Los que soñamos por la oreja
Hace años que conozco el trabajo de David Blanco. Aunque parece que fue ayer, mucho ha llovido desde los lejanos 90 en que él formara parte del Grupo A19, una excelente banda encabezada por el guitarrista Amed Medina y que se presentaba en El Patio de María, con un repertorio que se movía entre el hard rock, el heavy metal ochentón y mucho de blues, atmósfera perfecta para que David se destacase en las improvisaciones desde el teclado, frecuentemente trabajado con el timbre de órgano. Pero esa fue otra historia, que ya es parte de las nostalgias de quienes vivimos aquellas intensas jornadas.
Después del tránsito por una agrupación como Moncada y de iniciar la carrera como solista al frente de su propio grupo, recuerdo que desde estas mismas páginas de Juventud Rebelde comenté la puesta en circulación del disco Tengo para dar, la ópera prima de David Blanco. En aquella reseña de hace algo más de un lustro me refería a que el debut fonográfico del tecladista y vocalista se inscribía en la tendencia de la música popular urbana, que se decanta por géneros y estilos dirigidos a que la gente baile hasta el cansancio. Se trata de propuestas sonoras que (y aquí reproduzco lo afirmado en el 2003), «en el mejor de los casos, permiten una sana desintoxicación corporal no exenta de su correspondiente tabla de ejercicios mentales».
El nuevo trabajo discográfico de David Blanco y su banda, el CD titulado La evolución, y que aparece publicado por el sello Bis Music, prosigue la línea de buscar en lo que internacionalmente se conoce como «cultura dance» y creo, incluso, que en este material su protagonista hace aún más énfasis en dicha tendencia, en comparación con los trabajos previos editados por él.
Desde que escuchamos el primer corte del álbum, Parar el tiempo, el espíritu festivo se adueña de la grabación, a lo que mucho contribuye la introducción del tema y que trae los ecos del clásico jolgorio colectivo que se vive en las discotecas, esos peculiares sitios que, según criterio de Humberto Eco, hay que estudiar para comprender por dónde se mueve la sociedad contemporánea. Las dos siguientes piezas, La evolución y Largo de aquí, prosiguen poniendo énfasis en el aspecto lúdrico de la música, lo que con la incorporación de aires latinos, visibles en particular con mayor fuerza en los compases de presentación.
Uno de los cortes del álbum que más capta mi atención es el titulado El mundo de los sueños, interpretado a dúo por David Blanco y Haydée Milanés. Aquí los timbres empleados por los teclados, y en general toda la orquestación, traen implícitos la vivificante influencia de la música electrónica (o simplemente electronica, como suele escribirse en las revistas especializadas en la materia). Incluso, el puente guitarrístico (un breve pero efectivo solo) que aparece en la pieza, le concede cierta dosis de experimentación y realza los atractivos del tema.
Con El diamante la gozadera retoma el plano protagónico, tendencia que ha de ser la línea predominante (aunque con diferentes enfoques de estilo y gradaciones de intensidad) en los cortes Ella tiene una pistola, Escúchame silbar, Me estás buscando la lengua, Ya amaneció y La tierra prometida. Por su parte, Tarde gris es una hermosa balada en la cuerda de antiguos temas de David como Save me again, Donde más me duele y En el borde de un beso, representativos de una arista interpretativa y autoral que no ha sido la más trabajada por Blanco y que, sin embargo, en mi criterio resulta la de mayores aciertos en su obra composicional.
El CD La evolución concluye con una versión del muy conocido Yo soy el punto cubano, de Celina y Reutilio. Para mi gusto personal, la transgresora apropiación que se hace de dicho clásico de nuestra música tradicional es lo mejor del fonograma y encaja dentro de lo que estimo como un verdadero cover. Hay ahí un camino que David y su equipo de colaboradores, es decir, Ernesto Blanco, Emilio Veitía, Yaimí Farell y Luis Durán, deberían potenciar. Por lo pronto, en este disco ellos han apostado en pro de que su público baile, que hoy es algo más que una manifestación física o un mero entretenimiento, para devenir toda una cultura.