Los que soñamos por la oreja
En una mini-entrevista que le realicé al crítico, conductor radial y, sobre todo, profundo investigador, mi buen amigo Humberto Manduley, con la agudeza que le es consustancial me comentaba en cuanto a que por algún controvertido mecanismo psicológico, el consumidor de rock en nuestro país parece más interesado en saber lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, y se inclina menos por lo que sucede en casa.
Lo expresado por Manduley no apunta solo al nivel de la información, sino también hasta el de la propia música para escuchar. Concuerdo con él acerca de que decisiones erróneas (tanto en el plano editorial, como en el de los medios de difusión) han arrancado de raíz un amplio porcentaje de la historia del rock en nuestro país, confinando al olvido a obras y creadores. A estas alturas es triste comprobar que entre nosotros, cualquier aficionado al género conoce You really got me (1965), pero casi nadie recuerda La soga (1967).
Lo anterior origina que en el movimiento cubano de rock apenas existan iconos o símbolos nacionales a los que las nuevas generaciones rindan tributo. Un simple hecho como que una banda monte en su repertorio una versión de un tema de otro grupo y que fuese popular en el pasado, en nuestro contexto no acontece. Pensaba en todo esto a raíz de un suceso ocurrido el sábado 26 de abril en el Maxim, al que no pude asistir, pero que puede catalogarse como un acontecimiento para la memoria del rock en Cuba.
Hablo de la reunificación —por una noche— para interpretar tres temas de la agrupación que representó el despertar del rock nacional en los 80: la mítica banda Venus. Después de 20 años sin pisar juntos un escenario, la misma pasión de antaño por el género —aunque ahora tanto ellos como los que los seguíamos dos décadas atrás seamos unos cuarentones—, unió por un rato a Roberto «Skippy» Armada (bajo), Héctor Volta (batería), Ulises Seijó (guitarra), Dionisio Arce «El Dioni» (voz) y Hansel Arrocha como invitado en la segunda guitarra.
El hecho de que de nuevo se escuchasen en La Habana los temas Los lobos solitarios, Después y Amenaza nuclear probablemente no le diga nada al veinteañero que ahora persigue en especial a las bandas cubanas practicantes del metal, pero esas piezas y otras como Los enemigos del mundo, Del metal más duro y Pershing, por mencionar algunos títulos y en los que, dicho sea de paso, Humberto Manduley desempeñó un rol fundamental como compositor, hicieron que en su momento numerosas agrupaciones se dieran cuenta de la importancia de elaborar un repertorio original y no limitarse a hacer versiones y a cantar en inglés.
Como se dice en el libro El rock en Cuba: «Es cierto que de ningún modo puede considerarse a Venus como el primer grupo en cantar en nuestro idioma, ni tampoco el primero en escribir sus propias canciones. (...) Con los presupuestos propios del Rock más recurrido, el grupo capitalino se jugó el todo por el todo y no solo logró salir airoso de la prueba, sino que además cambió la tónica general a favor de la creación».
No me resulta difícil evocar cómo allá por mediados de los 80, amistades mías residentes en Matanzas o Pinar del Río me llamaban para saber si se daría el concierto de Venus en el Anfiteatro de La Habana Vieja y asistir a la función, la cual se ponía a tope con un personal que cantaba estrofa por estrofa cada tema de los interpretados por la banda. Venus fue un hecho digno de ser estudiado por las ciencias sociales en su momento (por supuesto, no se hizo), pues ninguna de sus presentaciones era anunciada en un medio de comunicación ni aquella música se difundía en la radio o la televisión y sin embargo, un número impresionante de jóvenes seguía al grupo dondequiera que actuase.
Mientras escribo, pienso en que por estos días se celebran las Romerías de Mayo y en ellas hay una frase que siempre me ha cautivado: porque no hay hoy sin ayer. Gracias a las Romerías, conocí del quehacer de bandas holguineras como Aries, Abstracto, Destrozer, S.O.S., Undersight, pero de cuya pasada existencia muchos actuales rockeros en la Ciudad de los Parques no tienen idea. Lo mismo ocurre con Venus, cuyo tránsito por nuestra escena posibilitó la concreción del concepto rock nacional.