciones de insecticida empleadas están diseñadas para liquidar solamente a los mosquitos, con independencia de que pueda caer algún otro insecto.
El esfuerzo estatal, sin reparar en los gastos, para eliminar al Aedes aegypti no debe caer en saco roto. ¿Por qué abrir a destiempo puertas y ventanas y permitir que este maligno insecto escape volando?