La tecla del duende
Me lo contó Elvira, una diminuta y valerosa holguinera. Solía contárselo su padre, dando cauce a la ancestral sabiduría popular.
Hubo una vez un labriego que no hacía más que quejarse de su destino. Resulta que un día fue a ver al padre de la iglesia y le comentó que se sentía muy mal, que todo era trabajo y angustias.
—Pero tienes tu tierra y tu esfuerzo, contestó sabiamente el clérigo.
Al tiempo volvió a verlo el campesino.
—Ahora sí estoy en la ruina, padre. Me casé. Ya no solo soy yo, sino que tengo que abastecer a mi mujer, y acompañarla y cuidarla.
—Pero qué felicidad, en este momento además de tu finca y tu trabajo tienes el amor y la ayuda de tu esposa, contestó el anciano sonriendo.
Siguió rodando la vida y el labrador tuvo un hijo. Como de costumbre retornó a lamentarse: —Este es el desastre, padre, ahora también mi mujer dio a luz y ya sabe todas las complicaciones de criar y educar un niño.
—Hagamos un trato —propuso el sacedote—, te compraré el niño. Voy a darte un millón de pesos por él...
—De ninguna manera, atajó el recio campesino. Por nada del mundo vendería a mi hijo.
—¡Entonces, hombre, de qué te quejas, si eres millonario!
Los tecleros de Holguín tuvieron su tertulia en el habitual espacio sabatino. Dieron rienda suelta a las anécdotas de la pasada expedición a la capital. Hoy, a partir de las 9:00 a.m. se unirán a los periodistas de la ciudad de los parques, en la Casa de la Prensa, para festejar a la mujer con una feria de artesanía y manualidades. La peña habanera queda pospuesta para el próximo sábado 17, en la Fragua Martiana, 2:00 p.m.
Mientras tiene luz el mundo/ y despierto está mi niño,/ por encima de su cara,/ todo es un hacerse guiños.
Guiños le hace la alameda/ con sus dedos amarillos,/ y tras de ella vienen nubes/ en piruetas de cabritos...
La cigarra, al mediodía,/ con el frote le hace guiño,/ y la maña de la brisa/ guiña con su pañalito.
Al venir la noche hace/ guiño socarrón el grillo,/ y en saliendo las estrellas,/ me le harán sus santos guiños...
Yo le digo a la otra Madre,/ a la llena de caminos:/ «¡Haz que duerma tu pequeño/ para que se duerma el mío!».
Y la muy consentidora,/ la rayada de caminos,/ me contesta: «¡Duerme al tuyo/ para que se duerma el mío!». (La tierra y la mujer, Gabriela Mistral)