Lecturas
No siempre La Habana ha estado donde está. Se estableció originalmente en la costa sur, en un sitio no precisado que se ubicaría entre el oeste del Surgidero de Batabanó y la bahía de Cortés. Algunos historiadores dan el 25 de julio de 1515 como la fecha de su fundación, mientras que otros, y parece ser lo más acertado, hablan del 25 de julio de 1514. Esa villa primitiva, que fue la sexta población fundada por los españoles y no la séptima, como se creyó durante mucho tiempo, recibió el nombre de San Cristóbal. Solo cuando quedó establecida en la costa norte, en tierras del cacique aborigen Habaguanex, es que comienza a llamarse, tal vez para diferenciarla de la otra, San Cristóbal de La Habana.
Se desconoce la fecha de ese desplazamiento, porque parece que en un momento coincidieron las dos Habanas; el traslado de la población del sur hacia el norte no fue una mudada organizada, sino un flujo progresivo de moradores. Ya en el norte, la ubicación primera de la ciudad se vincula con el río Casiguaguas o de la Chorrera, hoy Almendares; sin embargo, los habaneros renunciaron a la facilidad de la obtención del líquido y buscaron un nuevo asentamiento en una isleta que, a modo de península, se proyectaba sobre la bahía. Antes se había establecido en el fondo del puerto, en las proximidades del río Luyanó, donde hubo una aldea aborigen, y se trasladó a su asentamiento definitivo entre 1538 y 1540, cuando, por orden de Hernando de Soto, se construyó el primer castillo de la Fuerza, la llamada Fuerza Vieja.
De cualquier manera, la fecha de la fundación de La Habana es la del 16 de noviembre de 1519, cuando a la sombra de una ceiba que se erigía en el lado noroeste de lo que sería la Plaza de Armas, un grupo de conquistadores se dieron cita para celebrar, según la tradición, la primera misa y el primer cabildo, cuya memoria quedó inmortalizada, en 1828, con la construcción de El Templete.
Precisamente con De Soto fue que España dio inicio a la práctica de otorgar el gobierno de la Isla a figuras no residentes en ella. Gracias a sus grandes influencias en la Corte, logró que se le designara, por espacio de cinco años, Gobernador de Cuba, y también Adelantado de la Florida. Ese último cargo era el que verdaderamente le interesaba, ya que pensaba encontrar en ese territorio las fabulosas riquezas halladas en México y Perú. Su empresa fue un fracaso y De Soto encontró en 1542 la muerte en la aventura. «La mejor y más lucida expedición que hasta entonces había visto el Nuevo Mundo» dejó exhausta y despoblada a la Isla, pues el Adelantado llevó consigo mil hombres de armas, 350 caballos, ocho navíos, una carabela y dos bergantines, así como todas las existencias de casabe, maíz, tocino y carne salada que encontró a su paso. En 1544, cuando llegó a La Habana la noticia de la muerte de De Soto, en seis de las siete villas del inicio de la colonización quedaban solo 1 749 personas, de las que únicamente 112 eran españoles. En la política continental de la metrópoli, Cuba era desplazada por el Virreinato de la Nueva España. Sin embargo, escribe el historiador Eduardo Torres Cuevas, pronto la Corona se percató de la importancia estratégica creciente de la capital de la Isla.
Una nueva ruta de navegación comenzó a consolidarse. En lugar de viajar contra la Corriente del Caribe, de Yucatán a Santiago de Cuba y La Española, para luego adentrarse en el Atlántico, resultaba más natural venir a La Habana y, desde esta ciudad, con el impulso de la Corriente del Golfo, llegar a las costas occidentales de Europa. Un activo comercio se desarrollaba entre América y España, y Cuba estaba en el medio del itinerario, de modo que el puerto habanero adquiría una importancia fundamental para la defensa del imperio español, de lo cual también tomaron conciencia los enemigos de Madrid.
Con motivo de las guerras entre Francia y España aparecieron los primeros corsarios en el mar de las Antillas. Algunas de sus incursiones fueron neutralizadas por los habaneros y otras, no. Les fue imposible evitar que en 1555 el corsario francés Jacques de Sores se apoderara de La Habana y la saqueara.
Entre 1537 y 1541 se organiza el sistema de Flotas y Armadas para la protección del comercio de Indias, y La Habana se erige como punto de reunión de los convoyes. Pero será a partir de 1550 que crece el número de navíos que toca el puerto de La Habana. Paralela al comercio de las rutas oficiales, nace la llamada ruta del contrabando, que lleva vida a otras zonas de la Isla marginadas del comercio legal.
Quiere España consolidar la población de la Isla, lo necesita. Ya en 1526 se emite una real cédula que amenaza con la pena de muerte y la confiscación de bienes a todo aquel que se proponga abandonar el territorio insular; sin embargo, el propio gobierno viola la medida, como sucedió con la expedición de Hernando de Soto. En 1544, el gobernador Juanes Dávila intenta en serio detener el despoblamiento y el decrecimiento económico, y pide 2 000 pesos de oro a cada vecino rico, a fin de incrementar los derivados de la caña de azúcar, pero las clases vivas se oponen a la contribución. Su sucesor, Antonio de Chávez, persiste en el empeño de Dávila y decide fijar su residencia en La Habana, y aquí se instala asimismo Gonzalo Pérez de Angulo, que lo sustituye, y persiste en el intento de impulsar la industria de los derivados de la caña y quiere promover la extracción del cobre. En 1556, el nuevo gobernador, Diego de Masariegos, fija en La Habana la sede del gobierno y su residencia. Cinco años más tarde el sistema de Flotas quedaba establecido oficialmente. La villa se convierte en capital y será una de las presas más codiciadas por corsarios y piratas, lo cual determinó su fortificación, y eso la transforma en la pieza fuerte del circuito comercial americano.
Veinte años después de su asiento definitivo, La Habana no era más que un pobre caserío que, a lo largo de la orilla de la bahía, se extendía desde lo que es hoy el fondo del Castillo de la Fuerza hasta el edificio de la Lonja del Comercio.
El férreo monopolio comercial establecido por España obligó a los habaneros a recurrir al contrabando, lo que los llevó a vivir en la ilegalidad, la transgresión y el irrespeto a la ley, en lo que influyó de manera marcada que fuese su puerto punto de reunión de la flota. Vivía el habanero, en lo esencial, del alquiler de sus viviendas y de la venta de bastimentos a pasajeros y tripulantes de los 20 o 30 navíos que de ordinario esperaban en el puerto. Esa presencia, a veces prolongada de forasteros, gente de diversas nacionalidades y hábitos relajados, convertían a La Habana en el reinado sabroso y lucrativo del libertinaje, dice un historiador. Añade: «La capital, mercado, garito, lupanar, engullía oro y volcaba concupiscencia…».
La urbe progresa pese a la insufrible plaga de mosquitos. Hay bailes y diversiones. Se come casabe a falta de algo mejor y gustan la carne de tortuga y el tasajo; el maíz se prepara de muchas maneras y el plato principal es el ajiaco. Los habaneros consumían entonces, todos los años, 300 reses, algunos puercos, 52 pipas de vino de 18 arrobas cada una, 50 quintales de jabón…
La historiadora Alicia García Santana considera que el crecimiento económico de la capital también fue posible porque pudo apropiarse del potencial productivo del territorio que mediaba entre las villas de Sancti Spíritus y Trinidad, en el centro de la Isla, y en su extremo occidental. Todo lo que entraba o salía de Cuba lo hacía por el puerto de La Habana.
Sobreviene en 1762-63 la ocupación británica de la ciudad, y a partir de ahí ya nada fue igual. Los ocupantes abolieron el monopolio comercial español y abrieron el azúcar, la madera y otros productos del país a mercados europeos, mientras que Cuba quedaba abierta a la producción inglesa. En 1778 España aprobaba el libre comercio.
La Habana continuó su curso. La importancia política de Cuba, decía Humboldt, radica en la posición geográfica de La Habana, y Emilio Roig apunta que es por La Habana que Cuba, generalmente, ha sido conocida en el mundo. Durante la colonia, la historia de Cuba es la historia de La Habana, y a los ingleses les basta la ciudad y se olvidan del resto de la Isla. Bolívar no alude nunca a la independencia de Cuba, sino a la independencia de La Habana…
Una ciudad que creció considerablemente y adquirió la fisonomía compacta y monumental que la caracteriza, y cuyos valores la convirtieron en Patrimonio de la Humanidad. Dueña del tiempo y la memoria es esta Habana, bulliciosa y parlera, tan bien apresada en los lienzos de René Portocarrero. Marítima, abierta y desprejuiciada, y también tímida, sobria, como escondida. Cruce de pueblos, enclave privilegiado que celebra ahora su 505 cumpleaños.