Lecturas
Un atropello, por supuesto carente de cualquier base jurídica y constitucional, tuvo lugar en La Habana de 1950. El 24 de agosto a las 5:30 de la mañana, fuerzas de la Policía Nacional, mandadas por el comandante Rafael Casal, jefe de la sección Radiomotorizada, ocupaban la Redacción y talleres del periódico Hoy, órgano del Partido Socialista Popular (PSP) sito en la calle Desagüe, 108 entre Oquendo y Marqués González.
Con ellas iba la persona que asumiría la intervención del diario, y también Tony Varona, senador por Camagüey y a la sazón primer ministro del Gobierno de Carlos Prío, quien, por encima de la opinión del Presidente, que consideraba el acto una transgresión de la ley, oficiaba como punta de lanza del asalto, desalojo y ocupación del diario de los trabajadores.
La dirigencia obrera amarilla, que años antes, con apoyo policial, expulsara de la CTC a sus legítimos dirigentes, presionaba al mandatario y subía la parada cuando le advertía explícitamente, con todas sus letras, que gente como Blas Roca y Lázaro Peña no tenían derecho a vivir.
—No tenemos otro camino— dijo el Premier a Luis Botifoll, director del periódico El Mundo, de visita en Palacio, que se manifestó contrario a la intervención. El timonel del rotativo de Águila y Virtudes la calificó de un arma peligrosa para los órganos de opinión, que se verían expuestos a semejante proceder cuando se invocara el precedente. No aconsejaba sin embargo quedarse con las manos cruzadas. Podía llevarse a Hoy ante los tribunales por conspirar contra la estabilidad de la República o impulsar en el Congreso, con mayoría gubernamental, una ley que prohibiera el accionar de los comunistas.
No faltaron ministros que expresaran su desacuerdo. Ramón Vasconcelos, ministro sin cartera y director del periódico Alerta —la llamada Pluma de Oro del periodismo cubano— dijo ver el suceso como una «amenaza de tiranía», y arremetió contra ella en una editorial que tituló «Precedente funesto», y dio a conocer en su periódico.
El escollo más fuerte fue el de José Morel Romero, titular del Trabajo. Arguyó que el decreto que justificaría la intervención, de promulgarse, sería invalidado por el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales. No ocultó su malestar por no haber sido consultado. Había algo más grave. La Constitución disponía que el ministro firmara los decretos que emanaban de su cartera para elevarlo a la firma del Presidente. En este caso se hacía indispensable la firma de Morel.
Ante su reticencia, «Tony» Varona halló una solución salomónica. Obligó a Morel a tomar una licencia por enfermedad, pidió al Presidente que lo nombrara en sustitución del supuesto enfermo, y firmó como titular del Trabajo por sustitución reglamentaria.
A partir de agosto de 1940 se convocó en Cuba una campaña colosal de recaudación de fondos para dotar de talleres propios al periódico Hoy, órgano de los comunistas cubanos. Escribe Nicolás Guillén en sus memorias que fue inmenso el éxito de la nueva consigna: «¡Talleres para Hoy!».
El periódico —su verdadero nombre era Noticias de Hoy—comenzó a aparecer el 16 de mayo de 1938, aunque el primero de ese mes había lanzado una edición extraordinaria de 10 000 ejemplares.
De inicio se imprimió en sus primeros tres meses en los talleres del periódico Información, en Barcelona y Amistad. Pasó luego a los de Obrapía 359, entre Compostela y Habana, ocupados más tarde por Prensa Libre y Zigzag, y seguidamente a los de Lucilo de la Peña, en Compostela y Luz, donde en 1940 se tiraría Frente, el llamado mejor periódico del mundo, que murió al día siguiente del de su nacimiento cuando Batista, ya presidente, le negó el dinero prometido. De ahí volvió a la calle Obrapía.
En todos esos talleres la preocupación era la misma: conseguir el dinero para el papel y para el pago de los trabajadores de la imprenta, que iba siempre por delante, era motivo de angustia un día sí y otro también.
Laboraban o colaboraban en Hoy el escritor Félix Pita Rodríguez, que se ocupaba del magazín del diario, Nicolás Guillén con sus crónicas, y el poeta y novelista haitiano Jacques Roumain. El jefe de información era el hoy olvidado Vicente Martínez, quien haría célebre el seudónimo de Esmeril, con el que firmaba su columna En su punto, que llegó a ser leidísima. Conocía lo que es el periodismo desde la pa a la pe, desde vocearlo en la calle hasta diagramar sus páginas y llenarlas de textos interesantes en el ajetreo febril de la redacción. Con seis o siete años de edad y viviendo en una cuartería de la calle Perseverancia, había vendido periódicos para ayudar al sustento familiar, y a partir de ahí fue haciéndose el formidable periodista que llegó a ser.
En nueve meses se allegó el dinero para la imprenta que un «compañero de viaje» adquirió en Nueva York; muy buena, casi nueva y a buen precio. Pero, ¿dónde instalarla?
Mientras los hierros comprados quedaban a merced del salitre marino en los muelles habaneros, se estiró la colecta un poco más para adquirir un local apropiado.
Apareció al fin el de la calle Desagüe. Pero aquello era un desastre. Tenía filtraciones y techo y paredes amenazaban con venirse abajo. Se hicieron las reparaciones pertinentes y se amplió el edificio, y los operarios aprendieron a dominar las nuevas máquinas. Hoy, tirado en sus nuevos talleres, comenzó a aparecer el 29 de mayo de 1941.
A las seis de la mañana sonó el teléfono en la casa del parlamentario Aníbal Escalante, en la calle Libertad, en la Víbora, para informarle de la ocupación del edificio, rodeado a esa hora por más de diez perseguidoras. De inmediato el también director de Hoy salió a la Calzada de Diez de Octubre y abordó un tranvía que, con lentitud desesperante, lo dejó en Infanta, esquina a Desagüe, para seguir a pie hasta el periódico. A la altura de Oquendo el primer teniente Rafael Salas Cañizares le cerró el paso, pero el jefe del Buró de Investigaciones le dio acceso y lo acompañó hasta lo que fue su despacho. Ya allí discutió fuerte con el premier Varona, a quien pidió el documento judicial que amparaba el allanamiento del local. No lo había. Quiso Varona entonces formalizar el acta de entrega. Se redactó, pero Escalante, tranquilo y flemático, se negó a firmarla. Tampoco suscribió el acta de inventario, y pidió que constara en los documentos su declaración de no acatamiento.
A esta altura, Varona estaba visiblemente molesto y puso fin a la reunión, mientras el parlamentario recogía algunas de sus pertenencias, entre ellas un autógrafo del mayor general Calixto García, de quien su padre fue ayudante y biógrafo, y los retratos de sus hijos.
Hoy volvió a estar en la calle el mismo día, a las 9:30 de la noche. Era el mismo periódico, pero con el nombre de América Deportiva, impreso en un taller de Lamparilla y Mercaderes. Militantes del PSP, hombres y mujeres, lo repartían, y de paso exhortaban a la resistencia popular contra la ocupación y clausura de Hoy, que, denunció el político ortodoxo Millo Ochoa, y que constituía una infracción inequívoca del artículo 33 de la Constitución del 40, que condicionaba cualquier intervención oficial de periódicos a «previa resolución fundada de autoridad judicial competente».
América Deportiva despertó la preocupación del capitán de la Primera Estación de Policía, que no tardó en comunicarlo al teniente coronel Rego Rubido, jefe de Dirección del cuerpo policial. Era un periódico legalmente inscripto y, en apariencia, no había nada que hacer, pero se dispuso ponerle una guardia, con el pretexto de evitar una agresión del elemento anticomunista.
Todo cambió 24 horas después. Lograba América Deportiva otra tirada cuando Varona ordenó al Ministro de Gobernación su clausura. El sábado 26, sin miramiento alguno, la Policía se personó en el taller de Lamparilla, y el capitán de la Primera dijo a Escalante que no se permitiría sacar un solo ejemplar de la imprenta. «Es una cuestión de fuerza», recalcó. Aunque logró imprimirse la edición dominical del heredero del Hoy, la Policía frustró su circulación. Y el lunes, temprano en la mañana, quedaba clausurada definitivamente la voz de los comunistas cubanos, que volverían a tomar el sendero de la propaganda clandestina.