Lecturas
Hace un par de semanas el escribidor y su esposa fueron invitados a visitar Santa María del Rosario. Invitaron los trabajadores de la Casa de la Cultura de la localidad con motivo de la celebración, el 21 de enero, de los 291 años de la fundación de la villa, una de las maravillas de la Cuba profunda y una de las dos ciudades condales existentes en la Isla. Era del interés de nuestros anfitriones asegurarnos un recorrido por lugares emblemáticos —la plaza de Armas, el mercado, la casa condal, ¡la iglesia!— y escucharnos en el conversatorio que programaron para la ocasión.
No pocas sorpresas depara al visitante este asentamiento poblacional de unos 3 000 habitantes situado en el extremo sudeste de La Habana y a unos 20 kilómetros del centro de la capital. Su balneario —ahora en restauración—, por las propiedades curativas de sus fangos y aguas, fue famoso en toda Cuba. Su iglesia parroquial, consagrada a la Virgen del Rosario, es colmo y pasmo de legos y entendidos.
«Esta es la catedral de los campos de Cuba», exclamó, deslumbrado por su grandiosidad, el Obispo Espada. Un templo monumental que resulta desproporcionado en esa «ciudad diminuta», como llamó a Santa María del Rosario esa gloria olvidada de nuestra cultura que es José María Chacón y Calvo, sexto Conde de Casa Bayona y descendiente por tanto de José Bayona Chacón Fernández de Córdoba y Castellón, primer Conde y fundador de la villa, que reprimió con saña, en 1727, la primera sublevación de esclavos que se registró en la Isla y a consecuencia de la cual fue fundada esta ciudad, que guarda los despojos de las víctimas en la cercana Loma de la Cruz, donde Bayona las hizo sepultar.
El primer Conde era propietario en la zona del ingenio azucarero Quiebra Hacha y del corral Jiacaro. Corría ya el año de 1732 cuando, el 14 de abril, solicitó a Felipe V, el primer Borbón que ocupó el trono español —era nieto de Luis XIV— la autorización pertinente para fundar la ciudad. Dio su consentimiento el monarca y el acontecimiento tuvo lugar el 21 de enero del año siguiente. Serían 30 las familias fundadoras. Todas blancas; todos españoles legítimos, tal como lo estipulaba la Real Cédula que autorizaba el
asentamiento. Ese mismo año se creó el Ayuntamiento, mientras que el primer Conde asumía el cargo de Justicia Mayor.
En torno a su plaza de Armas se construyeron el Ayuntamiento, el cuartel, la iglesia parroquial y la casa condal.
La iglesia se construyó entre 1760 y 1766 y se reconstruyó en 1810, dos años antes de que la visitara el Obispo Espada. En 1827, la «ciudad diminuta» contaba ya con 31 viviendas de mampostería y 126 de otros materiales, y 1 236 habitantes, de los cuales 302 eran esclavos. El hospital local, construido por la familia condal, resultó muy afectado por el huracán de 1844 y totalmente destruido por el de 1846. Al año siguiente, segregada del colindante municipio de Guanabacoa, era ya tenencia de Gobierno. Fue, en un momento dado, una de las 31 jurisdicciones en que se subdividió el territorio nacional. Pronto tuvo correo y telégrafo. Y, a su tiempo, teléfono. Contaba con cementerio propio.
El desarrollo de Santa María propició el surgimiento de los barrios de Cambute, Ciudad Grillo, San Antonio y San Pedro del Cotorro que creció, a partir de 1822, en torno a una bodega del camino a Güines, que servía como posta para las diligencias. Cosa curiosa. No deja de ser paradójico que Santa María sea hoy un barrio del Cotorro, que se fundó casi cien años después. En 1930 la Carretera Central dejó de lado al poblado original y propició el desarrollo del Cotorro y a ese término se trasladaron, después de 1959, el juzgado, la estación de Policía y la casa consistorial.
Apenas sin industrias ni edificios altos y modernos, regalando al visitante su apariencia de pueblo calmo y limpio de una Cuba rural y aldeana, Santa María del Rosario quedó enquistado en su historia. Puede ufanarse de ella.
La sublevación de esclavos que allí se registra es anterior a la del Cobre, que se tiene como la primera, y que habría que incluir en la llamada Ruta del Esclavo. En Santa María, el 12 de junio de 1762, Pepe Antonio Gómez y Bullones, al frente de 300 jinetes, acometió contra los 1 200 hombres del general George A. Elliot, uno de los jefes del sitio de La Habana por los ingleses, que marchaban desde Guanabacoa en busca de víveres y ganado.
A machetazo limpio, el criollo causó al invasor 23 muertos, cien heridos y más de 80 prisioneros. En 1896 tropas mambisas mandadas por el entonces teniente coronel Adolfo del Castillo atacaron la ciudad, la ocuparon y destruyeron parcialmente, menos su iglesia que respetaron por sus valores arquitectónicos.
Ese templo, uno de los ejemplos más interesantes del barroco criollo, fue declarado Monumento Nacional en 1946.
Su sobria arquitectura exterior, con sus techumbres estriadas de moho, contrasta con el estallido de oros y azules de los 55 metros de largo por 25 de ancho de su nave crucero, que exhibe 11 altares labrados en cedro imitando mármol y con dorados de oro de 22 quilates.
Su altar mayor, de diez metros de ancho por 15 de alto, es único en Cuba; «una de las maravillas de la talla colonial criolla», como le llama el novelista Alejo Carpentier, que pondera sus columnas salomónicas recubiertas de oro, sus hojas de acanto entretejidas y sus guirnaldas barrocas.
«Bajo la comba del púlpito de madera labrada, una paloma de porcelana, imagen del Espíritu Santo, cuelga de un hilo. En vitrinas de cristales fragmentados (…) los santos de catadura española sonríen o lloran sus miserias acreedoras de la eterna beatitud. La cúpula del ábside muestra su prodigioso trabajo de vigas entrelazadas», precisaba Carpentier, en 1940.
¿Era de Velázquez el retrato de Ignacio de Loyola que se exhibía en esa iglesia? ¿Fue Benvenuto Cellini el autor del cáliz que lucía entre las alhajas de plata repujada del templo? No hay ya respuesta categórica para esas interrogantes… Tal vez, como dijo un especialista, todo sea parte de la leyenda que
envuelve este pueblo de leyenda. Lo que no se discute es la autoría de las imágenes de santos que allí cuelgan y de las pechinas del crucero, que hoy se tienen como imprescindibles en la historia de la pintura cubana.
En una de ellas, su autor Nicolás de la Escalera, el primer pintor cubano del que se guarda memoria, plasmó a la familia del primer Conde, orando, y, junto a ella, a un esclavo. Por primera vez la imagen de un negro entraba en una iglesia. ¿Qué hace allí? ¿Qué hizo que mereciera tal honor? Sucede que el negro curó a su amo, gotoso y paralítico, con baños de las aguas locales cuando ya los médicos lo daban como caso perdido. Y el Conde no encontró mejor forma de retribuirlo que la de ese retrato.
Una cura sobre la que se cimentó la fama del balneario local, inaugurado en 1835. Aguas que demuestran su eficacia para el tratamiento de la artrosis, la artritis, las afecciones dermatológicas en todas sus modalidades, los males cardiovasculares y respiratorios y dolencias genitourinarias. Se habla de sus posibilidades en la infertilidad y en el tratamiento de la diabetes mellitus y la gota y trastornos del sistema homolinfopoyético y desarreglos, tanto degenerativos o incidentales, del sistema nervioso central. Aguas y fangos milagrosos con significación internacional, importantes también en la cosmetología.
La reina Sofía, de España, visitó Santa María del Rosario, en noviembre de 1999. Antes, en 1937, la visitó otro miembro de la realeza española, Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de Alfonso XIII y Príncipe de Asturias, ya Conde de Covadonga por su matrimonio con la cubana Edelmira Sampedro. Contó el pintor manzanillero Julio Girona que una tarde, mientras conversaba con José María Chacón y Calvo en la terraza de la casa condal vio aparecer a un sujeto con las mangas de la camisa recogidas en los codos. Lo tomó por un sirviente… Era Federico García Lorca.
La Casa de la Cultura invitó al escribidor y su esposa a volver a Santa María del Rosario. Lo haremos muy pronto. Ya marcamos la visita en nuestras agendas.