Acuse de recibo
Una denuncia del abandono en que está sumido el poblado El Cano, en el municipio capitalino de La Lisa, esgrime en su carta Margarita Hernández Rivero, vecina de calle 284, No. 8316, entre 83 y 85, en esa localidad.
Refiere ella que la antigua fábrica de brochas de ese poblado, destruida durante los primeros años del período especial, albergó después un taller de carpintería, más tarde oficinas de Comercio, y hoy ese local está completamente abandonado. Allí, precisa, vierten basura y se ha convertido en un indecente baño público.
«Los vecinos, señala, estamos preocupados con la posibilidad de que se produzca un brote de enfermedades donde prolifera el mosquito. Además, El Cano está lleno de vertederos y prolifera el mal olor. Recientemente colocaron contenedores, pero no se recoge la basura con frecuencia. Y también la población vierte escombros y hasta animales muertos, pues la indisciplina social es elevada en esta localidad».
Indica también que un antiguo local de una tienda de ropas se derrumbó completo hace casi diez años y está totalmente abandonado. Se ha convertido en un vertedero de inmundicias pestilentes. Asimismo, hay locales cerrados como el Correo y otra tienda, y no aparece solución por las autoridades competentes para tanto abandono.
La Máster en Ciencias Orietta Amat Báez, especialista en el Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), abordó un taxi color rojo en la Calzada de 10 de Octubre y San Nicolás, en el municipio capitalino de 10 de Octubre. Y al apearse en El Vedado, cuando fue a pagar, dejó su bolso en el asiento trasero, donde iba sola.
Cuando caminó unos cuantos metros, se percató de la ausencia del bolso. «Cuál no sería mi desesperación, relata, que salí corriendo en la dirección del taxi, pensando que lo iba a alcanzar o que el pararía en algún momento».
Pero ya era tarde. Fue hacia su trabajo apesadumbrada y sobre todo lamentaba la pérdida de sus llaves y el carné de identidad. Sus compañeros de labor le aconsejaron que hiciera la denuncia y cancelara las tarjetas en CUC y CUP, la línea telefónica del celular, entre otras acciones.
«No tenía la cabeza como para trabajar, confiesa, pero no me quedaba más remedio que asumir el hecho y los disímiles trámites que debía hacer para recuperar todo lo perdido. Al cabo de la media hora me llamó mi esposo, para decirme que el chofer fue hasta mi casa a llevarme mi bolso intacto».
Aunque en su casa le agradecieron al chofer el noble gesto, al parecer olvidaron preguntarle el nombre. Pero Orietta lo recordará siempre como un hombre joven, en el taxi rojo y con su gorra beige.
«No quisiera pasar por alto el acto de honestidad de ese chofer, digno de admirar, al haberme devuelto no solo el bolso, sino también la tranquilidad espiritual y la confianza...», concluye Orietta.
Y uno se lamenta de que, en estos percances cotidianos, cuando alguien hace el bien silenciosamente, no se aplique para las personas virtuosas que se extravían en la multitud, la técnica del retrato hablado que se utiliza para identificar a delincuentes y viles.
No obstante, el chofer del taxi rojo debe andar feliz, sabiendo que, aunque la ciudad no lo reconozca, hizo el bien. Eso es lo más importante.