Acuse de recibo
«¿Qué hacemos quienes día a día nos levantamos para ir al trabajo y defendemos a ultranza la Revolución y sus conquistas? ¿Cómo acceder a productos de primera necesidad con salarios que solo alcanzan para la compra de la canasta básica? ¿Debemos doblegarnos ante los precios humillantes y exorbitantes de los revendedores?», expresa Aminael Rodríguez Castillo, desde O Reilly 360, apto. 1 entre Habana y Compostela, La Habana Vieja.
Y su pregunta merece la atención de las autoridades, pues puede ser la de muchos cubanos. Porque, como dice en su carta, «el tema de las colas, la proliferación de coleros revendedores y la complicidad de grupos de Lucha Contra Coleros (LCC), se ha institucionalizado; y ahora con el nuevo método de venta por la libreta de algunos productos como el pollo, el detergente y el aceite, nada se ha solucionado ni ha mejorado para los que trabajamos».
La cola, dice, se forma desde el día anterior para lo que llegue a la tienda. Si son productos no controlados, coleros y revendedores ya la tienen copada, y luego cada uno ha marcado para cuatro o cinco más. De llegar algún producto controlado, igual: son los primeros y acceden por derecho a adquirirlos si ha transcurrido el término para ello.
Ejemplifica con el Bodegón de O Reilly y Villegas: «La cola se organiza desde el día anterior. A las cuatro o cinco de la mañana hay allí cerca de 300 personas diariamente. A las siete los LCC recogen cien carnés de identidad y a las nueve comienza la venta. Luego, los que por una causa u otra se les pasa el turno, los LCC vuelven a llamarlos. Así hasta el cierre de la tienda».
Lo que debía suceder, acota, es que si se les pasó el turno, les entregaran su carné y volvieran al otro día. Es que generalmente son los mismos de siempre. Tienen turnos en otras tiendas y luego vienen y reclaman el suyo en esta. O los del nuevo modus operandi: entregan el carné y se van para, si llega algún producto de su interés como el cigarro, ya tener sus turnos garantizados.
«Solo compran quienes tras una batalla campal a las siete de la mañana logran entregar su carné de identidad. Y así se suceden los días. Los que trabajamos no podemos ir a la cola a menos que faltemos al trabajo. Quienes como yo laboran en otro municipio, siempre llegamos cercano al horario de cierre de la tienda. En septiembre solicité dos días de vacaciones para tratar de comprar algún producto controlado. En ambos casos marqué cerca de las 5:00 a.m., y me fui sin poder entregar el carné al LCC. El 3 de octubre salí del trabajo al mediodía: sobre las 12 marqué, y cerca de las cuatro se acabaron los productos por el reciclaje de los pasados que hacía el agente de LCC. La venta está organizada para que revendedores-coleros sigan felizmente con sus lucrativos negocios.
«Ya se anuncia el apagón de la señal de televisión analógica para el occidente de Cuba, y se informó la venta de 300 000 cajitas decodificadoras. ¿Dónde fue que las pusieron a la venta? ¿Cómo se resolverá su distribución? Son preguntas que deben responderse antes de apretar el botón», concluye Aminael.
Ahora que se fomenta la inmersión de los gobiernos locales en los problemas del barrio, esa pequeña Cuba donde vivimos, llama la atención la carta de Leonor Blanco Rosales, residente en la calle Abel Santamaría sin número, en Las Mercedes, municipio granmense de Bartolomé Masó.
Refiere ella que en ese poblado serrano, cargado de tanta historia, hace unos seis meses se rompió la turbina que abastece de agua su acueducto. Iban y medio que la reparaban. Duraba solo unos días, hasta que llegó su final. Y Acueducto ya explicó que no tiene solución, y en el país no la hay. Que los vecinos tienen que resolver la situación ¡por sus propios medios!
«Creo que esa no es una respuesta de un revolucionario para un pueblo trabajador. Espero que nos ayuden publicando nuestra queja», concluye Leonor.