Acuse de recibo
Con exquisitez y diligencia debían ser tratados los asuntos de los ancianos en un país como Cuba, que envejece vertiginosamente desde el punto de vista demográfico. Mas, parece ser, que algunos de nuestros viejos no se salvan de ese agobiante burocratismo que hace de las suyas por ahí.
Arnaldo Santos del Rosario escribe desde el edificio 704, apto. 11, en la Zona 21 del reparto habanero de Alamar (La Habana del Este), para contar las vicisitudes que está confrontando con la pensión de su madre, una señora de 89 años e impedida física.
Precisa que, dada la situación de su mamá, él posee un poder que le permite cobrarle mensualmente la pensión a ella. Y hasta el 2011, la renovación anual de la chequera se hacía mediante una «fe de vida»: un trabajador social visitaba a la pensionada y comprobaba que se mantenían las condiciones que fundamentaban el poder.
A inicios de abril pasado, Arnaldo fue al Consejo Popular Alamar Este a efectuar el trámite de renovación de la pensión. Y se le informó esta vez que era imprescindible que entregara un certificado diagnóstico sobre las condiciones de salud de su mamá.
Él cumplió este paso inmediatamente, con la ayuda del médico de la familia del área. Y se le comunicó que el certificado diagnóstico no era necesario registrarlo en el policlínico; por lo cual lo entregó a la trabajadora social que atiende esa tarea, quien le orientó que recogiera el documento 15 días después.
A los 18 días, Arnaldo fue a recoger el documento. Y la trabajadora social le dijo que el certificado debía registrarse en el policlínico; pero ella personalmente lo haría, pues había varios casos similares. Él debía retornar el próximo día de atención.
Desde entonces, Arnaldo ha visitado esa oficina en tres ocasiones, y la respuesta que le han brindado allí es que la Directora Municipal de Seguridad Social aún no lo ha firmado ni le ha puesto el cuño.
«Todo lo que le relato —apunta Arnaldo— sería risible como el filme La muerte de un burócrata, si no se tratara de la pensión que el Estado le asigna a alguien que lo entregó todo a la Revolución. Y denota una falta de consideración. He tenido que ausentarme de mi trabajo en siete oportunidades desde que comencé estos trámites. Próximamente serán tres meses sin poder cobrar su chequera, por un absurdo e irrespetuoso burocratismo».
Para una entidad que presta servicios, el cliente debe ser atendido con la máxima comodidad. Pero si usted observa la disposición espacial de muchas de nuestras oficinas, el área y las condiciones que le deparan a las personas que acuden allí, constata que no hay un culto al cliente.
Algo así ha descubierto en los minipuntos de venta y servicios de Etecsa, en Morón, el lector Braulio Pérez Vázquez, residente en el edificio 3, apto. 18, Micro Norte, en esa ciudad avileña.
Refiere Braulio que, si bien han aumentado los servicios que presta Etecsa, hace poco esta empresa decidió que la atención al público se hace desde un ventanillo que da al exterior, y no dentro del minipunto, con aire acondicionado, como era antes.
Ahora los clientes hacen la cola bajo sol o lluvia, pero no pueden entrar. Todo por el ventanillo.
«Es lastimoso y deprimente ver a mujeres embarazadas, o con niños de brazos, ancianos o impedidos físicos, bajo un sol que raja las piedras», señala.
«La espera no es cuestión de minutos. Yo tomé el tiempo por el reloj. Llegué a las 9:14 y tenía delante 18 personas. Me atendieron a las 9:58. O sea, 44 minutos. Y la cola no baja de 25 a 30 personas.
«Como es lógico, los clientes se quejan. Y lo triste del caso es que no viene ningún funcionario de Etecsa a dar una explicación del porqué, y a calmar los ánimos, concluye Braulio.