Acuse de recibo
Yoleines Vázquez Dumois, técnico de la Empresa de Seguridad y Protección de Sancti Spíritus y residente en el Consejo Popular Las Tozas, en esa ciudad, lamenta haber enviado una carga el pasado 19 de septiembre «por los rieles de la negligencia, el irrespeto y el burocratismo de ciertos trabajadores del Expreso de Ferrocarriles de Cuba».
Ese día, dice, amparado y registrado en la Carta de Porte No. 283060, hizo el envío de la carga en la Agencia Expreso Aforo Baracoa, de Guantánamo, destino a Sancti Spíritus: una nevera criolla, una mochila de fumigar, una motorina y una cama, debidamente inventariadas y empacadas. Al pagar, le informaron que debía demorar 15 días en arribar al destino, a lo sumo un mes si hubiera alguna eventualidad. Desde entonces han transcurrido más de tres meses y nada.
A los 54 días de incertidumbre viajó a Guantánamo, pues por vía telefónica las respuestas eran irrisorias. In situ, le aseguraron que su envío se hallaba en la capital hacía una semana. Confiado, retornó a Sancti Spíritus.
Allí, los representantes del Expreso se ocuparon del caso: llamaron a todas las estaciones donde podía estar o haber pasado el envío. En Santiago de Cuba nunca tuvieron el tiempo necesario para coger el número de Carta Porte y revisar el despacho. «Y la respuesta final, plantea, después de colgar el teléfono varias veces y otras tantas dejarlo descolgado tanto a mí como a los del Expreso de aquí, fue: ¡Ya eso salió de aquí hace tiempo!».
Quince días después, tras muchas llamadas telefónicas a medio país, le informaron que su carga estuvo en Santa Clara y fue devuelta a Baracoa sin llegar a su destino, porque la nevera llegó rota. Al comunicarse con Baracoa, le dijeron que, ciertamente, había sido devuelta, pero hacía casi un mes que se había reenviado al destino contratado.
«Ahora, apunta, me dicen que para hacer una queja debo viajar de nuevo hasta Guantánamo, con los respectivos gastos que ello implicaría, sin la seguridad de resolver y con la irremediable pérdida de días en el trabajo. ¿Dónde queda la seguridad y el respeto al cliente? ¿Quién responde por la integridad de mis pertenencias? ¿Cómo o quién responde por los daños y gastos ocasionados a mi persona?».
Addel Chang Álvarez (Cárdenas 207, apto. 31, entre Misión y Arsenal, La Habana Vieja, La Habana) relata que el pasado 17 de diciembre hizo un recorrido por las tiendas para comprar un pequeño presente por el Día del Maestro y quedó anonadado y muy confundido con los precios de algunos productos.
«En la tienda de Trasval, en Galiano y San Rafael, una batidora o licuadora costaba 270 CUC. ¿Qué batirán ahí, puré de oro, plata, platino o kriptonita? Un juego de cazuelas y sartenes: 216.95 CUC. Y en Ultra una máquina de pelar costaba alrededor de 145 CUC».
Lo otro que inquieta a Addel (y a muchos consumidores) es la diferencia de precio de un mismo producto en diferentes tiendas.
«Hace alrededor de dos meses, manifiesta, un timbre de bicicleta costaba dos CUC en la tienda La Isla de Cuba, y en la calle Obispo cuesta diez CUC. ¿Qué vale más, el producto o la calle de la tienda?
«Pregunto: ¿quién les pone esos precios tan exorbitantes a los productos, sabiendo que el poder adquisitivo del cubano es muy bajo? La otra pregunta: ¿no hay almacenes en este país, pues algunas tiendas parecen almacenes y no se puede caminar, aparte de que las afean? ¿O es que los productos están tan caros que no tienen salida?».
Yanisbel Peña Reyes (edificio 12, apto. 16, Brisas del Oeste, José Martí, Santa Clara) formó parte del Grupo 463 de pacientes que fueron atendidos del 4 al 8 de diciembre en la Casa del Diabético de esa ciudad. Y en nombre de todos, agradece la esmerada atención de ese centro.
Ella pormenoriza la gratitud a la doctora Elba Rodríguez, las sicólogas Gilda Reimond y Lianet Llanes, la dietista Elianny Rodríguez, la enfermera Iris Machado, las laboratoristas Nancy Tejeda y Lucy Santana, la residente venezolana Yenire y los demás médicos que rotan por allí.
También a la cocinera Esther Ramírez, la ayudante de cocina María Elida, el administrador Vladimir Fuentes, el mensajero Raúl Tápanes y los custodios Ernesto, Silvia, Jerónimo y Marisel.
«A todos quiero felicitarlos por su entrega y dedicación, amabilidad y buen trato, porque hacen la estancia allí muy amena y que cada paciente se sienta como en su propia casa», concluye.