La tecla del duende
Cuca, que siempre anda con «la onda de la alegría» a buen volumen, alertó de que el corte de corriente solo había sido en nuestra casa. Claudia lo confirmó: «el problema es ahí, porque aquí tenemos el televisor puesto».
Eran poco más de las 4:00 p.m. y el breaker, diligentemente, se había disparado. Andrés, experto en casi todo, revisó los cables de entrada del reloj contador. Los «puenteó» y el chispazo ratificó que había embrollo.
«Corte en la línea», dijo con certeza. Y recomendó esperar al Chino, el electricista del barrio. Minutos después de las cinco, llegaron el Chino y Yoandy, su hijo, también técnico en electricidad.
Venían de la vega. Short, tierra, rostro enrojecido por el trabajo. Sin entrar a su casa siquiera, notaron en el portal las caras de angustia y acudieron a la nuestra. «En efecto, aseguró el Chino, hay corte. Ahora, busquemos dónde».
De la vivienda, construida a trozos, como tantos hogares en Cuba, nadie recordaba el plano eléctrico. ¿Por dónde se alimenta el circuito? ¿Qué ruta sigue? La tarea se las traía: hallar a ciegas, a lo largo de toda la línea, dónde estaba fallando. De lo contrario, cualquier conexión llevaría a un incendio.
Con paciencia, uno por uno, se fueron «destripando» interruptores, lámparas, tomacorrientes, registros, a ver si aparecía el fallo. Pero cada vez que se volvía a conectar, el breaker gritaba que no, que aquello era mucho voltaje. Elio, que lo mismo pela un cable con los dientes que se electrocuta, saltó del quitrín y se sumó a la faena.
Guillermo, que llegaba a pie del trabajo, con su bicicleta desglosada por aspectos, buscó una linterna y una escalera y se puso a ayudar. Miriam trajo dos panes, y de paso agarró en el camino el caballo de Elio, que se dio a la fuga. Comenzaba a oscurecer y Marta se llevó la olla arrocera «pa’ ayudarles con la comida». Ivet y Erisney, callados como siempre, preparaban una extensión de emergencia.
Y el Chino, y Yoandy, y la tropa de ayudantes que les fue creciendo, sin tomar ni agua, seguían descuerando tubos plásticos, y cables, y empates improvisados con jabitas de nailon sin que apareciera el dichoso problema. Cuando todas las linternas casi se agotaban, 10:27 p.m., a sugerencia de Humbe se le entró a mandarria y cincel a una pared, tras una caja eléctrica «sospechosa».
Allí estaba el maldito. Mazacote mal empalmado y, por ende, achicharrado, a causa del «jalón» vespertino de ollas, hornilla y calentador «chupando» energía juntos. Mi abuela y mi madre, en puro temblor, respiraron al fin. ¡Vecinos! Que a veces, tantas veces, pueden representar la luz.
Sábado, 2:00 p.m., Fragua Martiana, peña capitalina. Domingo, 10:00 a.m., Galería Oscar Fdez. Morera, cita espirituana.