Inter-nos
El especialista del ejército estadounidense Edward Richmond se siente bien, muy bien, de estar en libertad, luego de apenas un año en prisión. Había sido condenado a tres, y no sé si le dieron parole (libertad bajo palabra) por «buena conducta» o porque para sus superiores, jueces y fiscales cometió una hazaña y no un crimen.
Richmond, que vive en Gonzalez, Louisiana, y servía en Iraq en el HHC 1/27 pelotón de morteros, fue sentenciado en agosto de 2004 por una sencillísima acción: el 28 de abril de ese mismo año disparó y dio muerte a Muhamad Husain Kadir en la aldea de Taal Al Jal, a unas 40 millas al suroeste de Kirkuk.
Pensó que el hombre atacaba al sargento Jeffrey D. Waruch, quien agarraba al iraquí. Y había un detalle insignificante que Richmond asegura no haber notado: Muhamad Husain Kadir estaba esposado.
Hay también una intrascendente coincidencia. En el lapso de diez días en que el pelotón que tiene su sede en Hawai estuvo en esa aldea, otra iraquí fue muerta: una niña de 13 años, mientras la madre y la hermana resultaron heridas. ¿Quién les disparó? Pues el sargento Waruch, de Olean, Nueva York. Él fue acusado de ese tiroteo ocurrido el 18 de febrero de 2004, solo que faltaron evidencias y no se le inculpó del crimen.
Un periódico de Ohio, el Dayton Daily News, investigó y reportó los incidentes, y llegó a la misma conclusión que en otros muchos casos: docenas de soldados han sido acusados de matar a iraquíes desde que comenzara la invasión en marzo de 2003, y no importa si las evidencias han existido o no, si son suficientemente fuertes o no, el hecho cierto es que pocos han sido convictos y solo un porcentaje bien pequeño ha resultado castigado. La impunidad acompaña a las tropas estadounidenses.
En general, el Pentágono ha sido remiso a someter esos hechos a investigación criminal. El asesinato cometido por Waruch, por ejemplo, solo fue llevado a una pesquisa formal por el Comando de Investigación Criminal del Ejército luego que el Dayton Daily News hiciera un reporte, donde afirmaba que en meses previos a que el sargento fuera emplazado en Iraq, dos mujeres le habían acusado de abuso doméstico y obtenido órdenes temporales de restricción contra él. En ambos mandatos Waruch había sido requerido de entregar sus armas de fuego a la policía. Ojo, estamos hablando de Estados Unidos.
Antes de su arribo a Iraq, había más sobre el hombre que esposó a Kadir; en una entrevista que le realizaron a su supervisor, el sargento mayor Marcus Warner, lo llamó «un cáncer para mis soldados» y dicen que infructuosamente intentó que no fuera enviado a Iraq... Difícil de lograr si Estados Unidos necesitaba hombres dispuestos a matar.
¿Qué de extraño tienen entonces las masacres de Haditha y de Ishaqi o los bárbaros asaltos a Falluja? Ahora mismo, Ramadi está rodeada, de hecho esposada, por los marines que desde la noche del domingo avanzan, barrio a barrio, «limpiando» de «terroristas» a la capital de la provincia de Al Anbar. No importa lo que haga esa tropa, ni cómo lo haga: solo cumple órdenes.