Acuse de recibo
Desde la comunidad La Rosal, del central Antonio Maceo, en el municipio holguinero de Cacocum, denuncia Misladi Martínez que los caminos de acceso y salida de la misma están incomunicados; y con las lluvias no pueden utilizar el tractor. Los pobladores se pasan días buscando el agua con yuntas de bueyes.
Por los caminos tan malos, tampoco las mercancías pueden llegar a la tienda, y hay que procurarlas con las mismas yuntas. El servicio de electricidad se ciñe a solo cuatro horas en la noche, con un grupo electrógeno. Y el tendido eléctrico está a solo 500 metros de las primeras casas de la comunidad.
Manifiesta que se han quejado al Gobierno municipal y la respuesta siempre es la misma: no hay recursos. «Me parece que no hay que llegar a tanto, porque son problemas que sí se pueden resolver», enfatiza Misladi.
Desde la calle Cristino Naranjo, en la localidad avileña de Baraguá, alerta Susana Savory que el motor que bombea las aguas albañales se averió hace varios meses, no se avizora solución alguna.
Denuncia Susana que los baragüenses tienen los patios y los frentes de las casas inundados en aguas albañales. Para salir a la calle han tenido que situar piedras. El mal olor y el peligro que representa para la salud no los deja vivir con tranquilidad. Según la pobladora, a las autoridades parece no importarles mucho este problema.
Bárbara Rosa Peláez Dallera (Santa Emilia No. 19 509, entre Vista Hermosa y San Manuel, La Rosalía, San Miguel del Padrón, La Habana) cuenta que desde junio de 2017 denunciaron a las autoridades municipales el problema que tienen con una fosa vertiendo, a solo medio metro del registro de agua potable. La calle se está hundiendo y no se hace nada, precisa. La fosa está en una curva peligrosa, donde no ha ocurrido un accidente gracias a que los vecinos pusieron sacos de escombros. «Seguimos esperando y no se hace nada», señala, y solicita ayuda para que se cierre la calle y al menos se resuelva lo del agua potable.
Mientras, Rosa Hevia Martínez (Rodríguez Morini No. 8 307, entre Sur y 11, Embil, Boyeros, La Habana), describe que por la calle Sur, una de las arterias principales de ese reparto, corre un río: por momentos es de agua dulce (de la cisterna de un edificio o de los albergues del Cerro Pelado), pero en la mayoría de las ocasiones proviene de una fosa que brota en el medio de la calle a la vista de todos.
Advierte Rosa que se ha reportado un sinfín de veces. Llegan los de Saneamiento, destupen, y a la semana, retorna el río, que obstruye el paso de transeúntes por todo Rodríguez Morini, otra de las calles principales del reparto.
Cuando pasan los carros, refiere, salpican a las personas que van por las aceras, incluidos los niños que se dirigen a las escuelas. No hay una esquina por donde se pueda cruzar, en todas hay agua de fosa acumulada. Y la calle cada vez se deteriora más.
Por esa misma calle Sur, un poco más abajo hay otra fosa que sale de un terreno baldío: casa de roedores de todos los tamaños y convertida en un vertedero de basura que ya no permite ver hacia el otro lado. Por esto, constantemente el reparto es víctima de enfermedades, según comenta. Y resuelven de momento con una fuerte campaña ofensiva.
El delegado se ha cansado de luchar. El río sigue su cauce, la basura cada vez es superior, el terreno alberga más roedores y las calles están cada vez más rotas. «Los repartos apartados como estos a nadie importan, por ahí no va ni una autoridad. Ustedes son nuestra última esperanza», concluye Rosa.
¿Conocen los Gobiernos municipales tales tragedias? Si es así, ¿qué hacen por buscarles solución? ¿Será realmente problema de recursos o de voluntad para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos? Si el municipio no puede resolver, ¿qué puede hacer la provincia? Si la provincia no puede, ¿qué hará el país?