Lecturas
En un debate sobre el presupuesto del Estado, que tuvo lugar en una sesión extraordinaria del Senado de la República el 21 de julio de 1941, Ramón Zaydín, alias Mongo Pillería, Primer Ministro en el gabinete del presidente Fulgencio Batista, apagó su tabaco, elevó los ojos al cielo y en tono mayor y en un rapto de sinceridad confesó que carecía de sentido incrementar los impuestos en un país en que el 40 por ciento de las nóminas oficiales estaban en manos de botelleros; en una nación en la que solo en automóviles de funcionarios y empleados públicos se gastaban 200 000 pesos mensuales (esto es, 2 400 000 pesos al año). Añadió que no tenía sentido incrementar un presupuesto mientras se contaba con hospitales mal atendidos, existían carreteras quebradas y escuelas lanzadas a la calle por falta de pago del alquiler del local que ocupaban.
Precisó el jefe del Mongonato: «No es hacerle ningún bien a la República, es continuar el estado de desbarajuste de la hacienda pública, la anarquía de la economía privada y la desarticulación de la economía nacional, es simplemente caminar verticalmente hacia el derrumbe de las instituciones republicanas».
Si eso decía el Premier, ¿qué diría la oposición? A confesión de parte, relevo de pruebas.
Una resolución del 6 de junio de 1949 suscrita por Orlando Puentes, secretario de la Presidencia de la República, disponía que a partir del día siguiente toda persona que acudiera al segundo piso del Palacio Presidencial a entrevistarse con el presidente Prío o a gestionar algún asunto en su Secretaría, debería vestir de saco y corbata, quedando prohibido hacerlo en guayabera o en camisa deportiva.
La primera víctima de la medida fue Miguel Tarafa Govín, senador por Matanzas, que, sin chistar, acató la disposición, y poco después regresó vestido como disponía la exigencia.
En realidad, la prohibición de la guayabera en Palacio databa de tiempos de Batista (1940-44), pero se aplicaba a conveniencia y nunca a un parlamentario. Grau nunca la aplicó, y en verdad convirtió la guayabera casi en un traje de corte.
Prío retomó la medida por estimar que se trataba de una ropa «confianzuda». Campechano y cordial como era, declaró que no sentía malquerencia alguna contra la prenda nacional: lo hacía porque trataba de rodear a la Presidencia de cierta solemnidad.
Precisaba: «Yo conozco mucho a mis paisanos, y de tolerarse el uso y abuso de la guayabera y sus descendientes ilegítimos —la guayabana, la camisa playera y la camagüeyana— cualquier día Segundo Curti (el ministro de Gobernación) se aparece en Palacio en calzoncillos, y eso es lo que quiero evitar».
Sucedió luego lo siguiente: tras el asalto al cuartel Goicuría, Batista dispuso que Prío fuera expulsado del territorio nacional, y cuando el brigadier general Rafael Salas Cañizares, jefe de la Policía, lo sacó de La Chata, su finca de recreo en Arroyo Naranjo, para conducirlo al aeropuerto de Rancho Boyeros, Prío vestía de guayabera y llevaba como único equipaje un cartucho con una máquina de afeitar. Batista declaró entonces que con ese atuendo, impropio de un expresidente, Prío intentaba desprestigiar a la República.
Un combatiente del Ejército Libertador que peleó en la Guerra de Independencia a las órdenes de Guillermo Moncada y Antonio Maceo (quien lo ascendió al grado de teniente), fue inhumado como pobre de solemnidad en el tramo de limosna de la Necrópolis de Colón, a donde sus despojos fueron conducidos en el llamado carro de la lechuza del municipio habanero. Tampoco se le rindieron los honores militares que le correspondían y que la República tributaba a los libertadores.
El capitán Agustín Collado, blanco, de 78 años de edad y vecino de Santiago de Cuba, falleció en el Instituto del Cáncer de La Habana el 23 de diciembre de 1948. En su ciudad natal libró campañas periodísticas por la independencia y fue un activo conspirador hasta que el mismo 24 de febrero de 1895 se alzó en armas a las órdenes de Guillermo Moncada y estuvo después entre los hombres que en Mangos de Baraguá inició la marcha de la Invasión junto a Antonio Maceo. Como parte de la tropa del Titán, de la que se separó en Matanzas, participó en numerosos combates.
En los días del fallecimiento de Collado, el periódico habanero El Mundo publicó el facsímil del documento fechado en Hato del Medio, el 10 de octubre de 1895, en que Maceo disponía su ascenso «por sus servicios prestados a la causa de la independencia».
En la República vivió como pudo, pero siempre con honestidad, ora en Bayamo, ora en Manzanillo o en Guantánamo. Muy enfermo, el viejo mambí ingresó en el hospital Calixto García, y en esa institución permaneció hasta que su estado de salud impuso su traslado para el Instituto del Cáncer. Al ocurrir el deceso, la dirección de ese Instituto no lo informó al hijo del veterano, radicado en Santiago de Cuba, y cuyas generales constaban en la historia clínica del paciente, quien al arribar a la capital, preocupado por la ausencia de noticias sobre el estado de salud de su progenitor, se encontró con la realidad de que había fallecido.
Ese 26 de diciembre, a las 10:30 de la mañana, en la estación telegráfica de Medina, se cursó telegrama dirigido a la Asociación Nacional de Veteranos, sita en la Avenida de Bélgica: «Comunico a ustedes que el señor Agustín Collado… falleció el 23 de diciembre a las cuatro de la mañana. Fdo. Dr. Emilio Martínez, Director del Instituto del Cáncer».
Dicho mensaje se recibió a las 11 de la mañana del propio día en la Central Telegráfica y fue enviado dos horas después a su destino. Cuando miembros del Consejo Nacional de Veteranos acudieron a recoger el cuerpo del difunto, hacía ya 48 horas que el cadáver del capitán Collado había sido inhumado.
Lo publicó el periódico El Mundo el 7 de mayo de 1943. En la ciudad de Cienfuegos, el mambí Trinidad Zúñiga Pérez fue detenido por la Policía: había robado una gallina. Ya en la unidad policial, al prestar declaraciones, confesó que no acostumbraba a cometer esa clase de delitos, pero que tenía cuatro menores a su amparo y percibía una pensión mensual de solo 17 pesos. El juez de instrucción le señaló una fianza de cien pesos.
En octubre de 1955, la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo la emprendía también contra la guayabera. La típica prenda se erradicaba de todos los centros judiciales.
Una nota publicada en el periódico Avance informaba que los magistrados que conformaban dicha instancia, velando por que las salas de los tribunales y juzgados «mantengan la dignidad propia de esos sitios» acordaron prohibir que funcionarios auxiliares y subalternos concurrieran a prestar servicios vistiendo guayabera o camisa de cualquier otro tipo.
La prohibición afectaba asimismo a abogados y procuradores, partes y público en general que concurriera al Supremo y a las audiencias provinciales para participar o asistir a los actos que tuvieran lugar en esas salas. Puntualizaba la medida de la Sala de Gobierno que dicha vestimenta no está de acuerdo con «la compostura y el decoro» que corresponden a la naturaleza de las funciones propias de los tribunales.
Con anterioridad, el 13 de noviembre de 1944, la Sala de Gobierno había prohibido el uso del ensemble en los tribunales de Justicia.