Fotos: Félix Simón
Erika Ferrer. Cuando uno conoce a Érika Ferrer, imagina que puede ser tal vez ingeniera, economista o incluso hasta estudiante universitaria, pero nunca que es presidenta de una cooperativa. El trabajo del campo, duro y sacrificado, a menudo impone sus huellas en los rostros de aquellos que se dedican a estas tareas.
Érika, sin embargo, no solo es bonita sino muy presumida y cuidadosa del más mínimo detalle en su ropa y maquillaje. A pesar de tener solo 27 años de edad, sus compañeros de la Cooperativa de Crédito y Servicios Mariana Grajales, en el municipio capitalino de Boyeros, la eligieron como su presidenta, lo que la convierte en una de las dirigentes campesinas más noveles del país.
«Pienso que el trabajo que una desempeña no tiene por qué demeritar el hecho de ser femenina —afirmó a esta reportera—. Una debe pintarse, arreglarse, a pesar de estar trabajando.
«Cuando tengo que ir a la finca me pongo mis tenis y mi pantalón, pero de todas formas me pinto. Siempre trato de estar arreglada. Soy presumida, nunca he dejado eso a un lado. Tuve muy buenos profesores en la universidad y siempre admiré mucho de ellos el estar elegantes a cualquier hora, saberse combinar, en dependencia de la actividad que tuvieran».
—¿Cómo te ha ayudado tu profesión de maestra en esta nueva tarea?
—En la carrera pedagógica se aprende a tener habilidades para el trabajo con los subordinados. Incluso, tuve la posibilidad de participar en diferentes eventos, eso me permitió saber cómo tratar a los campesinos, saberles explicar los avances de la ciencia y la técnica.
«Ellos utilizan más bien lo tradicional, lo que aprendieron de sus padres, y aunque alguien venga con un adelanto de la ciencia no lo emplean a menos que tú seas capaz de explicarles, y que ellos logren comparar. Con mis estudios de Pedagogía supe cómo irles “entrando” en ese sentido».
—¿Tus conocimientos de Química te han servido?
—Por supuesto, sobre todo en el tema de los fertilizantes de las flores. Porque algunos aumentan el rendimiento, pero también influyen mucho en la degeneración de los suelos.
«Además, cuento con el apoyo de la delegación de la Agricultura, que a través de sus especialistas hacen análisis de las aguas y los suelos, y yo trato de estar junto a ellos para aprender lo que están haciendo, y después explicarlo a la asamblea».
—¿El tiempo libre de una presidenta de cooperativa?
—Es poco. No tengo horario ni día fijo para trabajar, pero vale la pena, porque da satisfacción ver el resultado del trabajo que se ha realizado. No tengo hijos ni soy casada, lo que me ha permitido tener más tiempo para brindarle a la cooperativa.
—¿Tu edad y tu sexo nunca fueron obstáculos para dirigir?
—Al principio tuve mucho miedo. Me dije: «vamos a ver», porque generalmente, los campesinos son hombres mayores. Los jóvenes están casi siempre estudiando o apoyando el trabajo con los familiares en la finca. Pero parece que mi forma, como yo les hablaba, los convenció. Y ellos mismos me propusieron y me aprobaron.
«Confiaron en mí, a partir de lo que vieron, del resultado de mi trabajo, de los méritos alcanzados. Creo que nosotras las mujeres debemos demostrar lo que somos capaces de hacer. Cuando los demás lo ven, te apoyan.
«Llevar esta tarea es un honor y un reto a la vez. Porque es difícil explicarles a los campesinos cuando algo no se puede hacer, cuando necesitan un recurso y no lo hay. Pero te da satisfacción ver que comprenden, que llevan adelante su labor a pesar de la falta de recursos, de los inconvenientes que se presentan, y me da regocijo al final ver el resultado».
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María, la mujer de Andrés, una pinareña de pómulos salientes y enormes ojos pardos y humildes, tampoco podía resolver sola aquella ardua cuestión de los muchos hijos. Quien no estuviera en la verdad repetida del campesinado, creería que ella estaba embarazada del mismo hijo durante años, porque jamás llevó desocupado el vientre mísero donde la semilla del compañero germinaba en cosechas que no se interrumpían. Lo normal era verla con un chiquillo flacucho y mocoso en los brazos, envuelta en trapos sucios como el mismo crío, mientras dos o tres más, descalzos, con la barriga hinchada, sucios de churre y encueros, se le agarraban a la falda en desnivel que ya anunciaba otro parto.
(...) Ella, quién sabe si por mujer o por madre, se dolía más de aquella situación de la familia. (...)
—Es verdá; yo a veces lo pienso. Con esta miseria no debieran venir más muchachos... — (y suspirando, agregaba, dando sus ojos a la chiquillería famélica que se apiñaba contra sus faldas). —Pero ¿qué cosa voy a hacer, si Andrés no entiende...? ¿No ve que va solo a lo suyo...?
Fragmento de Tierra Inerme, (1961) de Dora Alonso
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UNA SIERRA CHIQUITASandra Leyva. «¡Ay, mi’ja! ¿Cómo tú haces para aguantar esta mano de viejos refunfuñones todos los días? ¡Ten cuidado, que te van volver loca!».
Así le dijo la generala de brigada Teté Puebla a Sandra Leyva León, al visitar la cooperativa que esta última dirige, la Héroes de la Sierra Maestra, del municipio capitalino de Boyeros. Y es que esta entidad, única de su tipo en el país, está integrada por 84 campesinos que fueron combatientes de la Sierra Maestra.
Sandra lleva tres años al frente de su cooperativa, donde producen cultivos varios y leche, y su mayor orgullo es que nunca ha tenido violaciones en los precios de los productos que venden ni ninguna otra ilegalidad.
Conjuga su labor de dirigente con la de mujer divorciada, madre de tres hijos. Sin embargo, asegura sentirse cómoda.
«Tengo una finca con carneros, puercos, gallinas... Llevo aparejada la vida del campo con la casa y la cooperativa. Y siempre me alcanza el tiempo. Hoy la mujer tiene la facilidad de trabajar a la par del hombre en cualquier actividad. Los niños, que pudieran ser un obstáculo para ser dirigente, están en la escuela por la mañana y por la tarde los recojo.
«También pasé el curso político de cuadros del Partido de la ANAP, y me sigo superando en cualquier curso que esté aparejado a esta actividad, porque me gusta la agricultura».
—De los socios que diriges, solo hay 14 mujeres. ¿No te asusta mandar a tantos hombres?
—Asustarme no, aunque no es fácil. Hace poco los «amenacé» y les dije que pedía mi renuncia, pero no quieren que me vaya, tienen confianza en que conmigo no hay violaciones de ningún tipo. Ellos son en su gran mayoría mayores de 60 años, y siempre están pendientes de todos los detalles. Pero esa es su característica. Como ellos hicieron la Revolución, la mantienen al precio que sea necesario, y como soy joven, no me sueltan de la mano. No es que yo necesite que me «tengan agarrada», pero me siento contenta de que sean así. Se llevan muy bien conmigo, no sé si será porque yo también nací en Pilón, de Manzanillo, en la Sierra Maestra...
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María Blanco Caballero estaba casada con José Oliva Sánchez, un laborioso campesino, que luchaba infatigablemente por sacar adelante los recursos que le hacían falta para atender a una prole de 12 hijos, afrontando la mala situación económica, la baja del azúcar y la voracidad de don Miguel Falla Gutiérrez. (...)
Cuando ella se quedó viuda, don Miguel Falla vio que sería más fácil el obtener las tierras que le hacían falta y para ello promovió ante el Juzgado el correspondiente juicio por reconocimiento de deudas de su esposo. Pero la mujer se negó a reconocer deudas que no conocía. (...)
Poco después, cuando estaba en su casa en la compañía de sus dos hijitos Froylán y Medardo Oliva, de ocho y seis años respectivamente, se le aparecieron, el inspector de las colonias, Pino, y Pedro López y Pedro Gros, y brutalmente le hicieron poner las huellas digitales de los cinco dedos de su mano derecha, sobre un papel de un texto breve. (...)
«Y yo no los culpo mayormente a ellos» —dice María Blanco Caballero— «porque a ellos los mandaba Don Miguel, que era el amo de todo aquello y nadie se le resistía...»
Este es el caso sencillo de la pobre mujer despojada de su pedazo de tierra, y lanzada a la miseria con sus 12 hijos, uno de los cuales se le murió ya...
Fragmento de Una «brava» de los Falla Gutiérrez, de Pablo de la Torriente Brau
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LA DUEÑA DE ROSQUITAAda Gómez y su vaca Rosquita. A Ada Gómez no le resultó nada fácil ser en 2005 la mejor productora de leche del municipio Arroyo Naranjo, donde hay 15 cooperativas ganaderas. Sin embargo, ella y Rosquita, su única vaca, obtuvieron 344 litros de un plan de 150.
Esta mujer de 43 años fue la única trabajadora pecuaria de la cooperativa Fernando Alfonso que sobrecumplió su plan. El resto, nueve hombres, lo cumplieron.
«Soy de Villa Clara —dice—, de monte adentro. Hace 16 años vivo en la capital. Antes era acarreadora, recogía la leche que los campesinos tienen que darle al Estado. Así lo hice durante ocho años, hasta el año pasado, cuando los campesinos me propusieron como vicepresidenta de la cooperativa».
—El 2005 fue un año de mucha sequía. ¿Cómo lograste obtener tanta leche?
—Ay, mi’ja, me costó ansias. Cortándole hierba y echándome los sacos de hierba al hombro, picoteándoselos con un machete en la canoa, más el pienso que me daba la empresa por la leche. Pero yo en la canoa le echaba todas las cascaritas: de plátano, de malanga...
—¿Cómo combinas esas tareas con la responsabilidad de ser la vicepresidenta de una cooperativa?
—Con mucho esfuerzo. Me levanto a las cinco de la mañana a ordeñar a Rosquita. Después voy a la finca y guataqueo un rato, y de ahí voy a la cooperativa. Como dirigente atiendo directamente las producciones de los campesinos. Les damos las políticas para que cumplan los planes de producción, para que siembren las tierras, las tengan limpias.
«Por las tardes atiendo una finquita de 1 500 metros, donde siembro plátano, ají, caña, lechuga... cualquier cultivo de poco tiempo. El vicepresidente de una cooperativa debe ser un campesino, y tiene que atender su tierra, si no, la pierde.
«Estudio en la Facultad para terminar el 12 grado. No es fácil, pero se puede lograr. Me gusta el trabajo en el campo, y en la cooperativa me siento útil y me reconocen. Además, tengo a mi familia y a Rosquita, que está conmigo desde hace cuatro años, cuando era una novilla. ¿Qué más puedo desear?».