Lecturas
Zulueta es una de las calles más transitadas de La Habana. Marca uno de los límites del Parque Central y le pasa por la puerta al hotel Plaza. Cruza por un costado del Museo de la Revolución —edificio que se construyó para Palacio Presidencial y se inauguró como tal en 1920—, del Memorial Granma y del Museo Nacional de Bellas Artes y a su vera se asoma, entre otros establecimientos, el famoso bar Sloppy Joe. Enfrente y paralela a Monserrate, Zulueta se desarrolló a partir del derribo de las Murallas y se pobló con los años. Se le llamó así en 1874, pero en 1909 se le dio el nombre de Ignacio Agramonte, en honor del Bayardo de la Revolución Cubana, nombre este, Agramonte, que se le ratificó en 1936, y que nunca ha arraigado entre la población que continúa llamándole Zulueta.
Se trata de una vía que corre entre la salida del Túnel de La Habana y la Estación Central de Ferrocarriles y no es enteramente recta pues acusa inclinaciones a la altura de las calles Cárcel, Neptuno y Dragones, y se corta con arterias importantes, lo que facilita el rápido desplazamiento hacia cualquier punto de la ciudad.
Hay en La Habana calles eminentemente comerciales, como Galiano y Monte, habitacionales, como Línea, e institucionales como Aguiar, con sus numerosas agencias bancarias y sus más de cien bufetes de abogados. Zulueta, en cambio, es una calle diversa. Tampoco es homogénea en toda su extensión. Más que una sola calle parece tratarse de varias vías superpuestas. No es lo mismo el tramo que pasa por delante del Monumento de la Real Cárcel y el Palacio Velasco Sarrá —embajada del Reino de España—, deja atrás el Museo de la Revolución y el Museo Nacional de Bellas Artes, los hoteles Plaza y Parque Central, este, con su torre anexa, que el tramo que se abre con el Teatro Payret, llega a Teniente Rey con el recién remozado Gran Hotel, y pasa por delante del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, el edificio de la Cruz Roja de Cuba, en el número 461 de la vía, y las sedes de instituciones ya desparecidas como la Asociación de Emigrados Revolucionarios Cubanos, la Asociación Nacional de Veteranos y la Asociación Nacional de Hacendados de Cuba, en los números 460, 416 y 465, respectivamente. Un tramo que se cierra en Dragones, con el Teatro Martí.
El trecho que se abre entonces, el último, hasta la Estación de Ferrocarriles, es el menos atractivo de los tres desde cualquier punto de vista, si bien parece ser el más poblado de todos.
Allí, en el número 658 —donde radica ahora el restaurante El Guajirito— estuvo la sede de la Federación Obrera de La Habana, de donde fue secuestrado por la esbirriada machadista el líder anarquista Alfredo López, muerto en el Castillo de Atarés, en medio de horribles torturas y enterrado en el camino que asciende hacia la fortaleza. Julio Antonio Mella, que fue su discípulo, le rindió a su muerte emocionado tributo. Le llama «maestro, hermano y compañero» Y precisa: «Cuando nos llegue a la clase oprimida la hora de nuestro triunfo, lo obtendremos en gran parte por lo que tú iniciaste…».
Corresponde a este tramo de la calle Zulueta —número 621— el Dispensario Diego Tamayo, —actual policlínico— que prestó servicio a los sectores menos favorecidos de la sociedad, fue pionero en la asistencia médica ambulatoria e hizo, a comienzos del siglo XX, un aporte de primer orden en la docencia de la especialidad de Medicina. En las áreas de esta institución que lleva el nombre de un médico que alternó, en París, con Pasteur y fue amigo y colaborador de José Martí, nació la Cruz Roja cubana. Se considera su laboratorio como el antecesor de los Laboratorios Finlay.
En el número 557 radicó la fábrica de las célebres Muñecas Lily. Poder jugar con una de ellas, pasearla, vestirla, fue una de las grandes ilusiones de las niñas cubanas hasta 1958, aunque no todas pudieron tenerla.
Se habla de la calle Zulueta y viene a la memoria la Plaza del Polvorín, en la manzana enmarcada por las calles Monserrate, Zulueta, Ánimas y Trocadero, donde entre 1882 y 1886 se construyó el Mercado de Colón, el mejor, dice el historiador Emilio Roig, que ha tenido La Habana desde el punto de vista arquitectónico, proyectado y edificado por arquitectos cubanos a un costo de más de cien mil pesos oro español.
Su fachada principal daba a la calle Zulueta. Dice Roig que se trataba de una vasta construcción de sillería con una rotonda central formada por columnas de hierro fundido y una cúpula de acero. El profesor Joaquín Weiss elogió «su típica arquería romana, que rodeaba toda la manzana, y añadió que en los pabellones de los ángulos y en el pabellón central por la calle Zulueta se emplearon de manera discreta motivos de Palladio. A juicio del arquitecto José Bens Arrate, el edifico era, sencillamente, «una obra maestra».
En 1947, sin embargo, le llegó su mala hora. Contaba en esa fecha con 200 establecimientos comerciales de todo tipo y unos 500 inquilinos habitaban en sus pisos superiores cuando el Ministerio de Sanidad ordenó su clausura definitiva. Y el edificio, que, por su permanente belleza y tipicismo, pudo haber sido rescatado, sufrió la suerte tristísima de su demolición al decidirse construir el Palacio de Bellas Artes en el terreno que ocupaba. El arquitecto Evelio Govantes tuvo la genial idea de adaptar para museo el interior del inmueble y preservar sus muros exteriores. Comenzó su restauración y se construyó una bellísima fachada sobre la calle Trocadero, frente al Parque Zayas; hoy Memorial Granma, pero funcionarios del gobierno de Carlos Prío, con poder de decisión, se inclinaron por un edificio completamente nuevo. Se inauguró en 1954 y atesora en sus salas unas 47 000 obras de arte cubano y universal, valoradas en unos 600 millones de dólares.
Por increíble que parezca, el cuartel de bomberos de Magoon, en la esquina de Zulueta y Virtudes, carecía de agua y los carros bombas debían tomarla de un hidrante situado en las inmediaciones del cine Payret.
El 20 de mayo de 1925 cogía candela el edificio que albergaba el Círculo del Partido Liberal. Los bomberos no pudieron sofocar las llamas y el inmueble quedó reducido a ruinas, pese a que el Círculo se ubicaba frente por frente al cuartel. Fue un mal augurio. Ese día el Partido Liberal volvía al poder en la persona del general Gerardo Machado que a las 12 meridiano accedía a la presidencia de la República, y aquel incendio anticipó lo que al país se le venía encima.
El escribidor trae ese hecho a colación porque ahí está el antecedente más remoto del cabaret Tropicana. En efecto, el ítalo-brasileño Víctor de Correa, que regenteara centros nocturnos en Panamá, quiso montar un cabaret al aire libre en La Habana y para hacerlo escogió las ruinas de la antigua instalación de los liberales. El nuevo establecimiento sin techo se llamó Eden Concert e hizo época, en la década de 1930, con sus grandes espectáculos. Allí estuvo hasta que decidió montar su negocio fuera de La Habana. Buscó Correa un lugar retirado para lanzarse de lleno a una aventura «diferente, novedosa y sensacional». Visitó un predio en Marianao y le gustó la gran mansión rodeada de un bosque tropical de maravilla; el sitio ideal para convertirlo en un oasis del placer y del juego. No lo pensó dos veces y entró en arreglo con la propietaria, que le alquiló la finca por cien pesos mensuales y con el ruego de que respetara la vegetación. A esa altura, se dice, De Correa era solo la cabeza visible del negocio: actuaba como testaferro de dos norteamericanos que no daban la cara y que eran en verdad los que decidían. Nacía así, en la noche de San Silvestre de 1939 el cabaret Tropicana.
La calle lleva ese nombre en honor de Julián de Zulueta y Amondo, Marqués de Álava y Vizconde de Casablanca, quien, decía el erudito Juan Pérez de la Riva, «fue uno de los grandes promotores del capitalismo en Cuba mediante la trata de negros y chinos, el cohecho y la corrupción oficial». «El más conspicuo representante del nuevo tipo del gran burgués esclavista-comerciante-refaccionista-hacendado-tratante y noble titulado, todo en una pieza», le llama Leví Marrero. Una localidad de Villa Clara lleva también su nombre.
Vasco, comerciante de víveres, tratante de negros y chinos, productor de azúcar, empresario; consejero de Hacienda del gobierno colonial, cónsul del Real Tribunal de Comercio, presidente de la Comisión Central de Colonización y de las Juntas de la Deuda, Hacendados y Propietarios; alcalde de La Habana, coronel de voluntarios, senador vitalicio del reino, diputado a Cortes; presidente del Casino Español de La Habana y Gran Cruz y Comendador de la Orden de Isabel la Católica…
Hombre importantísimo que tuvo sin embargo una muerte vulgar. Cayó de un caballo y quedó con la cabeza enterrada en una cloaca. Poco antes de su fallecimiento, Zulueta ideó un gran proyecto constructivo en la manzana enmarcada por las calles Monserrate, Zulueta, Neptuno y San Rafael, frente al Parque Central, un terreno de 5 502 metros cuadrados y valorado en más de 200 000 pesos. Inició allí la construcción un gran centro comercial. La muerte no le dio tiempo para concluirla y la obra, abandonada durante mucho tiempo, empezó a ser llamada «las ruinas de Zulueta». Sería la Manzana de Gómez,
El historiador Emilio Roig atribuye la paralización de la obra a la quiebra económica de Zulueta, arruinado, creía Roig, por los gastos que le impuso la construcción del ferrocarril de Zaza. No hay tal. Legó a su viuda y a los hijos de sus tres matrimonios varios millones de pesos y cuantiosas propiedades. Entonces una parte de su familia se fue a España. La otra, permaneció en Cuba. Uno de sus nietos, Julián de Zulueta Bessón, propietario de dos centrales azucareros, de una fábrica de fertilizantes y del Banco Continental Cubano, en la calle Amargura, 53, permaneció en Cuba hasta bien entrada la Revolución, cuando, ya muy enfermo, abandonó el país a instancia de su hija.