Los que soñamos por la oreja
Conozco a Julio Fowler hace ya 20 años. Fue el cantautor y pintor Adrián Morales quien nos presentó una noche, en que coincidimos en la calle Neptuno y, por un buen rato, nos detuvimos a conversar a propósito de un artículo que por aquellos días de 1987 yo había publicado en Juventud Rebelde, bajo el título de La generación de los topos. Después nos volvimos a encontrar en su querida Santa Clara, en alguno de esos tantos conciertos que, por espacio de dos décadas, la directora del Museo de Artes Decorativas de la capital villaclareña, Leida Quesada, ha propiciado en el patio de dicha instalación.
En el sitio de mi casa donde guardo una copiosa papelería, conservo la invitación que él me llevara hasta la sede de la revista Alma Máter en la Casa Editora Abril (publicación en la que yo trabajaba allá por 1990) para convidarme al primer concierto en grande que Julio Fowler ofreció en el teatro ubicado en Calzada entre A y B, en el Vedado, y donde se hiciera acompañar por el grupo Estado de Ánimo, la importante banda de la que salieran personajes hoy claves en la música cubana como Equis Alfonso, Roberto Carcassés, Descemer Bueno y Ahmed Barroso (hijo). De esa etapa, todavía los seguidores de Julio evocan piezas como La Monalisa, Tienda en Neptuno y Chico suave.
La cancionística de este santaclareño se inscribe en la tendencia del arte cubano que ha apostado por una propuesta decantada hacia lo dialógico, en el sentido de diálogo con su entorno y no en referencia al concepto bajtiniano de «dialogismo» como polifonía. De una u otra manera, la producción musical de Fowler ha buscado una autorreflexión hacia los diferentes aconteceres de la vida cotidiana de nuestra historia finisecular, tanto desde el punto de vista de los problemas sociales como de los íntimos.
En su quehacer como creador, en algún momento, él se ha apartado un tanto de esa línea, como en el período en que trabajó en Varadero o cuando en el 2003 editó su primer fonograma, titulado Dale mambo (Urban Color Music), un material clasificado por el propio artista dentro de un estilo interpretativo llamado son con groove y que aún se promueve en la radio cubana, pero que, a mí entender, estuvo en demasía marcado por la pretensión de querer satisfacer las demandas de un mercado que (en mi opinión) por más concesiones que se le hagan en espera de una mayor comercialización, no acaba de asimilar las actuales tendencias de nuestra música popular.
Por eso, me sentí muy regocijado cuando conocí el nuevo disco de Julio Fowler, editado por Factoría Autor con el nombre de Buscando mi lugar. El álbum es una especie de redefinición estética, en la que Fowler vuelve a encontrarse con su esencia de cantautor y a apostar por la libertad a la hora de crear, el compromiso intelectual y el atrevimiento de no supeditarse a fórmulas preconcebidas. Ello es el resultado de que el CD es una iniciativa independiente, donde su protagonista es dueño del máster de la grabación. Aquí los componentes eufóricos que prevalecieron en la anterior producción de Julio, han dado paso a textos en los que predomina la reflexión.
Aunque pudiera pensarse que este es un fonograma dentro de los parámetros del pop, creo que ello sería reduccionista. Cierto que en el disco se perciben los aires de esa corriente, sobre todo en el estilo de cantar (donde también se nota la huella del R&B), pero hay mucho más. Yo, si me precisaran a clasificarlo, diría que genéricamente es un álbum enmarcado en lo que se conoce como soul europeo, aunque prefiero colocarlo dentro de la categoría operativa de Música Cubana Alternativa, dada la presencia de elementos de rock, rap, funky, jazz, ritmos tradicionales de nuestro país..., unidos en perfecta sintonía.
Con notables arreglos del tecladista José Mestre y colaboraciones de figuras como Yuri Wong, Haruyoshi Mori y Nilo Castillo, de los 16 temas del CD (además se incluye un DVD con video-clips) recomiendo los cortes Huyendo, Pasándolo mal, Buscando mi lugar y, en especial, Tus ojos siempre me enamoran y Sueño. Amante de la polémica cultural, Julio Fowler nos invita a adentrarnos en la utopía que él ha construido en esta, su obra de madurez.