Lecturas
El escudo de la familia revela toda su arrogancia y opulencia. «El que más vale no vale tanto como vale Valle», decía su leyenda, y hasta cierto punto era verdad.
Otras familias, aparentemente tan poderosas y acaudaladas, se arruinaban, pero el capital de los Valle se incrementaba o permanecía inalterable, de tal forma que tuvo la solidez suficiente para resistir, durante la Guerra de los Diez Años, el embate de las fuerzas libertadoras y su política de tea incendiaria en su lucha contra España. Cuando otras fortunas de esfumaban con las cenizas de los ingenios, Valle seguía valiendo como siempre o más.
El fundador de la familia, el habanero Fernando Alfonso del Valle, llegó a Sancti Spíritus y se casó con Ana Antonia del Castillo, perteneciente al clan de uno de los pobladores originales de la villa. Favorecido por Jacinto, el padre de Ana, y por el monarca español, adquirió Valle grandes extensiones de tierra en el sur de la ciudad, propiedad que su hijo, Antonio Modesto, continuó acrecentando, y cuando este se casó con su sobrina, Natividad Iznaga, dio origen a los Valle Iznaga y se inventó la leyenda del escudo. Una historia recreada por Julio Travieso en su novela El polvo y el oro (1993) que mereciera importantes galardones y dos años después de su publicación fuera finalista del premio Rómulo Gallegos.
El padre de Ana fue el propietario original de la mansión —la llamada casa de las cien puertas— en Plácido (Sur), entre Jesús Menéndez y Guairo, y en ella vivieron, oficialmente al menos, sus descendientes, hasta que, en 1967, muerto el último de ellos, se instaló allí el Museo de Arte Colonial, que atesora una de las mejores colecciones de artes decorativas de la Isla.
Resultaron ideales para dicho museo los salones espaciosos de la casa y, sobre todo, los juegos de vajilla, los muebles, las lámparas y los adornos que los Valle Iznaga acumularon y conservaron durante casi dos siglos. Un patrimonio que posibilita una suntuosa mirada a la decoración y el mobiliario de una gran mansión colonial, con sus muebles de estilo medallón, óleos y colecciones de abanicos, y que conserva en su sala de música uno de los pianos más antiguos de Cuba.
Sancti Spíritus (Monumento Nacional) es su arquitectura, el fulgor de sus leyendas, el encanto de sus tradiciones, la riqueza de su historia y su fuerte movimiento coral y trovadoresco, que se disfruta a plenitud en la Casa de la Trova y en la de la Música. Espirituanos son Teofilito, el autor de Pensamiento; Miguelito Companioni, el cantor de Mujer perjura, y el pintor Oscar Fernández Morera. Y aunque la relación es, por fuerza, incompleta, y tenga mucho de personal, obligados son asimismo los nombres de Julio M. Llanes en la narrativa, Rigoberto Rodríguez Entenza en la poesía, Gaspar Marrero en la investigación, y en el testimonio y el ensayo Juan Bernal Echemendía, animador, por otra parte, del coloquio Voces de la República, imprescindible para una justa valoración de ese período. Por otra parte, imposible dejar de mencionar en el periodismo a Enrique Ojito y a los ya fallecidos José Antonio Borrego y Manuel Echavarría, y al maestro de la radio, Ernesto Valdés. A Félix Madrigal en la escultura, y al guitarrista Roberto Jiménez, artífice de la Orquesta Espirituana de Guitarras.
En cuanto a las agrupaciones musicales, es necesario aludir al Trío D’ Gómez y al Coro de Clave, creado en 1914. No olvida el escribidor a Gerardo Echemendía, el popular Serapio, creador del conocido pasacalle «Si tú pasas por mi casa…».
El Adelantado Diego Velázquez fundó esta ciudad en 1514. Fue la cuarta villa que fundaron los colonizadores en Cuba. Pero en 1522 una plaga de hormigas carniceras hace que sus pobladores busquen un nuevo asentamiento, a unas ocho leguas de su asiento original, esta vez en las márgenes del río Yayabo. Se mercedan tierras a partir de 1536 y la escasez de mano de obra lleva a los primitivos pobladores al desarrollo de la ganadería. Grandes lotes de ganado vacuno provenientes de Sancti Spíritus abastecen La Habana, sobre todo durante la estancia de las flotas, a lo que se suma un activo comercio con Panamá, Jamaica y Cartagena a través de Tunas de Zaza y Tayabacoa. No demora en aparecer el cultivo del tabaco, favorecido por lo apropiado de los suelos y la llegada de inmigrantes canarios.
«Todo este despuntar económico de la región repercute positivamente en la estabilidad de la villa, su riqueza y crecimiento demográfico, factores que atrajeron la atención de los piratas que osaron atacarla en 1588 y 1665, y hacer dos intentos más en 1667 y 1716, rechazados por valientes acciones de los vecinos», aseguran especialistas.
Más acá en el tiempo, en 1762, la villa fue intimada a entregarse a los ingleses. Los vecinos no solo se resistieron a hacerlo, sino que formaron tres compañías de 50 hombres cada una que lucharon al lado de los habaneros en defensa de La Habana, asediada por los ingleses.
Algunas fechas dan cuenta del desarrollo de la zona. De 1774 es el primer censo de población. El cementerio es de 1805. En 1829 se inaugura un hospital para mujeres, en tanto que la primera escuela pública es de 1832 y de 1839 el primer teatro. En 1822 Sancti Spíritus ya tiene escudo, pero no será hasta 1867 que se le otorgue el título de ciudad. Ya para entonces la urbe contaba con 1 500 edificios de mampostería y, entre ellos, más de 20 de dos pisos, lo que, al decir de un historiador de la época, «es el mayor lujo de construcción que se conoce en la Isla». Sus tres escuelas costeadas por el Ayuntamiento local hacían entonces que su educación pública superara a la de otras localidades de igual o mayor importancia.
Bien merece una visita por su historia y encanto. Su centro histórico, mantenido y cuidado en buena medida gracias al esfuerzo y la dedicación del espirituano de a pie, es de los más notables de la Isla, y está recreado de manera estupenda en los oleos y dibujos de Antonio Díaz, que bien ostenta el título de Pintor de la Ciudad. Plazas, calles tortuosas y edificaciones domésticas, civiles y religiosas dan fe de los modos constructivos de varias centurias; mosaico arquitectónico con influencias diversas y fuerte matiz local.
El edificio del mercado (siglo XVII) se mantiene casi intacto y también las viviendas de la calle Llano (siglo XIX), edificaciones modestas y populares que contrastan con las de las calles Céspedes y Manuelico Díaz, donde se asentaron algunas de las familias más pudientes.
La Iglesia Parroquial Mayor, emplazada en el mismo sitio donde estuvo el templo primitivo —de madera—, es de 1680, aunque algunas de sus partes se construyeron en siglos posteriores. De hecho, una inscripción señala que su construcción es de 1755, por disposición del obispo Morell de Santa Cruz durante su visita eclesiástica. Conserva la sacristía primitiva y el arco que separa la nave del presbiterio es único en su tipo.
La adornan numerosas leyendas. Se dice que a ella llegó un peregrino y pidió permiso para reposar, y lo hizo hasta que desapareció sin dejar rastro. Comenzaron entonces la lluvia y el viento. El río Yayabo creció; un furioso huracán azotó la localidad… Cuando sobrevino la calma apareció en la capilla del suroeste de la nave la imagen del llamado Cristo de la Humildad y la Paciencia, y allí está todavía, en esa iglesia consagrada al Espíritu Santo. Lo curioso es que los vecinos, que por una ventana pasaban comida al peregrino, jamás oyeron ruidos que evidenciaran que allí se trabajara, ni se vio al extraño trasegar con herramienta alguna.
Otras leyendas se asocian a este templo, que en 1978 fue declarado Monumento Nacional. La del güije que deambula por el túnel a la salida del presbiterio y recorre la ciudad en Semana Santa y en ocasión del Santiago espirituano. La del gallo de oro que se exhibía en el altar mayor y fue robado por los piratas, y la de la señora Rosa Castillo, que pidió ser inhumada debajo de la puerta principal de la parroquia para que todos pasaran por encima de sus restos y así pagar ella sus pecados…
También es Monumento Nacional el famoso puente Yayabo (1817-1831), obra de maestros andaluces, quienes acometieron una obra que conforma el paisaje urbano e identifica a la ciudad, resistiendo el paso del tiempo con su estructura de ladrillos de barro unidos por un mortero de cal y arena, mezclado, se dice, con leche de vaca.
Por Sancti Spíritus comenzó, en 1536, el latifundio en América. De la zona salieron hombres para la conquista de México. ¿Sabía usted que en Sancti Spíritus vieron la luz dos presidentes de la República, y que Serafín Sánchez, su patriota insigne, no tiene allí todavía el monumento que su grandeza merece? Allí nació la guayabera, esa prenda cubanísima que se adapta a nuestra manera de sudar.
De estos y otros temas relativos a la zona que pronto será la sede del acto central por el aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Céspedes, hablaremos de nuevo la próxima semana.