Lecturas
Prosigue el escribidor su recorrido por una ciudad que ya no existe. Edificios que desaparecieron o cambiaron su objetivo social para convertirse en otra cosa.
El edificio que, en 23, entre Infanta y P, en El Vedado, da albergue al Ministerio de Comercio Exterior y sus dependencias, así como a instalaciones de la TV cubana, se inauguró el 19 de enero de 1949. Se le llamó edificio de la Ambar Motor Corporation; su nombre, en verdad, es Motor Center, y tiene una importancia que va más allá de sus valores arquitectónicos y su significación en el entramado de la ciudad. Radio Centro, en 23 y M, en El Vedado, y el Motor Center iniciaron la zona comercial conocida como La Rampa, que creció a partir de la existencia de ambos inmuebles.
Su propietario, Amadeo Barletta Barletta, era el apoderado general en Cuba de la Santo Domingo Motors Company, y, como tal, el distribuidor de los autos, camiones y ómnibus de la General Motors. Era asimismo propietario o socio mayoritario del periódico El Mundo, de La Habana, y del Canal 2 de la TV nacional. Como si eso fuese poco, tenía intereses en el Servicio Radio Móvil, en firmas inmobiliarias y de seguros, en la Cooperativa de Ómnibus Aliados, en la Financiera Nacional del Transporte… unas 15 empresas en total, con un capital calculado en 40 millones de dólares.
Presidió y controló más de la mitad de las acciones del Banco Financiero, hasta que terminó traspasándolas a Agustín Batista, presidente de The Trust Co. of Cuba, la más poderosa de las entidades bancarias cubanas. Detrás de todos estos negocios estaba la Santo Domingo Motors Co., con sede en Ciudad Trujillo, de la que nunca se llegó a saber quiénes eran sus propietarios, pese a las presiones que ejerció sobre Barletta el Banco Nacional de Cuba. Aunque la representaba, la Santo Domingo no estaba bajo su control: la controlaban capitales italianos enmascarados.
Barletta nació en Cantabria, en 1906. Muy joven se estableció en Puerto Rico y en Santo Domingo, donde fue cónsul de su país y consiguió la representación de la General Motors, hasta que lo detuvieron por conspirar contra el generalísimo Trujillo. Benito Mussolini intercedió a su favor, y, también como cónsul y representante de la General Motors, llegó a Cuba en 1939. Era, se dijo, el representante del fascismo italiano para el Caribe y, en días de la Segunda Guerra Mundial, el Senado de la República dispuso su deportación. Volvió en 1946 y logró establecerse de nuevo, pese a la oposición de Washington, que no lo quería. Sus vínculos con el presidente Grau y luego con Carlos Prío, su sucesor en la Presidencia, le permitieron incrementar las ventas de carros Cadillac para altos cargos, y de los Oldsmobile para las perseguidoras, así como camiones para el Ejército.
Esos vínculos hicieron que Batista, ya en el poder, cortara a Barletta el agua y la luz. Dejó el nuevo Gobierno de adquirir sus vehículos y boicoteó la publicidad estatal para Tele Mundo. Barletta se acercó al nuevo mandatario y todo quedó arreglado. La asistencia del dictador, el 29 de octubre de 1953, a la boda de Nelia, la hija de Barletta, con el primogénito del Marqués de Valle Siciliana, fue todo un acontecimiento para la sociedad habanera.
Y del edificio, ¿qué? Aparte de los negocios de su propietario, radicaban allí las oficinas de la Concretera Nacional, entre otras muchas empresas, y numerosos despachos de abogados, como el del doctor Domingo Santo Domingo, abogado cubano de Hemingway, y, en el noveno piso del inmueble, el de Mario Lazo, de quien se dice que era el jefe de la CIA en Cuba. Todas esas empresas y oficinas fueron desapareciendo o encontraron nueva ubicación a partir del 23 de febrero de 1961 cuando el Consejo de Ministros creó el Ministerio de Comercio Exterior.
Fin de Siglo, tienda por departamentos de ropa hecha, joyería, librería, locería y cristales, peletería, perfumería, platería, quincalla, sedería, taller de confecciones y sombreros, surgió en 1897 como un pequeño bazar, que creció al ritmo de la Gran Habana hasta convertirse en un establecimiento con cinco pisos y entradas por San Rafael, Águila, Galiano y San José, y sucursales en varias ciudades de la Isla. Precisamente en la esquina de San Rafael y Águila radicó la primera fábrica de cerveza que existió en Cuba. Un verdadero fracaso, pues los emprendedores de entonces se empeñaron en elaborarla con guarapo. En los años 70 y 80, en Fin de Siglo, documentos del notario y libreta de productos industriales por medio, se habilitaban las parejas que contraerían matrimonio con ropa de vestir y dormir y ajuares de casa, que unas veces eran más completos y mejor surtidos que en otras. Fin de Siglo se fue apagando por pisos hasta que quedó solo el primero, donde se instaló una especie de feria con artesanías y artículos de relance. Eso también se acabó. Un día la tienda amaneció con las puertas tapiadas y cubiertas con maderas sus grandes vidrieras. Hasta más ver. Cuando en los 500 años de La Habana se le pasó la mano al bulevar, nada se hizo por Fin de Siglo.
No cree el escribidor que sean muchos los que sepan de qué se habla cuando se alude a la Plaza del Vapor, también conocida en su momento como Mercado de Tacón. Digamos enseguida que se trató de la plaza o mercado que ocupó la manzana enmarcada por las calles Galiano, Reina, Águila y Dragones, en Centro Habana. La edificación fue demolida, a golpe de piqueta, tras el triunfo de la Revolución, cuando se proyectó la construcción en ese espacio de un gran edificio de apartamentos, idea aplazada en su momento y ya, al parecer, definitivamente abandonada.
Se decidió entonces construir en su lugar el parque que llevaría el nombre de América Libre. Se construyó el parque, en efecto, pero desconoce el autor de esta página si ese es su nombre oficial. Porque popularmente llamamos a dicho espacio el parque de El Curita, importante entronque del transporte de pasajeros en la capital.
Ahora bien, ¿quién fue El Curita? ¿Qué relación guarda la vieja Plaza del Vapor con la vida de este valeroso combatiente, jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, asesinado en marzo de 1958?
El Curita laboró en una pequeña imprenta instalada en la Plaza del Vapor. Allí se imprimió de manera clandestina la primera edición de La historia me absolverá, el alegato de Fidel ante sus jueces por los sucesos del cuartel Moncada. La distribución del opúsculo en el país, antes de la amnistía de los moncadistas, en 1955, contribuyó de manera decisiva a forjar la vanguardia que encabezaría la lucha armada contra Batista.
Treinta y cinco librerías abrían sus puertas en La Habana de 1958. Ocho de ellas estaban establecidas a lo largo de la calle Obispo, en La Habana Vieja. De todas, la más importante y prestigiosa era La Moderna Poesía, en la esquina de Obispo y Bernaza.
Su fundador fue José López Rodríguez, un español que llegó a Cuba muy joven, sin dinero ni parientes que lo ayudaran, y que no demoró en convertirse en uno de los hombres más acaudalados de su tiempo. Le apodaban Pote.
Abrió La Moderna Poesía en 1890, y tras la instauración de la República logró monopolizar la impresión de documentos oficiales complejos, como sellos del timbre, bonos, acciones y billetes de banco que imprimía en La Casa del Timbre, sita en Bernaza esquina a Obrapía, también de su propiedad. Con el tiempo amplió sus negocios a los sectores azucareros, la construcción, las finanzas y del automóvil. Propietario de los terrenos donde se emplazaría el reparto Miramar y vicepresidente de un llamado Banco Nacional…
El 28 de marzo de 1921 apareció ahorcado en el cuarto de baño de su residencia de 13 y L, en El Vedado, donde sus hijos construirían el edificio López Serrano. Se le encontró colgado del tubo de la ducha. Se ha dicho que no fue suicidio, sino asesinato. Había acontecido el crac bancario de ese año y perdió el banco y los centrales azucareros y casi todo su capital, pero la familia logró retener cinco millones de pesos y, entre otras propiedades, La Moderna Poesía, por donde comenzó su fortuna.
Su hijo José Antonio era propietario de Cultural S.A., que se tuvo en Cuba como la más importante impresora y editora de libros, ubicada en Agua Dulce, y a la que pertenecía no solo La Moderna Poesía, sino la librería Cervantes, en la calle Galiano.
La Oficina de Historiador se empeñó en salvar La Moderna Poesía. En vano. Entró en un declive indetenible. La Distribuidora del Libro pretende rescatarla. Ojalá. Tal vez sea ya demasiado tarde.