Lecturas
Esa mañana pudo ser como otra cualquiera, pero nada fue igual. La noticia corrió de boca en boca en el recinto docente y sin que nadie lo orientara comenzó la protesta. Crecía el grupo de los indignados a medida que los estudiantes llegaban a la colina universitaria y a las 11 no había ya nadie en las aulas. Sin conciliábulos previos se suspendían las actividades académicas, y mientras los jóvenes interrumpían el tráfico frente a la Universidad, fuerzas represivas, al mando del teniente coronel Lutgardo Martín Pérez, se apostaban en las bocacalles aledañas y cerraban el cerco policiaco.
—¡Esto es intolerable! ¡Tenemos que responder de manera enérgica a esta provocación contra la Universidad! —exclamaban los oradores y todos sentían que Julio Antonio Mella estaba de nuevo en la calle y encabezaba la protesta de la nueva generación. Era el 15 de enero de 1953. Esa mañana, el busto del líder estudiantil asesinado en los días de la tiranía de Gerardo Machado, amaneció manchado de tinta y chapapote. Había estado en el reducido grupo de fundadores del primer Partido Comunista de Cuba e impulsó en sus inicios la lucha antimachadista. Promovió la reforma universitaria, y dio vida a la FEU —Federación Estudiantil Universitaria—. De ahí que su nombre, símbolo y ejemplo, tenga siempre vigorosa resonancia en la alta casa de estudios. Por eso la FEU, por encima de cualquier consideración ideológica y política, quiso erigirle aquel busto que quedó emplazado en la zona de parqueo de la plazoleta de San Lázaro, frente a la escalinata, y que a partir de ese momento comenzó a llamarse parque Mella. Se le ubicó el 10 de enero de 1953, en ocasión del aniversario 24 de su asesinato. Cinco días después era profanado, lo que dio pie a acontecimientos que convulsionaron La Habana y que, transmitidos por la radio minuto a minuto, conmovieron y estremecieron al país.
Con el himno y la bandera
Hubo un momento en que la Policía pensó que la cosa podía arreglarse y que los estudiantes se irían para sus casas, pero no hubo arreglo posible. La fuerza pública se vio obligada a reforzar sus posiciones ante la acometividad de los muchachos que levantaban barricadas en la calle L, la emprendían a pedradas y botellazos contra las perseguidoras y vertían en el pavimento el contenido de varios barriles de chapapote para enseguida prenderles fuego. Columnas de humo denso y negro se elevaban hacia el cielo.
Un muñeco que representaba al dictador y en el que se leía la inscripción de «Batista, asesino», era paseado por la céntrica esquina de 23 y L, lo que dio origen a un áspero intercambio de palabras entre un policía y un estudiante, quienes no tardaron en liarse en un encuentro cuerpo a cuerpo. Sonaron varios disparos y enseguida se dejó oír el tableteo de una ametralladora. La esquina quedó limpia y los jóvenes retrocedieron hasta 27 y L. Las fuerzas en pugna, ambas con heridos, estaban separadas por escasos 50 metros. La Policía recibe un camión con armas y parque. Llegan también varios carros de bomberos. Desde balcones y azoteas, los vecinos, que asistían al prólogo de la tragedia, lanzaban papeles y tarecos a la calle para que los jóvenes avivaran las llamaradas. Un carrete de cable de la Compañía Cubana de Electricidad, lanzado por los estudiantes, se deslizaba por L para impactarse en 23 contra una perseguidora. Pese a que la Policía disparaba por encima de las cabezas de los muchachos, no pudieron evitarse los heridos.
Circula entre los jóvenes el rumor de que la fuerza pública, en violación de la autonomía universitaria, invadiría el recinto docente. La FEU toma entonces un acuerdo que para muchos parece desesperado. El estudiantado, en respuesta por el ultraje al busto de Mella sale en manifestación y atraviesa la ciudad hasta el monumento a los ocho estudiantes de Medicina fusilados por los españoles en 1871. La radio da la noticia: «En estos momentos los estudiantes se concentran en la escalinata para salir en manifestación…». La ciudadanía en toda la Isla, en una atmósfera de zozobra, sigue los acontecimientos.
Al frente de la multitud marcha el ejecutivo de la FEU, forman cadena con los brazos. Cantan el Himno Nacional y llevan la bandera cubana. A lo largo de la calzada de San Lázaro, la gente aplaude desde los balcones y no pocos antibatistianos se suman a la marcha.
Llega el grupo sin contratiempos a la calzada de Belascoaín. Prosigue y está a punto de llegar al monumento a los estudiantes, su destino final, cuando, ya cerca de Prado, le sale al paso un nutrido contingente policial armado hasta los dientes. Funcionan los carros de bomberos, hacen su efecto las bombas lacrimógenas y los estudiantes responden a las balas con piedras y botellas. Quedan numerosos jóvenes tendidos en la calle. Del zaguán de una casa sacan en hombros a un joven que presenta una seria herida de bala en el vientre. Cursa la carrera de Medicina y se llama Rubén Batista, igual que el hijo mayor del dictador. Una larga agonía precederá su deceso. Moriría un mes después.
Pico Mella
El escultor Tony López regaló a la FEU el busto que se emplazó en el parque Mella, frente a la escalinata. El profanado el 15 de enero era de yeso escultórico, sutituido por él en 1954 por uno de bronce, que es el actual. Hijo de cubana y de español, Tony nació en Santiago de Compostela, pero su madre había quedado embarazada en Cuba. Muy pequeño lo trajeron a la Isla y aquí aprendió a hablar, creció y se hizo hombre. Por eso proclamó siempre con orgullo su cubanía. Su taller-galería, en Galiano 103 esquina a Trocadero, gozó de gran popularidad y el artista contó con la admiración y simpatía de clientes y colegas. Hizo para la Universidad los bustos de Martí, Bachiller y Morales y Ramiro Valdés Daussá. Acometió un busto de Guiteras, que se emplazó en un parque, e hizo la mascarilla de Jesús Menéndez. Por sus actividades políticas fue detenido en 1957, en plena dictadura batistiana. Logró librarse del problema, pero le recomendaron que saliera de Cuba. Eso hizo. Viajó a EE. UU., se instaló en la Florida y solo de manera esporádica volvió a la Isla. Allá murió.
El padre de Tony, Juan, también escultor —como el abuelo— hizo un busto de Mella. Ya estaba hecho cuando, en 1933, las cenizas del líder estudiantil asesinado en México, en 1929, fueron traídas a Cuba. Se pensaba colocar la pieza en el túmulo que guardaría sus despojos en el Parque de la Fraternidad. La inhumación no llegó a realizarse y del busto aquel se hicieron réplicas en pequeño formato.
Llega así el año de 1949. Los concejales del Partido Socialista Popular (comunista) en el Ayuntamiento habanero proponen y logran la colocación de un busto de Mella en una plazoleta frente a la Estación Terminal de Ferrocarriles, que fue esculpido por el español Enrique Moret. Ya para entonces la Juventud Ortodoxa convocaba cada 10 de enero —fecha del asesinato— a un acto en su memoria. Lo consideraban un símbolo unitario y por eso, recuerda Max Lesnik, fundador y presidente de los jóvenes ortodoxos, invitaban a jóvenes de todas las tendencias políticas. Comenta Max que Tony prestaba para dichas veladas el busto hecho por su padre. Las celebrábamos, dice, en el Cinecito, de la calle San Rafael, sala de la que era propietario un republicano español que se llamaba Federico Abarrategui. A ese acto iban como invitados especiales Natacha, la hija de Mella, y Leonardo Fernández Sánchez, compañero de Mella hasta su muerte y después inseparable de Eduardo Chibás.
En 1950, en mayo, un grupo de universitarios ortodoxos, socialistas y de otras denominaciones políticas, escalan el Pico Turquino e imponen el nombre de Mella a una de las mayores elevaciones de la Sierra Maestra. Conformaban el grupo Antonio Núñez Jiménez, presidente de la Sociedad Espeleológica, Flavio Bravo, secretario general de la Juventud Socialista, Baudilio Castellanos, en representación de la FEU y del Comité 30 de septiembre contra el gansterismo, y Pepe Tabío, del periódico Hoy como fotógrafo. Max Lesnik, que también formaba parte de la comitiva, llevaba un pequeño busto de Mella, réplica seguramente del de Juan López, que dejó en la cima de la montaña.
Aclara Max que no sabe si el busto de Mella que Tony se atribuía y que regaló a la FEU para el parque frente a la escalinata, salió de sus manos, o era el busto que en su momento acometió su padre. No pocas veces, tanto en La Habana como en Miami, estuvo tentado de peguntárselo, pero nunca lo hizo.
Un gramo de bronce para Mella
En la obra titulada Patrimonio cultural de la Universidad de La Habana, además del busto de Tony López, se consigna un relieve en bronce del joven revolucionario que en 1982 ejecutó Enrique Moret.
En 1995, al calor de la campaña «Un gramo de bronce para Mella» se colectó el material necesario para que el escultor santiaguero Alberto Lescay acometiera dos bustos iguales de Julio Antonio que el 10 de enero del año siguiente quedaron emplazados, uno en el jardín San Carlos de la colonia Tabacalera, de la Ciudad de México, y el otro en el Pico Mella.
Una imagen de bulto de Mella, esta vez de cuerpo entero, acometió, para la Universidad de las Ciencias Informáticas —UCI— José Villa Soberón, un artista que sabe conjugar dos posibilidades expresivas radicalmente opuestas: la escultura abstracta y la escultura figurativa, línea en la que sobresalen sus imágenes de John Lennon, Antonio Gades, Ernest Hemingway, el Caballero de París, Gabriel García Márquez…
Muchas veces el escribidor se preguntó qué sentido tenía el busto de Mella que se emplazó en el cruce de la galería comercial de la Manzana de Gómez, y que se retiró hace siete años, algo antes de que el viejo inmueble empezara a transformarse en un hotel de lujo, y que ahora parece preocupar a algunos. Nada tuvo que ver Mella con dicha edificación; la Manzana no estuvo ligada a su vida ni a su trayectoria política, como sí lo estuvieron la plaza frente a la estación ferroviaria y, por supuesto la Universidad. Además, era, desde lo artístico, una mala pieza, colocada en ese lugar por empeño, sin duda bien intencionado, de directivos de las varias escuelas que funcionaron en el edificio tras el triunfo de la Revolución. No se habla, sin embargo, del excelente trabajo de restauración a que se sometió el local que ocupó la sastrería que fue de su padre; una de las mejores de La Habana en sus tiempos.
Para los jóvenes cubanos y para otros que ya dejamos de serlo, Julio Antonio Mella no está olvidado ni muerto. Figura en el emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas. No cabe en un busto. Es de esos muertos que crecen y se agrandan.