Látigo y cascabel
Resguardar el patrimonio cultural en materia de artes plásticas y visuales, e incrementarlo y socializarlo ha sido siempre uno de los mayores retos de la política cultural cubana.
En tal sentido ha contribuido mucho el coleccionismo institucional, sobre todo el que se hizo durante las décadas de los años de 1960 y 70. Sustancial resulta esta práctica para la cultura cubana. Sin embargo, en la actualidad, salvo las instituciones de la cultura y algún que otro caso aislado, como el proyecto de ambientación realizado en el complejo principal de Topes de Collantes, pocos son los organismos que dedican parte de su presupuesto a una tarea tan noble y culta como la de coleccionar obras de arte.
Es cierto que la situación económica obliga a establecer prioridades, pero no justifica la falta de compromiso de algunos inversionistas y empresarios con los destinos de la cultura cubana.
Duele entrar a una empresa, una entidad, o algunas instalaciones hoteleras, y encontrar espacios decorados con piezas de pésimo gusto y sin ningún valor estético. ¿De dónde salieron? Muchas veces fue de los fondos de la entidad, que en lugar de invertir en obras de calidad compran según gustos personales, dejando una brecha para que el verdadero arte cubano contemporáneo sea vendido al mejor postor y, por consiguiente, pase a engrosar colecciones privadas en el extranjero.
A esta preocupación se suma otra de similar envergadura: existen obras de gran valor en instituciones del Estado (pertenecientes tanto al Ministerio de Cultura como a otras entidades) que por falta de conciencia no son protegidas como merecen.
Una resolución del Ministro de Cultura establece «controlar, proteger y conservar» todas las piezas que se atesoran en las instituciones públicas del país, y estimula el interés por el coleccionismo, como alternativa que permita, junto con los museos, preservar el patrimonio insular.
El Consejo Nacional de las Artes Plásticas ha hecho un llamado a fortalecer el coleccionismo institucional, de modo que lo más valioso se quede en Cuba y cuente la historia de la plástica cubana. Sin embargo, cuesta convencer a algunos directivos de los beneficios que el coleccionismo institucional aporta, tanto a su organismo como al país en general. Cuesta hacerles ver que el arte es una inversión bastante segura que les permite aumentar el capital, atesorar bienes y proyectar una mejor imagen como entidad.
Cuesta también que incorporen la idea de que no se trata de comprar por comprar. Las obras que se adquieran deben ser exponentes de lo mejor de la creación plástica, independientemente del autor a quien correspondan. Esta acción debe ser asesorada por expertos, poseedores de un rigor absoluto en materia de arte.
Por otra parte, el destino de las colecciones no debe ser solo embellecer oficinas. Hay que socializarlas, exponerlas al público de manera regular. Existen en la Isla instituciones con sólidas colecciones de arte, pero aún falta estructurar de manera orgánica este sistema de compraventa y proyección social en que insistimos.
La responsabilidad con el patrimonio artístico es un asunto que atañe a todos y todas. Es un deber de los organismos e instituciones cubanas contribuir a atesorar la riqueza y diversidad de la creación cubana contemporánea.