Acuse de recibo
«¿Podré tener confianza en los servicios de Ferrocarriles de Cuba?», cuestionaba el 16 de diciembre de 2010 Jorge Luis Figueredo, desde Bodega El Broche, finca Collazo, carretera Tumbadero, en el municipio de San Antonio de los Baños, hoy parte de la provincia de Artemisa.
No era fortuita su duda: el 21 de octubre de ese año su tío le envió tres paquetes por carga ferroviaria desde la terminal de Ferrocarriles de Florida, en Camagüey, con destino a Alquízar. Jorge Luis había hecho varias visitas y llamadas telefónicas a Ferrocarriles en Alquízar, y los bultos seguían sin arribar hasta entonces.
Al respecto, responde Rubén Morales, director comercial de la Unión de Ferrocarriles de Cuba que, aunque cuando se publicó aquí la denuncia ya Jorge Luis había recibido los bultos (el 24 de noviembre), en la investigación realizada se detectaron varias irregularidades que motivaron la demora excesiva de 34 días para su arribo al destinatario.
Precisa que Nelson Cruz, conductor del expreso que trasladó los bultos desde Florida, se confundió al leer los documentos que acompañan al despacho, y los dejó en la Estación de Matanzas. Por ello, se le impuso una multa del 20 por ciento del salario de un mes.
Y Margarita Ojeda, jefa de la Agencia Expreso de la estación de Matanzas, permitió que los bultos bajados por Nelson Cruz permanecieran allí desde el 24 de octubre hasta el 19 de noviembre (27 días), sin realizar las acciones a su alcance para enmendar el error y trasladarlos hacia su destino. A ella se le aplicó la democión temporal por seis meses a un cargo de inferior categoría.
Agrega Morales que el penoso suceso fue discutido con los respectivos colectivos de trabajo; y en nombre de ambos y de la Unión de Ferrocarriles de Cuba, le ofrece disculpas a Jorge Luis por las molestias ocasionadas.
Agradezco la respuesta. Ojalá las disposiciones tomadas generen un rigor en lo adelante. En la medida en que no se repitan hechos tan lamentables, es que podrá respondérsele que sí a la pregunta que entonces se hizo Jorge Luis. Mientras tanto, hay que conceder el derecho a la duda.
Desde el apto. 39 del edificio 979, en la zona 24 del habanero reparto de Alamar, Ana Maura Carbó cuenta que el 3 de febrero pasado ella acompañó al Hospital Oncológico de la capital a una paciente que recibe allí tratamiento de sueros.
«Cuando solicitamos el taxi —cuenta—, la expedidora dijo que debíamos esperar que llegara un taxista que le conviniera hacer el viaje hasta Marianao, por el kilometraje. Eran las 4 y 15 de la tarde y en el parqueo había dos taxis. Pensé que esos carros estaban esperando a otras personas.
«A los 40 minutos, le pregunté por los dos carros que seguían en el parqueo y respondió: Usted no tiene que cuestionar mi trabajo. Yo sé lo que hago; esos carros están de servicio, hay que esperar hasta que salgan pacientes de Marianao. Todos los días sucede igual».
Ana Maura le dijo que la paciente acompañada por ella estaba desde las nueve de la mañana en el hospital. Con el estado físico en que quedan esas personas después de los sueros, si había dos carros no podía entender esa espera.
Faltaban diez minutos para las cinco. Seguían llegando personas y la expedidora continuaba esperando que saliera algún paciente con destino a Marianao. Al fin, salió a las cinco de la tarde y pudieron irse.
«Es la primera vez que en cinco años que llevamos acudiendo al servicio de taxis en el Oncológico, sucede esto: Esperar casi una hora con carros vacíos en el parqueo. Siempre una hace la cola y cuando llega al taxi, si hay alguien más que vaya por la misma ruta, puede irse. Eso es casual. Pero que los taxis estuvieran en parqueo y tener que esperar hasta que termine un enfermo que vaya para el mismo municipio, eso nunca había pasado», afirma.
Y concluye señalando: «El Estado garantiza ese servicio de taxis en el Oncológico todos los días. Pero ante lo sucedido, me pregunto si los de ese día 3 de febrero estaban al servicio del taxista, la expedidora o el paciente. ¿Y a esa expedidora nadie la controla?»