Acuse de recibo
El calentamiento global y las desgracias medioambientales que nos auguran un pandemonio hay que combatirlas con las grandes políticas y regulaciones, pero también con las voluntades cotidianas y casi minúsculas, a la vuelta de la esquina. Nadie puede sentirse ajeno al gran S.O.S. de esta era.
Desde el Edificio 1303, calle 35, entre Colón y 24, municipio capitalino de Plaza de la Revolución, me escribe el estudiante de Medicina Frank Pacheco Álvarez, y denuncia un problema de contaminación que merece detenerse: precisa que a solo tres metros de su edificio se encuentra una fábrica de granito donde los camiones descargan materiales de construcción como arena, cemento y piedras. Estos materiales, añade, «no solo son tóxicos y contaminan el medio ambiente, sino que también resultan nocivos para la salud de los vecinos, quienes llevamos años respirando el polvo del cemento desprendido. Viven aquí niños con antecedentes de alergia y asma bronquial, así como pacientes trasplantados».
Como si fuera poco, aduce que «el ruido de los equipos es muy molesto, y constituye un factor de riesgo para la comunidad».
El remitente considera que «una fábrica con estas características no debe ser construida en medio de una ciudad, sino en zonas apartadas, donde se puede preservar un poco más la salud de los ciudadanos».
Hay una especie de incorpóreo «polvo en el viento» que hiere los tímpanos y el sistema nervioso: la contaminación sonora. Ya perdí la cifra de las veces que he acogido denuncias sobre ese impune flagelo en nuestra sociedad.
Hoy escribe José Miguel Peña, desde Calle 110 número 320, entre 3ra. A y Quinta Avenida, municipio capitalino de Playa. Y lo hace en nombre de familias vecinas del complejo gastronómico recreativo La Cecilia, un sitio de mucha distinción y excelencia, pero con excesos decibélicos. Hace más de diez años, precisa, que los residentes en esa zona, plantean en las asambleas de rendición de cuentas del delegado el asunto de «los molestos y excesivos niveles de música, y ninguna respuesta positiva por parte de las distintas administraciones que han pasado por el centro».
Afirma que «la música alta sigue a cualquier hora, y sobre todo más alta después de las 12 de la noche, al punto de que con las puertas y ventanas cerradas los cristales vibran».
Alberto González (Ave. 66 número 3520, Cienfuegos) cuenta que el 7 de septiembre pasado intentó extraer dinero del cajero automático con su tarjeta magnética, en la Sucursal 4612 del Banco Popular de Ahorro (BPA) en esa ciudad. Pero el cajero no lo dispensó.
Devolvió la tarjeta y el comprobante, sin el dinero. Y comenzó la tragedia: «Por mala preparación del personal y falta de orientación», le informaron que le realizarían una declaración jurada, para con ella ir a FINCIMEX, la entidad encargada de realizar la devolución. Y esta operación se hace descontándole el efectivo a la sucursal y luego mediante transferencia bancaria a la tarjeta.
Él fue a FINCIMEX y entregó la declaración jurada. Le dijeron que la misma la enviaban a la sucursal en La Habana —específicamente a la parte de tarjetas internacionales, puesto que es propiedad de su hermana que reside en Italia— y que el pago no demoraría.
Los días pasaron, él llamaba y le decían amablemente que no había respuesta. Al fin le informaron que de La Habana comunicaron que el 7 de octubre le habían hecho la devolución. Pero hasta el 21 de enero ese efectivo no había sido depositado en la tarjeta. «¿Qué pasó?», pregunta; y aclara que a su hermana en Italia le entregaron un estado de cuentas. De ese efectivo devuelto no aparece señal.