Lecturas
El derecho de soñar, novela que transmite ahora la TV cubana, trajo a planos de actualidad la figura de María Valero, la actriz española avecindada en la Isla y que fue exaltada como la Gran Dama de la Radio Cubana.
Mucho se ha repetido en Cuba su nombre, no para evocar sus condiciones excepcionales de actriz ni para destacar su participación en la guerra civil española y su relación con Tina Modotti, sino para rememorar las circunstancias de su muerte, en la madrugada del 26 de noviembre de 1948, cuando en la Avenida del Puerto, frente al restaurante El Templete, fue atropellada y arrastrada por un automóvil que, zigzagueante y a exceso de velocidad, conducía un borracho.
Un cometa era perfectamente visible desde La Habana y su visión se hacía imponente e insuperable si se le observaba desde el Malecón, a las cinco de la mañana. Un grupo de actores quiso vivir la experiencia. Se dieron cita en la cafetería de 23 y F, cenaron o bebieron en La Maravilla, restaurante situado frente a la Plaza del Cristo, famoso por sus bistecs con mojo crudo, y pasaron por El Colonial, cabaré de travestis emplazado en parte de la casa donde se halla ahora la galería de Carmen Montilla, frente a la Plaza de San Francisco…
Varios eran los paseantes. Entre otros, junto a María, formaban parte del grupo las actrices Minín Bujones y Myriam Acevedo, el primer actor Eduardo Egea, la publicista Mirta Muñiz, Emilia Aragón y Avelino Rangel, del dúo Emilia y De Flores… El primer actor Ernesto Galindo, que compartió con María el protagónico de Doña Bárbara y que formó con ella una pareja romántica que hizo suspirar a jóvenes y mayores, excusó su presencia; dijo que había pasado horas, en días anteriores, esperando al cometa y no lo había visto, lo que hizo que María comentara: «Es que el cometa no sale cuando hay una estrella delante».
Se disponían a cruzar la Avenida del Puerto, en un punto comprendido entre las calles Obrapía y Jústiz, cuando ocurrió el accidente fatal.
Y es aquí donde las versiones difieren. Orlando Quiroga, en su libro Nada es imposible, ofrece, más fantasiosa que real, la más repetida. Pretende equiparar la muerte de la actriz española con la de Isadora Duncan: viajaba la bailarina en un automóvil y su bufanda, larguísima, se enredó con los ejes de las ruedas, ocasionándole la muerte.
Escribe Quiroga con relación a la Valero: «Ella llevaba anudada al cuello una larga chalina que iba flotando en el aire. Cuando atraviesan la calle, pasó un auto por detrás, la chalina se enredó en las ruedas, y María cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra el pavimento, lo cual le ocasionó la muerte inmediata».
Josefa Bracero, historiadora de la radio cubana, trató de reconstruir los hechos para su ensayo biográfico María Valero, detrás de un rostro, de una voz (2018).
Recoge la investigadora el testimonio de Mirta Muñiz: «(…) (Sucede) cerca de las cinco de la madrugada. Es tan de sorpresa que no da tiempo a nada. De pronto un auto que viene a gran velocidad comienza a zigzaguear. No se puede impedir, todo ocurre muy rápido, después un golpe, los gritos. Aquello es inimaginable. Y a unos metros el cuerpo ensangrentado de María…».
El periodista Germinal Barral, que hizo célebre el seudónimo de Don Galaor, y que parece haber tenido una relación amorosa con la actriz, escribió en la revista Bohemia que la primera noticia le llegó por una llamada telefónica sobre las cinco de la mañana. Le dicen del accidente, pero no toda la verdad y él, creyéndola viva, corre hacia la casa de socorros de la calle Corrales a donde la llevaron.
El infatigable Don Galaor, sin cuyos reportajes y entrevistas resultaría imposible escribir la historia de la farándula en Cuba, contó que Rangel llevaba del brazo a María y a Emilia y que cuando se disponían a cruzar la avenida, entonces en reparación, alcanzaron a ver un vehículo que avanzaba a gran velocidad. Se detuvieron sin sospechar que sufrirían una embestida. Emilia fue golpeada por el guardafangos delantero, mientras que María y Rangel eran lanzados hacia atrás, pero la ropa de la actriz se enredó en la defensa trasera y el auto la arrastró unos 12 metros. Falleció, al parecer, instantáneamente. Tenía 36 años de edad y era vecina de calle G, No. 604. Esa noche había salido al aire, por las ondas de CMQ, el capítulo 199 de El derecho de nacer, de Félix B. Caignet.
En su columna del periódico Información, escribía el narrador Luis Amado Blanco: «Iba a mirar una estrella, una estrella errante, de esas que pasan sin dejar más rastro que su cola de luces esplendentes. Iba a mirar tan solo eso, un rastro de Dios por la alta bóveda, y se quedó, ya para siempre, mirándola, destrozada por una brutal coincidencia, rota su voz y su mirada, donde dormían tantos lejanos y ajenos infortunios».
Cuando finaliza la guerra civil española, en la que participó como enfermera, primero en la retaguardia y luego en un frente de guerra, María está en el bando de los perdedores. Logra pasar a Francia —50 kilómetros a pie, con escasa comida y poca agua—. El futuro es incierto. Quiere ir a México, pero su tía, la actriz Pilar Bermúdez, radicada en la Isla, mueve sus influencias y logra el permiso de desembarque en La Habana. Tiene apenas 27 años, pero es una mujer triste y prematuramente envejecida.
Al comienzo fueron solo pequeños papeles, más bien bocadillos y honorarios bajísimos. Hubo quien le vaticinó un fracaso seguro. «No será nunca actriz, con esa voz no podrá hacer nada jamás», llegó a decirse, pero hubo gente que creyó en ella y la ayudaron. Pasó por Radiodifusión O’ Shea, y en Radio Lavín escribió pequeños textos que leyó ella misma. Se abrió paso en el teatro.
Su Doña Inés, en Don Juan Tenorio es, sencillamente, insuperable. El éxito le llegó más temprano que tarde. No demoró en formar parte, como artista exclusiva, del cotizado cuadro dramático de la firma jabonera Sabatés y asida del brazo de Ernesto Galindo, el galán de moda, consolida su presencia en La Novela del Aire de la RHC Cadena Azul, de Amado Trinidad. Su papel en El collar de lágrimas, de Pepito Sánchez Arcilla, que con sus 965 capítulos es la radionovela más larga de toda la historia de Cuba, la había convertido en la figura más popular de la radio. Su arte y su voz maravillosa eran la admiración de los oyentes que seguían, devotos, sus interpretaciones.
La CMQ, que ya había iniciado su guerra a muerte contra la RHC, quiere a María en sus predios como artista exclusiva y le ofrece un salario de 600 pesos mensuales, suma no alcanzada por actriz alguna en Cuba y totalmente desconocida en la familia radial. Acepta, se desbarata la pareja con Galindo y surge otra nueva, la de María Valero con el primer actor Carlos Badía. Juntos actuarán en El precio de una vida, de Caignet, y en el momento del accidente asumían, como Isabel Cristina y Albertico Limonta, los protagónicos de El derecho de nacer, la más famosa y recordada de todas las radionovelas. Y es esa obra, escribe Josefa Bracero, la que convierte a María Valero en una leyenda.
Había traído de España un puñado de tierra de Madrid que recogió en la premura de la evacuación para que la acompañase por siempre, y una mantilla negra, con la que descendió del barco que la trajo desde Francia.
El cadáver de María fue expuesto en la funeraria Caballero, en la esquina de 23 y M, en lo que sería la Rampa habanera. Allí los fotógrafos captaron la última imagen de la actriz. La mantilla negra le cubría la cabeza y parte del rostro maltratado por el accidente.
Tanta era la gente que quería despedirse de su ídolo que para entrar a la casa mortuoria no quedó más remedio que formar una fila que arrancaba en Malecón y subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. Una multitud enorme, que se dio cita de manera espontánea, la acompañó a pie hasta el cementerio de Colón.
Esa noche no se transmitió el capítulo 200 de El derecho de nacer. La CMQ trasladó a la funeraria sus micrófonos y Enrique Núñez Rodríguez debió escribir de prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la artista desaparecida, mientras que el director Justo Rodríguez Santos entresacaba de capítulos ya transmitidos de la radionovela frases en boca de la fallecida a fin de ponerla a dialogar con Minín Bujones, que asumiría el papel de Isabel Cristina. María se despedía en aquella conversación que nunca fue, como si partiera a un lugar remoto. El público se emocionó mucho al escucharla por última vez, con su voz bellísima, yéndose de la novela, yéndose de la radio, yéndose de la vida.