Acuse de recibo
El 31 de diciembre pasado, luego de cenar y momentos antes de esperar el Nuevo Año con tantas ilusiones, Joana Lima se acercaba a un último disgusto en el 2011, al abrir el estuche de turrón de Jijona para compartirlo en familia, en su hogar de Acosta No. 318, entre Figueroa y Cortina, en el municipio capitalino de 10 de Octubre.
Era una malvada burla lo que había adquirido Joana el 20 de diciembre, cerca de las seis de la tarde, en el supermercado del Mónaco, a un precio de 3,40 CUC, y con la caja sellada por el correspondiente celofán. Adentro lo que había era un trozo de madera rectangular pintado de carmelita oscuro.
Habían transcurrido 11 días de la compra; ya no podían hacer reclamación alguna, pero aún sufren por la felonía de ese desconocido ratero que los humilló con saña un día tan especial.
Joana se ha propuesto para 2012 convertirse en una compradora totalmente desconfiada. Asegura que a partir de ahora, cuando adquiera cualquier producto o artículo, no va a conformarse con la atractiva envoltura, y exigirá que los vendedores se lo abran allí delante de sus ojos.
«No acusamos a nadie —manifiesta—; no tenemos pruebas de en qué eslabón de la cadena ocurrió la alteración del producto, pero sí consideramos que es una falta de respeto y una estafa al consumidor».
Lo menos que podría hacer la cadena a la cual pertenece esa unidad comercial, aun cuando hubiera heredado la tropelía de otro eslabón, es disculparse con esa familia y desagraviarla con un verdadero turrón de Jijona; aun cuando no se pudiera localizar dónde, a lo largo de la ruta crítica del producto, se cometió tal vileza. Solo se sabe que se adquirió allí.
Pero ni así se borra el ultraje. Hagamos votos para que en este 2012 se les haga una encerrona definitiva a los viles que aquí, allá y acullá, corroen el bienestar y la dignidad de sus semejantes con la trampa y la falsía. No faltaron en esta columna vergonzosas historias de engaño el pasado año. Consumir es también un sagrado acto de dignidad.
La otra carga es contra los agresores de los oídos ajenos, esos impertérritos y escandalosos transgresores de la paz y el silencio del cubano.
Ya es la gota que colma la copa de los excesos sonoros lo que denuncia María Luisa Rodríguez, vecina de Parcela 5, sin número, en Piedra Blanca, provincia de Holguín.
Cuenta que en la primera quincena de diciembre del pasado año tuvo que ingresar a su niño con asma en el Hospital Pediátrico Octavio de la Concepción y de la Pedraja, de la ciudad de Holguín, donde el trato y la atención de médicos y personal de enfermería fue excelente, en contraste con lo que se colaba violentamente por las ventanas, desde el exterior.
Resulta que frente al hospital había un tostadero de café, que hace años lo trasladaron. Y dicha edificación la convirtieron en un mercado. Pero luego, a alguien se le ocurrió hacer un cabaret en la azotea del inmueble. Resultado: la música excesivamente alta hace retumbar el hospital, señala, al punto de que parece que la orquesta está dentro del mismo.
«Se podrá imaginar las grandes molestias —refiere— y la desesperación de esos niños que quieren dormir y necesitan paz y tranquilidad. Niños operados, niños con cáncer…».
Asegura que, de acuerdo con la información que pudo acopiar en el hospital, sí han hablado con quien dirige el cabaret, y todo ha sido oídos sordos. «Para que tenga una idea, el animador del cabaret, si a eso se le puede llamar animador, dice desde palabras obscenas hasta otras frases inadecuadas y fuera de contexto».
A Joanna le preocupa que, existiendo tantas leyes contra el ruido, se hagan cumplir tan poco. «Estamos luchando por la no violencia contra la mujer y el niño, ¿y cómo se le puede llamar entonces a ese ruido agresivo y falta de humanidad?».
Sería muy importante que las autoridades en Holguín —por demás una ciudad con tanta cultura y civilidad que algunos vienen a manchar así— expliquen porqué se permite tan inhumana agresión.