Acuse de recibo
Margarita García Navarro (Muralla 423, apto. 203, entre Villegas y Aguacate, Habana Vieja) escribe en nombre de muchas personas que tienen mascotas domésticas, y de otras que socorren a las que deambulan abandonadas en las calles.
Precisa que ha causado indignación una medida tomada: a los médicos veterinarios que trabajan en las clínicas municipales de ese tipo en la capital se les prohibió hacer esterilizaciones y otro tipo de cirugías. Y los motivos no están claros. Se rumora y especula acerca de ellos.
El servicio de esas clínicas, dice, resolvía los problemas de la comunidad en la que están ubicadas. Y ahora la decisión acarrea muchos problemas a los animales y sus dueños, pues todos los casos de cirugía son remitidos a la clínica veterinaria de Carlos III, lo cual implica viajes costosos desde todos los sitios de la capital, que muchas personas no pueden asumir.
Además, apunta, para esterilizar a un animal hay que llevarlo para que lo valore el veterinario, hacerle análisis de sangre, volver para recoger el resultado, y si todo está bien, te señalan la fecha de la cirugía. Hay que dar muchos viajes. Otro asunto es que la clínica tiene servicio las 24 horas, pero no hay un cirujano de guardia. Las operaciones terminan a las dos de la tarde.
«Las consecuencias de esta irreflexiva medida, precisa, serán el aumento de la población canina y felina en abandono, y el triste deambular de animales por las calles de nuestra ciudad. Hemos tenido información de que las clínicas veterinarias pertenecen al Ministerio de la Agricultura. Y le preguntamos a ese ministerio: ¿qué razón de ser tienen las clínicas veterinarias municipales, que resolvían muchos problemas sin excesivos gastos del cliente?».
Roberto Rosell Pardo (calle 10 no. 20D, entre 11 y 12, Reparto Pedro Rivero, Campechuela, Granma) saluda la producción de ómnibus Diana en el país, que gradualmente van paliando necesidades de transportación en muchos territorios. Pero les hace un señalamiento a los fabricantes y a los choferes de los mismos.
A los primeros les notifica que, frecuentemente, algunos pasajeros son lesionados por las puertas de esos ómnibus. Y explica que en la construcción de los marcos y las puertas apenas hay espacio. Y estas últimas deberían tener gomas huecas para, si alguna vez apretaran o trabaran a algún pasajero, no lo dañen brutalmente. Ello se agrava más porque los hidráulicos utilizados en el cierre y apertura de las puertas son muy potentes y operan con gran velocidad.
Como si fuera poco, añade, todo se complica más por el exceso de pasajeros de pie para ómnibus pequeños: 30 y a veces hasta 40, donde solo debían ir 18. Además, denuncia, los choferes cierran las puertas sin cerciorarse si alguien sube o desciende en ese momento. Y permiten que vayan pasajeros en los peldaños pegados a la puerta. «Debían tener la gentileza y ética de avisar al cerrar las puertas», manifiesta.