La tecla del duende
—Tienes la voz igualita, le dijo.
Y ella, como si algo innombrable le erizara la piel y los recuerdos, volvió a la playita de 16, en Miramar, 23 años atrás. Entonces era una jovencita risueña a punto de terminar su tecnológico en Economía; y él, un muchacho de rizos rubios, largos y encrespados. El encuentro pareció embelesarlos sin alternativa.
Él comenzó a buscarla en la escuela. Se iban juntos, caminando y riendo a carcajadas hasta de cosas sin sentido. El primer beso llegó en un parque de 5ta. y 24. Las citas se hicieron más y más frecuentes. Y las salidas. Y las amistades comunes. Y la playita.
Pero casi siempre hay un pero. La familia no lo comprendió. Y la luna de la pasión, que tanto les había crecido, inició de un golpe su fase menguante. Acabó, aunque con ganas de no acabarse. Y desaparecieron, se borraron, dejaron de existir en el universo del otro.
Ambos se casaron. Ella tuvo un niño; él, tres. Su pelo castaño pasó los destellos de muchos tintes soleados. Los rizos de él comenzaron a ser solo memoria, por la incipiente calvicie. Y las siluetas juveniles se rellenaron con el peso de las rutinas.
Ella visitaba con su pequeño un parque cercano a donde él vivía junto a su familia. Él frecuentaba a unas amistades casi al doblar de la casa de ella. Andando y sufriendo en un pedazo tan reducido de La Habana, nunca se vieron. Y así pasaron como un tren interminable, los días, los años, dos décadas.
Hace algunos meses, mientras ella y unos compañeros compartían en el campismo, en la conversación salió a relucir que algunos de los presentes eran vecinos de él. No hubo demasiadas evocaciones, pero al final, como cortésmente se dice, ellos prometieron darle saludos de parte de ella. Claro, ella no iba a confiar en que se los dieran. Se olvidó de aquella conversación. Y regresó a su solitaria inercia.
Hasta esta mañana, en la que casi acabada de levantar, cuando salió al portal de su casa, divisó a aquel hombre, de cuarenta y tantos, preguntándole a un vecino por ella.
Lo llamó. Y cuando estuvieron frente a frente, supieron que no solo la voz de ella permanecía intacta, sino el deseo de ambos, aguijoneado por la soledad, de volver a la playita de 16.
«Y ya usted ve —me escribe eufórica. Desde ese momento contamos los meses que estamos juntos. En una suma milagrosa ya la familia tiene cuatro muchachos. Y pienso que hemos recuperado con creces aquel amor que se nos quedó en la lista de espera. Yo no sé, pero tal vez lo de las máquinas del tiempo no sea solo en las películas».
Hoy, a las tres de la tarde, en la Escuela Formadora de Maestros Rita Longa, de Las Tunas, tendrá lugar la tertulia Regalo de Jueves. Tema: el idioma de los abuelos.
Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza. Alfred Tennyson