Lecturas
HACE ahora 51 años, un grupo de oficiales del Ejército quiso derrocar a Fulgencio Batista. El movimiento, al que el pueblo bautizó como «Conspiración de los Puros», fue develado, pero demostró que no existía en las Fuerzas Armadas la «unidad monolítica» de la que tanto alardeaba el dictador. La oposición a Batista había comenzado en los institutos militares el mismo 10 de marzo de 1952. Cuatro años después, más de 120 oficiales profesionales, de los 500 con que contaba el Ejército (no incluye esa cifra a los oficiales designados «de dedo» tras el golpe de Estado) estaban comprometidos directamente en la conspiración. La cobardía de uno de los implicados frustró el movimiento y sus dirigentes principales fueron juzgados y condenados a prisión.
Así fueron los hechos aquel 4 de abril de 1956.
DESALOJAR A BATISTAEl movimiento surgió y se estructuró espontáneamente. Había oficiales descontentos en la Ciudad Militar de Columbia, sede del Estado Mayor General, en la fortaleza de La Cabaña, en la Aviación, en la Escuela de Artillería de Atarés, y en la Escuela de Cadetes de Managua, y los inconformes en cada una de esas dependencias desconocían que en las otras había gente que pensaba como ellos. El comandante Enrique Borbonet, jefe, primero, de un pelotón y luego de una compañía de paracaidistas, se encargaría de contactarlos y nuclearlos. Él sería el alma de la conspiración.
Antes del 10 de marzo, la oficialidad joven y no corrompida tenía puestos los ojos en los coroneles Eduardo Martín Elena, Eulogio Cantillo Porras y Ramón Barquín López. De ascender cualquiera de ellos a la jefatura del Ejército, procurarían una institución más profesional, ajena a intereses políticos espurios y al servicio de la Constitución y la República. Pero Martín Elena salió de las filas el mismo día del golpe de Estado y Cantillo, plegado a Batista, que le dio las estrellas de general, ayudó, con su nombre, su prestigio y su autoridad, a consolidar la asonada. Así, de aquellos tres coroneles quedaba solo Barquín. Se desempeñaba como agregado militar de la embajada de Cuba en Washington y vicepresidente de la Junta Interamericana de Defensa. No era batistiano. No debía sus grados al 10 de marzo. No disfrutaba de prebendas y mostraba la misma inconformidad con la situación del país que los conspiradores, con algunos de los cuales mantenía contacto y estaba en connivencia. La idea de que el movimiento, para tener éxito, debía ser encabezado por una figura de grado y nombre, conocida públicamente y con aceptación internacional, llevó a los conjurados, con el asentimiento de Borbonet, a ofrecer su jefatura al coronel Barquín.
No había en el grupo una mentalidad homogénea. La mayoría evidenciaba un comportamiento prudente y un pensamiento conservador. Poco o nada quedó escrito sobre las proyecciones sociales de ese movimiento. Todos estaban de acuerdo en la necesidad de desalojar a Batista del poder y restablecer la Constitución de 1940. Ahí terminaba prácticamente la unanimidad, porque unos consideraban que con expulsarlo del país era suficiente, mientras que otros querían que fuese juzgado. Asesinos y esbirros y los grandes ladrones del erario público serían también llevados ante los tribunales. Se abogaba por la depuración y reorganización del Ejército, cuyas plantillas se habían hipertrofiado con el 10 de marzo, y por la creación de la carrera administrativa, que, entre otros males, evitaría que el funcionario público estuviese a merced de los cambios de gobierno, cuando veía revolotear el fantasma de la cesantía. Había disparidades en cuanto a la aplicación de la reforma agraria. Unos pretendían que contemplase todas las tierras; otros, solo las baldías y las estatales. La propuesta de confiscación de los bienes mal habidos también encontraba opositores. Se coincidía en que las elecciones se convocaran lo antes posible. Esos eran los lineamientos generales. Si bien todos los comprometidos estaban dispuestos a actuar, no había coincidencias en cuanto a la forma de resolver el drama de Cuba.
Los oficiales conspiradores, de apoderarse del mando, designarían como Presidente provisional de la República al doctor Clemente Inclán, rector de la Universidad de La Habana, y el doctor Herminio Portel Vilá, hombre con fama de incorruptible entonces, sería el Fiscal General. Ninguno de los dos llegó a enterarse en su momento de esa designación. Barquín, a juicio de muchos, debía asumir como ministro de Defensa, y Borbonet como jefe del Ejército. Pronto se supo que el coronel quería ese último cargo, sobre lo que no se llegó a una decisión definitiva. Se acordó que ninguno de los complotados fuera ascendido y que una vez que el gobierno provisional convocara a elecciones generales, debían presentar la solicitud de retiro y abandonar la vida militar.
¡REVOLUCIÓN! ¡REVOLUCIÓN!Pasaban los meses. Fracasaban los esfuerzos antibatistianos de Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación y canciller en el gobierno del presidente Prío, y los del ex senador ortodoxo Emilio (Millo) Ochoa, así como los de la Sociedad de Amigos de la República, encabezada por Cosme de la Torriente, que desembocaron en el llamado Diálogo Cívico, que reunió en la Casa Continental de la Cultura (actual Casa de las Américas) a representantes de la oposición y el gobierno. Esas conversaciones retardaron los propósitos de los militares, que creyeron que todavía era posible encontrar una solución política. Pero los gritos de ¡Revolución! ¡Revolución! ¡Revolución! que la ciudadanía dejó escuchar en el mitin que convocó la oposición política, «atomizada y pedigüeña», en la plazoleta de Luz, en La Habana Vieja, en diciembre del 55, no dejaban lugar a duda sobre la verdadera salida del problema cubano.
Llegó así el mes de marzo de 1956. Los conspiradores en el Ejército creyeron que todas las condiciones estaban creadas para desencadenar el movimiento y determinaron no desaprovechar la oportunidad de la inminente venida a La Habana del coronel Barquín. El mayor general Francisco Tabernilla, jefe del Estado Mayor, lo citaba para comunicarle que formaría parte de la delegación cubana que participaría en una conferencia sobre la plataforma submarina que tendría lugar en Santo Domingo, y le pidió que, al margen de ese evento internacional, averiguara si Trujillo lo creía implicado (a Tabernilla) en el supuesto contrabando de armas destinadas a los enemigos de la satrapía quisqueyana o si, por el contrario, se trataba de una cortina de humo para encubrir otros planes.
Eso lo cuenta Barquín en una entrevista que concedió a la revista Bohemia, el 8 de febrero de 1959. Añadió que en ocasión de su estancia en Cuba, Batista lo invitó a almorzar y le anunció su ascenso inmediato a general de brigada y su designación como Cuartel Maestre General del Ejército, en sustitución del general Díaz Tamayo, que pasaba a retiro. Siguiendo siempre esa entrevista, Barquín regresó de la República Dominicana convencido de la peligrosidad de la conspiración trujillista contra Cuba, en la que se involucraban los elementos peores del batistato.
DOMINGO 1ro., POR LA NOCHEYa con Barquín de regreso en La Habana se hicieron las coordinaciones finales para el levantamiento, y se comunicó a los conjurados que se les avisaría con 24 o 48 horas de antelación para que se prepararan.
El domingo 1ro. de abril, por la noche, un grupo de los conspiradores se reunió en la residencia de Barquín, en la playa de Tarará. Acudieron al encuentro, entre otros, el comandante Borbonet, el teniente coronel Manuel Varela Castro, de la División de Tanques de Columbia, los comandantes Orihuela Torra, director de la Escuela de Artillería, y Enrique D. Ríos Morejón, de La Cabaña, el capitán Hugo Vázquez...
Se ultimaron allí los detalles del movimiento y la fecha, que sería en la noche del 3 - 4 de abril; detalles que Borbonet trasmitió a cada uno de los implicados principales para que los implementaran en sus mandos y tomaran las medidas pertinentes en cada uno de estos.
Según esos planes, el teniente coronel Varela y el comandante Borbonet ocuparían la División de Infantería y asumirían el mando de Columbia, en tanto que Barquín, con dos oficiales, se haría cargo del Estado Mayor General. Con esas acciones quedaría decapitado el mando batistiano. El teniente Manuel Villafaña se encargaría de la Aviación y con un grupo de oficiales neutralizaría las pistas y utilizaría los aviones en caso necesario. Tropas de Columbia, por orden de Borbonet, ocuparían el Palacio Presidencial y Kuquine, la finca de Batista, en Arroyo Arenas. El comandante Ríos Morejón consolidaría La Cabaña.
Con aquella fuerza formidable y disciplinada que eran los cadetes, el primer teniente José Ramón Fernández Álvarez, actual vicepresidente del Consejo de Ministros, aseguraría el mando de la Escuela y del campamento de Managua y se dirigirían luego a Columbia, donde el oficial superior de guardia u oficial de día, les franquearía la entrada. Los cadetes, divididos en grupos mandados por oficiales de la Escuela comprometidos con el movimiento y a bordo de un transportador blindado, procederían a detener en sus casas, situadas en la misma Ciudad Militar, a los jefes del Ejército. Una vez efectuadas esas detenciones, los complotados reunirían a la tropa a fin de darle a conocer los sucesos. No contemplaron los militares valerse de las estructuras del movimiento obrero, controlado por el batistiano Eusebio Mujal, pero sí, una vez que se consumara el movimiento, llamar a los estudiantes, convocar a la universidad y dar a conocer una proclama al pueblo para explicar el papel que empezaba a desempeñar el Ejército.
EL TRAIDORPor el número de conjurados y los mandos que desempeñaban, la conspiración del 4 de abril tenía grandes posibilidades de éxito. Pero entre Los Puros había un traidor.
Todo parecía marchar viento en popa cuando el comandante Ríos Morejón acudió a la enfermería de la fortaleza de La Cabaña y pidió al primer teniente médico Jordán Desquirón que le administrara un sedante porque se encontraba muy alterado y no había conseguido conciliar el sueño durante la noche. El médico, como es lógico, lo interrogó para conocer la causa de su perturbación y el Ríos le espetó:
—Es que mañana vamos a tumbar a Batista. Preparamos un golpe...
(Continuará)