Lecturas
Se opuso a los ocupantes ingleses, se negó a pagar las contribuciones de guerra que exigían los invasores y ordenó al clero que no colaborase con ellos. Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y de Lora, obispo de Cuba, era irascible y tenía la boca dura y no demoró en convertirse en la cabeza visible de la oposición abierta al extranjero, por fidelidad a España y por rechazo a su condición de protestante. El enfrentamiento llegó a su clímax cuando el Conde de Albemarle, Gobernador de La Habana, le solicitó el inventario de todas las propiedades de la iglesia y la relación del personal que las atendía, y la entrega de un templo para las prácticas religiosas de sus tropas.
Timoneó el prelado ambas pretensiones, pero Albemarle parecía no tener límite, y aunque aseguraba su deseo de una mayor concordia con Morell y su iglesia, hizo otra exigencia, esta vez un pedido no menor de cien mil pesos que, decía, le debía la iglesia como presente; suma exorbitante que el Obispo propuso someter a la consideración del monarca español y del rey británico. El inglés ripostó con la solicitud, una vez más, de la relación de las propiedades de la iglesia.
Fue la gota que desbordó el vaso. El 3 de noviembre de 1762, Albemarle emitía un decreto en el que hacía constar que Morell, «de manera no muy respetable», se había negado siempre a entregar la lista demandada, por lo que se hacía «absolutamente necesario que el Señor Obispo sea mudado de esta Isla, y enviarle a la Florida en uno de los navíos de guerra de Su Majestad, a fin de que la tranquilidad se preserve en esta urbe…».
Una mañana, muy temprano, una patrulla de soldados británicos se personó en la casa de Morell. Lo encontraron desayunando y lo conminaron a que los acompañara. Se negó el prelado y los soldados, sin permitir que concluyera su alimento, cargaron con la silla que ocupaba y lo sacaron a la calle para conducirlo al puerto donde, aún en ropa de dormir, lo llevaron a bordo de una fragata que zarpó esa misma tarde.
Regresó el Obispo en abril del año siguiente, seis meses después de iniciado su destierro. El ocupante británico no pudo resistir por más tiempo el reclamo en ese sentido de los habaneros y del estamento eclesiástico; temió tal vez los desórdenes que podían producirse si se negaba a acceder al regreso. Su vuelta provocó en La Habana, con las campanas al vuelo de los templos, un estallido de júbilo nunca antes visto.
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, trigésimo obispo de Cuba, obispo también de Jamaica y provincias de la Florida y consejero de Su Majestad, es de los pastores más importantes de la iglesia cubana. Alcanza esa dignidad en 1753. Antes fue, en 1751, obispo de Nicaragua. Tenía 73 años de edad cuando obtuvo en la Universidad de La Habana el Doctorado en Derecho Canónico.
Escribió mucho. Parte de su obra se ha perdido. De la que ha llegado a nosotros sobresale Historia de la Isla y Catedral de Cuba, el libro de carácter histórico más antiguo de los escritos en la Isla, y que la Academia de la Historia publicó en 1929. Gracias a esa obra se conservó el poema épico Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, escrito en 1608 y que es el primer monumento conocido de la literatura cubana. Morell lo copió y lo salvó al incorporarlo a su texto.
No solo fue nuestro primer historiador. Es el autor del primer censo de población que se acomete en la Isla y, por si fuese poco, introductor y pionero de la apicultura en Cuba. Trajo, a su regreso del destierro, las primeras colonias de abejas de Castilla que se conocieron aquí y que fomentaron ese importante renglón de la economía nacional.
Expresó: «El poderoso chupa la sangre del pobre, se engrosa con el sudor de su frente, se hace fuerte con sus jornales y nada perdona para apagar su infame sed de oro».
De Morell dijo uno de sus biógrafos: «Era caritativo con los pobres, áspero con las beatas, celoso de su ministerio, severo con la clerecía y honrado en sus costumbres».
Esta es su historia.
Se dice que contaba solo con tres camisas de lienzo burdo, y el día que vio a unos menesterosos casi desnudos, arrancó las cortinas de su aposento y se las entregó para que pudieran vestirse. Promovió, sin éxito, la creación de una universidad en Santiago de Cuba y llevó la enseñanza a indocubanos radicados en Jiguaní y El Cobre, y no abandonó a sus feligreses que en número de mil se alistaron para repeler, en 1741, el desembarco británico por la bahía de Guantánamo con vistas a ocupar la ciudad de Santiago de Cuba. Logró algunos éxitos en su empeño por mejorar la calidad de vida de los privados de libertad.
Asistía a los cabildos africanos. Fue benigna su actuación como inquisidor. En resumen, trató, con su autoridad, de proteger a sectores marginados, paliar algunos de los más crudos problemas sociales, extender la presencia de la iglesia, adecentar el clero y dignificar el culto, mejorar la instrucción pública y propiciar la cons-
trucción de hospitales.
Era Gobernador Eclesiástico del Obispado cuando medió como tal, en julio de 1731, en la sublevación de los cobreros en las minas de Santiago del Prado. Asumió en esos sucesos una actitud crítica ante la posición del Gobernador de Santiago de Cuba, en cuyas medidas encontró las causas de la sublevación.
Impidió, con su mediación, que el gobernador desatara una matanza y escribió luego al rey a fin de imponerlo
de los desmanes del funcionario abusador. Cuando el segundo alzamiento de los vegueros, en La Habana, contra el estanco del tabaco, a él se debió el acuerdo alcanzado que evitó el derramamiento de sangre.
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz nació en Santiago de los Caballeros, Santo Domingo, en 1694. Hizo estudios en la universidad de esa colonia y su brillante carrera le valió que, aun sin estar ordenado sacerdote, recibiera las dispensas necesarias para que se le nombrara Canónigo Doctoral de la Catedral de su país. Tenía entonces 21 años de edad.
Es ya en Cuba, en 1718, cuando se le confirmó la tonsura y los grados eclesiásticos, y en esa misma fecha se le nombra Provisor y Vicario General de la diócesis. Al año siguiente es nombrado Deán de la Catedral de Santiago de Cuba. Tiene 25 años de edad, es ya la segunda figura del obispado, y recibe como tal la encomienda de organizar la catedral y la iglesia toda en la zona oriental. Es notable, afirman sus biógrafos, la labor organizativa, pastoral y social de Morell, en esa etapa y en años posteriores, incluyendo su vínculo con descendientesde aborígenes y esclavos.
A la muerte del obispo Valdés, asume el cargo de Gobernador Eclesiástico del obispado. Se le nombra Obispo de León, en Nicaragua, y dedica buena parte de los dos años y medio que pasa en el cargo en realizar una visita pastoral por los territorios de las actuales repúblicas de Nicaragua y Costa Rica, que le permiten el conocimiento riguroso de la región.
En 1753 es Obispo de Cuba. Regresa a la Isla y se asienta en La Habana. Desde aquí emprende un recorrido pastoral sintetizado en el informe titulado La visita eclesiástica, que es una de las fuentes de información más importantes sobre la realidad cubana de mediados del siglo XVIII.
Una caracterización detallada y abarcadora de la sociedad colonial, con un método riguroso en la descripción de cada localidad visitada y el empeño de lo que puede considerarse el primer censo de población realizado en la Isla sobre el
terreno. Un texto que posibilita una visión relativamente exacta, en su momento, del estado de la Isla de Cuba.
Su salud se fue deteriorando. Falleció el 29 de diciembre de 1768. Pidió que no embalsamaran su cadáver. Se le dio sepultura en la Parroquial Mayor, templo ubicado frente a la Plaza de Armas, donde se construiría el Palacio de los Capitanes Generales. Ese templo, muy afectado por la explosión en el puerto del navío Invencible, fue demolido en 1777. Se desconoce a dónde fueron a parar los restos del Obispo.