Los que soñamos por la oreja
Siempre habrá que lamentar el hecho de que, por un complejo entramado de razones subjetivas y objetivas, la industria musical no ha logrado desarrollarse en Cuba a tono con las capacidades que el país posee. Porque a decir verdad, uno no deja de sorprenderse ante el nivel de los instrumentistas que se gradúan en nuestros conservatorios. Incluso, en expresiones sonoras en las que de manera aparente no contamos con una gran tradición, cuando se formula un recuento no faltan motivos para el regocijo.
Lo anterior puede afirmarse en lo concerniente a lo alcanzado entre nosotros con respecto a la ejecución del violín en el jazz. Si bien es cierto que al comparar lo sucedido en tal sentido con otros instrumentos como el piano, el saxofón o la batería, el violín queda en desventaja, ello no implica que en décadas recientes no hayamos contado con excelentes violinistas en las manifestaciones afines al campo de la improvisación.
En una incompleta relación de nombres, a la cabeza me vienen figuras como Joaquín Betancourt, Santiago Jiménez, Rubén Chaviano, Omar Puente, Jorge Orozco Alemán, los integrantes del recordado quinteto Diapasón, Ricardo González Lewis, los hermanos Dagoberto y Lázaro Dagoberto González, Irving Frontela, Ramsés Puentes y Asley Brito. Es en esa tradición en la que se incluye el quehacer de William Roblejo, violinista graduado del conservatorio Amadeo Roldán y del Instituto Superior de Arte (ISA), quien, gracias a su formación e información, tiene la capacidad de abordar con idéntica soltura tanto la música académica como la popular.
Yo conocí el trabajo de William allá por 2001 o 2002, cuando él era miembro del interesantísimo cuarteto Traza. Después de aquella experiencia, a Roblejo se le ha visto desempeñarse junto a cantautores como Raúl Torres o David Torrens, en agrupaciones tan diferentes como Interactivo y el Cuarteto de Cuerdas Amadeo Roldán, o al frente de lo que él ha denominado William Roblejo’s Trío, proyecto con el que resultase laureado en la edición del festival Jojazz de 2010.
Con esta última agrupación graba lo que constituye su ópera prima, el álbum titulado Dreaming, uno de los discos que más ha captado mi atención entre la reciente producción fonográfica nacional. Lamentablemente, lo que poseo de este material es una copia en MP3 que un buen amigo me pasó en una de esas habituales jornadas de intercambio musical que suelo hacer, y salvo los nombres de los 11 cortes que aparecen registrados en la grabación, no dispongo del resto de los créditos, algo que cada día me sucede con mayor frecuencia, dado el casi generalizado desinterés de los sellos disqueros locales en distribuir copias de lo que editan entre quienes reseñamos y comentamos en la prensa los nuevos CD que salen al mercado.
Lo primero que resalta al escuchar Dreaming es que no se trata de un álbum más de latin jazz o jazz afrocubano. Creo que una de las cosas a las que hoy los estudiosos del género entre nosotros tienen que prestarle atención es al cambio estilístico que de un tiempo a acá viene dándose en una creciente zona de nuestros jazzistas, y que ya se percibe en no pocos fonogramas de los hechos por nuestros compatriotas, tanto en la Isla como allende los mares.
Así, en este disco de William Roblejo uno siente que de algún modo, a veces notable, en ocasiones apenas perceptible, están las más vivificantes influencias de disímiles estilos dentro del jazz y que van del Dixieland al swing y al bop, pasando, claro está, por el jazz rock del inmenso Miles Davis.
La sonoridad predominante en el fonograma me retrotrae a los trabajos realizados por Stephane Grapelli y Bucky Pizzarelli, en los que la combinación entre violín y guitarra tenía el rol protagónico. Igualmente, en el fraseo y los intensos solos de violín que hay en el material, aprecio el eco de personajes del violín jazzístico contemporáneo como Michal Urbaniak o Jean-Luc Ponty.
Temas al estilo de Tuyo y mío, 2011, Beatiful love, Andando así, Continuum, Para Claudia, Mecánica diferente o la versión realizada acerca de ese clásico que es Pasos perdidos, destacan no solo por la excelencia del trabajo de William Roblejo, sino también por el desempeño del bajista y el guitarrista, y que hacen de este CD una brillante ópera prima.