Látigo y cascabel
Es criterio común de la crítica televisiva y cinematográfica de buena parte del mundo que, a diferencia de lo que ocurre con Hollywood, las teleseries están viviendo su edad de oro dentro de Estados Unidos.
Por fortuna, el espectador cubano no ha estado ajeno al tránsito por ese período aureo de la dramaturgia televisiva estadounidense, al apreciar durante los últimos años algunos de los hitos que cimentaran ese nuevo estadio meliorativo en la pequeña pantalla allí.
Creo que, a excepción de South Park, The Wire, Weeds, Los Simpson y algún que otro de estos nombres ya cuasi míticos en el imaginario mundial, la televisión nacional ha tenido el tino y el acierto de colocar en su parrilla parte de lo más sobresaliente producido en fecha reciente.
Por nuestros canales pasaron o lo hacen, Los hombres de la Avenida Madison (Mad Men, serie multipremiada y coronada de elogios en todo el planeta), Los Soprano (21 Enmy y cinco Globos de Oro), Daños, Seis pies bajo tierra, Anatomía de Grey, Roma, Los Tudor, Expedientes X (para varios, una de las madres de la actual renovación), Deadwood, Oz...
Algunas de estas piezas de cabecera para el espectador internacional fueron fabricadas por la cadena por cable HBO, sin duda en la punta de este terreno hace rato, pese a su voracidad fagocitadora para copiar teleseries británicas, israelíes y de otras naciones.
Pero sucede que la buena gestión de nuestra TV se entorpece por la ubicación de horarios —lindantes con la media noche—, para las producciones más interesantes.
Por estadísticas, la hora promedio del despertar de los trabajadores cubanos oscila entre las 5:45 a.m. y 6:30 a.m. De manera que, sin alargarnos sobre el tema, hay dos opciones: o la ven y pasan sueño y no rinden lo necesario al otro día en la jornada laboral; o, sencillamente, la ignoran, que es lo que muchos hacen sin más remedio.
He interrogado a gente del medio sobre el particular. Algunos me dicen que son series «fuertes», cuyo contenido no resulta «aconsejable» para horas precedentes. A tal respuesta, solo tres ejemplos a manera de interrogantes, entre los varios que cabrían formularse:
¿Y CSI, puro crimen y sangre, que se transmite a las 9: 30 p.m. de los domingos? ¿Y Hannah Montana, dueña de la más conservadora ideología fundamentalista, la cual pasan ahora a nuestros niños y jóvenes a las 7:30 p.m.? ¿Y Jóvenes rebeldes, con su recital de porristas ninfómanas, hasta hace poco al aire en el horario de las 7:00 p.m.?
No. El asunto no anda por ahí. Puedo estar equivocado y asumiría el yerro con gusto, si se me demostrase la razón, pero sospecho que la cosa se mueve por el camino de que no existe una idea clara a la hora de jerarquizar.
Tampoco se observa casi nunca una promoción dentro del mismo medio televisivo. (Los seriales de peso transitan, también, sin penas ni glorias mediáticas —lo insto a encontrar crítica alguna en nuestros medios, al menos en los últimos meses).
Resumiendo, estas alabadas teleseries están pero no están; en tanto nuestra respuesta a la edad de oro de marras fue la hora del cobre en el espectro de la jornada.
La hora punta de la programación sigue estando en dominio de la transnacional brasilera O’Globo, cuyas últimas producciones exhibidas aquí en nada recuerdan sus tiempos de gloria de Vale todo y similares.
Y si queremos alternar, bueno..., ahí está la enésima repetición de alguna vieja telenovela cubana, sin falta.