Acuse de recibo
No pocos «meñiques» fueron burlados por ciertos pícaros el pasado domingo en el cine Yara, de la capital, cuando la cola de niños y padres ansiosos por ver el filme homónimo en tercera dimensión en su premier, precisamente el Día de los Niños, fue irrespetada por ciertos manejos e indisciplinas de los ventajistas de siempre.
Lo cuenta Luis Gómez Fernández, un cubano indignado que llevó a su hija junto con su esposa a ver la película cubana, una versión fílmica del cuento del francés Edouard Laboulaye adaptado por José Martí en esa biblia de la literatura para niños que es La Edad de Oro.
Precisa el padre que, como ellos viven cerca del cine Yara (calle L No. 56, esquina a 11, 5to.piso, apto.20, Vedado), él fue a marcar en la cola desde las 10:00 a.m., pues a su esposa le habían dicho dos días antes, en el propio Yara, que la película se estrenaría a las 11:00 a.m.
Y cuando llegó, supo que había una función de circo previa en la sala, de la cual no había un solo anuncio o cartel en la fachada del Yara. Pero, bueno… la proyección fílmica comenzaría a las 12 y 30 p.m. Y él estaba en la cola a solo 20 o 25 metros de la entrada del cine, convencido de que entrarían…
Cuando empezaron a vender las entradas, a solo unas diez personas delante de Luis y los suyos, un trabajador del Yara anunció que se habían agotado las capacidades, y ya no se venderían otras hasta las tres de la tarde.
Luis fue a exigir una explicación, porque era imposible que en tan poco tiempo ya la sala estuviera colmada. Y nadie se acercaba a la barrera de contención a rendir cuentas a aquellos indignados cinéfilos. Luis burló el obstáculo y exigió que alguien fuera a informarles a quienes aguardaban, por respeto sobre todo a los niños.
El administrador del cine —asegura él— le respondió que había personas colándose por una entrada lateral, «y eso no lo podemos controlar», enfatizó. ¿Cómo era posible que los tramposos e indisciplinados campearan por sus respetos?
Luis exigió ver al director de la sala, a quien solicitó que, por favor, vendieran ya las entradas para la función de las 3:00 p.m., para poder llevar a los pequeños a comer algo, pues estaban desde las diez de la mañana en la cola. Y el Director le dijo que no podía hacer eso. Luis insistió en conocer el porqué de la negativa, y el Director le dijo que por razones de seguridad.
«No tengo que contar —señala— lo que se armó ante tal salida. La realidad era que se habían agotado las capacidades porque había un grupo de revendedores de entradas, justo alrededor de la puerta del cine, que las ofrecían a un CUC. De eso no tengo la menor duda —precisa—, porque las personas que las compraban entraban justo por el otro lado, ante las narices del resto».
Al final, y para que los inocentes niños pudiesen ver la película, no hubo más remedio que resignarse y esperar hasta las 3:00 p.m. Ya adentro, en la sala había calor, pero ahí estaban los pequeños, sudorosos aunque felices disfrutando aquella delicia. Pero la falta de respeto a esos mismos niños, en un día tan especial, dejó un sabor muy amargo.
Más allá de la triste historia, Luis reflexiona en que ya se va haciendo una costumbre que en algunas salas y ante funciones como estas, los voraces esquilmadores del bolsillo hagan de las suyas. Y este redactor agrega: ¿Dónde no aparecen impunemente esos revendedores, acaparando y elevando los precios de cualquier bien o servicio, lo mismo una frazada de piso, un libro muy demandado o los materiales para reparar las heridas de tu vivienda?
«Lo que más me molesta es que el pueblo, el que trabaja y produce, es el que tiene que volver a sufrir ese tipo de acciones», sentencia, y agrega que esos responsables del cine debían garantizar que un acontecimiento cultural de tal magnitud para los niños se convirtiera en goce y disfrute, en crecimiento espiritual para ellos.
«Debe vencer la vergüenza sobre el dinero», manifiesta Luis, y pregunta: «¿Cómo le explico este tipo de situaciones a mi pequeña?».
De acuerdo a lo narrado por Luis, ese día en el cine Yara, a los ojos de tantos niños, no se cumplieron las enseñanzas de Meñique. Los pícaros vencieron por la fuerza a los buenos. Y no valieron la inteligencia y el ingenio, sino la trampa de ciertos astutos.