Tiempo extra
Hace pocos meses uno de mis colegas sacaba a colación en este diario los anhelos de un entusiasta jugador de damas que sueña con la idea de realizar en nuestro país un campeonato nacional de este popular juego de mesa.
La propuesta, a juzgar por los comentarios que en la versión online recibiera la publicación, fue muy bien acogida, sobre todo por aquellos que se declaran apasionados de las damas.
Por supuesto, a mí que me corre por las venas sangre oriental, cuna de campeones del dominó, una disciplina deportiva muy querida por los cubanos; que crecí jugando frente a un tablero en las tardes de domingo, mientras los mayores les daban «agua» a las fichas o un jugador le «mataba la salida» a su compañero; que intenté sin éxito ser ajedrecista, no puedo más que alegrarme ante la posibilidad de algún reconocimiento para aquellos que se toman muy en serio la práctica de estos deportes de ciencia.
Sin embargo, la idea también me hizo reflexionar, y es que en estos tiempos de pandemia, cuando la COVID-19 nos obliga a cubrirnos el rostro y poner distancia por medio entre amigos, vecinos y hasta familiares, los juegos de mesa se me antojan un peligro disfrazado de sano esparcimiento.
No puede verse de otra manera si tenemos en cuenta que entre un jugador y otro, lo mismo si se trata de damas que de ajedrez, hay solo 64 casillas de separación, o lo que es igual, 44 centímetros que no cumplen ni de cerca con las medidas de distanciamiento requeridas para evitar un posible contagio del nuevo coronavirus.
En todo ello pienso cuando jóvenes y no tan jóvenes de mi comunidad, armados con tableros y fichas negras y blancas bajo el brazo, asaltan cualquier espacio al aire libre que no se halle castigado por el sol, no solo con el fin de vencer a su oponente, sino también el aburrimiento.
Eso me preocupa aunque los nasobucos estén presentes; pero, lo que verdaderamente alarma es ser testigo de cómo un juego de dos atrae a más de uno sin que se tenga conciencia del peligro al que se exponen, sin que exista la intención de sacarse la mascarilla del cuello, so pretexto de evitar el calor sofocante o porque un cigarro acaba de encenderse.
No se trata de hacerle la guerra al que prefiere la tranquilidad de un juego de mesa antes que escuchar música o mirar televisión, pero sí de una vez más llamar a la disciplina, a quedarnos en casa y buscar alternativas para entreternos que involucren a tu familia y no al vecino.
Además de que las necesarias medidas adoptadas por el Gobierno cubano pongan freno a estas prácticas, seguirá siendo la conciencia individual lo que nos aleje del peligro que para todos significa la COVID-19. La salud no es cosa de juegos.