Acuse de recibo
Tamara Ibáñez Gámez escribe una triste carta por el sueño truncado de su hijo de diez años, Frank de Jesús Pécora Ibáñez, desde calle B, No. 11, entre 5ta. y 10, reparto 30 de Noviembre, en Boniato, a ocho kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba.
Todo empezó cuando el niño tenía cinco años, en una actividad amenizada por un septeto. De momento, comenzó a tocar el cencerro y sorprendió a todos. Los músicos lo acompañaron melódicamente. El trovador santiaguero José Aquiles y una de las cantantes de Sexto Sentido, se le acercaron a Tamara y la aconsejaron que siguiera de cerca el talento innato y el oído del pequeño para la música.
Tamara se motivó, para si en un futuro se decidía por la música. Así lo familiarizó con una iglesia que impartía clases de solfeo, claves, notas musicales y reconocimiento de los instrumentos, desde los seis años. Frank de Jesús fue sumergiéndose en el influjo melodioso.
A los siete años, la madre empezó a llevarlo a la Casa de Cultura Miguel Matamoros, de Santiago, a unos talleres de percusión y guitarra. Y el hermano de Tamara, que es músico, también lo evaluó y comprobó el talento genético del muchachito.
Con la venia de muchos oídos musicales, Tamara aguardó cinco años para iniciar a su hijo en los estudios académicos de la música; hasta que supo de unas pruebas de captación para talentos y fueron decididos a probar suerte con muchos sacrificios desde Boniato a la ciudad. Se presentaron a fines de 2021. Salió bien y les dieron esperanzas, que debían estar al tanto de unos talleres que comenzarían en febrero de 2022.
Cuando llegó el momento, la madre llamó a la Escuela Vocacional de Arte, y le dijeron que el taller sería el 12 de febrero. Y llegó ese día. Lo llevó, volvió a ser evaluado y nuevamente salió bien. Tomaron el número del móvil de su papá y los datos de la tarjeta de menor del niño. Les dijeron que les avisarían para marzo.
Pero a fines de febrero Tamara llamó a la escuela, y se enteró que ya estaba el listado de la especialidad de música, y Frank de Jesús no aparecía en él. Habían completado los talleres en tres días, y perdió el derecho.
Ella se entrevistó con la subdirectora de Música, quien la hacía ver que el niño no había sido llamado porque no había alcanzado los puntos que le daban el derecho. No aparecía en ningún listado. Tamara insistió, hasta que apareció una libreta traspapelada donde sí figuraba el pequeño, y otro listado.
Se evidenció que debieron localizarlo. Y la subdirectora no supo explicar por qué no lo hicieron. Dijo que iba a exponer el caso a la Dirección, y si la autorizaban ella le haría los talleres, el niño completaría el proceso y verían qué se haría.
Ese mismo día, el esposo de Tamara quedó citado por el director, Raimer Despaigne Borrón, para una entrevista a las 10:00 a.m. Esperaron, y a las 4:00 p.m. lograron verlo. Les dijo lo mismo, que él iba a autorizar el taller para valorar al niño. Y si lo lograba, entonces quedaría en la reserva.
El conocido cantautor santiaguero Luis Carlos Aguilar (Wicho), quien también conoce las dotes musicales del niño, se entrevistó con el director y recibió la misma respuesta. Solo quedaba esperar.
Luego de llamar constantemente, les avisaron que debía pasar el taller el 8 de marzo. Allí fueron, y tras otra larga espera, al fin, el niño salió con vocación para percusión y contrabajo. Qué alegría. El muchachito estaba emocionado porque lo habían felicitado. A la hora de interpretar, cantó Lágrimas negras.
Y les explicaron que debían estar llamando por si surgía algún fallo, él entrar. Lo decían, asevera Tamara, los responsables de no haber localizado a tiempo a un pequeño que demostró aptitud y pasión por la música.
«Hoy mi niño está triste y no se siente bien en su escuela, expresa la madre. Cuando cuento esto el corazón se me comprime y me dan deseos de llorar. Lo más triste es que es un niño inteligente y me pregunta qué pasó con su sueño», concluye.
¿Se estará extraviando así un futuro Enrique Plá, un Barreto o un Girardo Piloto?