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Tres informaciones y un mismo tema: violaciones de los derechos humanos por parte de Estados Unidos en su peculiar guerra contra el terrorismo.
Rumores e informaciones caminan aprisa en estos días: Washington y Kabul, cada uno por su lado, están en conversaciones con el talibán. Si trajeran la paz al pueblo afgano, serían buenas las noticias; y hasta habrá quien piense —a la ligera— que eso sería el fin del terrorismo y la guerra tan selectiva que la Casa Blanca de Bush inició enfáticamente desde el asunto de las Torres Gemelas, y continúa la de Barack Obama. Sin pesimismo obcecado, esos diálogos no abren todos los caminos que hay que desbrozar, y que pasarían por un mundo de justezas y tolerancias, entre muchos otros componentes de la paz, pero ese es otro tema.
La referencia es necesaria porque aquellos fuegos del 9/11 que encendieron la guerra contra Afganistán e Iraq, soltaron chispas por doquier cuando EE.UU. enfrentó la guerra a su manera, y la llenó de escandalosas violaciones a los derechos humanos y civiles, incluso de sus propios ciudadanos, de detenciones derivadas en verdaderos secuestros, de cárceles secretas, de prácticas de tortura….
Hace unos días el diario británico The Guardian hacía referencia a los miles de personas, detenidas entonces como sospechosos de terrorismo, que todavía están encarcelados alrededor del mundo. Recuerden el campo de concentración en la ilegal Base Naval de Guantánamo, la aberrante prisión de Abu Ghraib en Iraq, y la de Bagram en suelo afgano, además de las cárceles secretas de una CIA, convertida en cancerbera en oscuros lugares del planeta y hasta en aviones o navíos de guerra.
Un nombre, un caso, era presentado por el periódico: Hamidullah Khan, quien tenía 13 años cuando desapareció de Paquistán en el año 2008, exactamente en Waziristán, cuando iba a recoger un mandado de su padre a una aldea de la región. Solo con la ayuda de la Cruz Roja Internacional logró la familia conocer su paradero y todavía está encerrado en la prisión de Bagram.
Miles fueron las detenciones por sospecha, los encarcelamientos o las deportaciones tras la caída de las Torres Gemelas, por una retaliación contra la población de origen árabe o de fe islámica. También cayeron en las listas de la desconfianza miles más, y ese es uno de los fenómenos que crece a diario en Estados Unidos, la llamada lista de los NO-Vuelo, segunda información de este relato de violaciones de los derechos elementales.
Recién se ha conocido que en el último año, la lista secreta de los NO-Vuelos, con nuevos nombres de sospechosos de terrorismo a quienes Estados Unidos prohíbe viajar en avión hacia o dentro de su territorio, se ha duplicado. De 10 000 pasó a 21 000, y 500 de ellos son ciudadanos estadounidenses, dijo una información de la AP, publicada también por The Guardian y por el sitio Antiwar.com.
Apenas las autoridades gubernamentales deciden que una persona es terrorista y representa peligro interno e internacional, aparece en el registro —que por cierto, en un tiempo le hacía difícil al senador Edward Kennedy volar en un avión.
Esa arbitrariedad fue denunciada una vez más por Nusrat Choudhury, de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), como una violación explícita de los derechos de esas personas. Las autoridades del Terrorist Screening Centre buscan la explicación al desproporcionado crecimiento de la lista en un atentado fallido a un avión en Detroit en el año 2009, y no hay más que hablar.
El tercer elemento trae la marca de la falta de ética y mucho más, porque se consideró que los psicólogos militares que estuvieron involucrados en los abusos y las torturas a los prisioneros de la Base Naval de Guantánamo y en las otras muchas cárceles secretas, actuaron de forma que mantuvieron los interrogatorios a los detenido «seguros, legales, éticos y efectivos».
A pesar de las pruebas sobre el actuar impropio de esos profesionales, la burla es posible porque seis de los nueve miembros de la American Psychological Association (APA) en la Task Force on Psychological Ethics and National Security (PENS) que actuaron en la investigación de las violaciones en el año 2005, estaban en las nóminas de la inteligencia militar y trabajaban en la cadena de mando cuando ocurrieron los abusos y las torturas.
La noria sigue dando vueltas y más vueltas y el gendarme mundial tapa el sol con un dedo, cuando justifica una vez tras otra sus crímenes e ilegalidades. ¿Será posible algún día desmantelar tanto oprobio?