Acuse de recibo
La carta de Enrique García Avilés (Calle 14, No. 108, entre B y C, Rpto. Libertad, Santa Clara, Villa Clara) tiene luces largas. Se aparta de la urgente denuncia para enjuiciar nuestra realidad con un prisma profundo. Narra infelices sucesos, pero ellos solo constituyen la punta filosa para desentrañar dolencias mayores.
Enrique tiene un hijo de 18 años, asmático en grado tres (el máximo), cuyo tarjetón de medicamentos se venció hace unos meses. Como siempre, el papá fue al consultorio para que el médico renovara el documento normativo. Cuando llegó después a la farmacia «la dependienta que me atendió, al leer el nuevo certificado, me dijo que no me podía despachar el salbutamol, porque en el papel no decía el grado de asma de mi hijo ni las aplicaciones que le correspondía darse», narra el doliente.
«Por suerte, confiesa, mi muchacho tenía más medicamento de reserva en la casa, de lo contrario no sé qué hubiera pasado».
Puede uno imaginarse la indignación del padre cuando lo que estaba en juego era la salud de su muchacho y otra vez las inflexibilidades mostraban su garra terrible.
El otro tema complejo abordado por la misiva —que pudiera parecer un salto de palo pa’ rumba, pero transita igualmente el necesario trillo de las actitudes por corregir— es el de la ortografía.
«Al comenzar mi hijo el quinto grado, comenta el villaclareño, descubrí que la maestra tenía faltas ortográficas; y me acerqué a la Directora de la escuela.
Ella me contestó que la ortografía no importaba y sí el contenido. Por supuesto cambié de escuela a mi niño. Ahora hagámonos una pregunta: ¿Esa es la única Directora que pensaba así?» «¿Qué pasará con los miles que se han graduado, que tienen muchas faltas de ortografía?...»
«Ahora, si bien hay que combatir ese mal (...) no puede ser de un tablazo, ya que ha constituido una deficiencia de nuestro sistema de Educación; resultado de que, en ocasiones, los maestros de primaria no han sido los más idóneos»...
Ojalá de las lagunas ortográficas y de las inflexibilidades absurdas se saquen las lecciones que corresponda. A tiempo. ¿Cuántos males que eran vox pópuli han tardado hasta lo indecible para que los decisores comenzaran a verlos? ¿Se acabará la fractura entre lo que la gente observa y denuncia todos los días y lo que desde algunos burós se decide?
Cuando Kendra Carpio Marrero (Complejo Agroindustrial Benito Juárez, Placetas, Villa Clara) nos escribió, llevaba seis meses esperando por unos espejuelos para su hijo de 12 años. Su queja, publicada aquí el 2 de junio pasado, daba cuenta de que el niño había perdido ya la visión de un ojo y comenzaba gradualmente a deteriorársele la del otro.
Luego de varias visitas infructuosas al local en Santa Clara donde debían confeccionarlos, el 28 de mayo último una amable doctora explicó a Kendra que «faltaba un cilindro; pero que eso era en La Habana y el local donde los hacen estaba cerrado»... Mientras, la visión del muchacho: yéndose a bolina.
A propósito nos responde el doctor Isidoro Padilla Magdaleno, director provincial de Salud en Villa Clara. Según explica, luego de analizar el caso se concluyó que «la Jefa del Departamento Provincial de Farmacia fue la responsable de no desarrollar el procedimiento establecido para la tramitación en tiempo de la elaboración de los espejuelos».
E informa el directivo que ya se visitó a la mamá y se le entregaron. «Se le aplicó a la compañera una medida disciplinaria consistente en una amonestación en el Consejo de Dirección Ampliado de la provincia».
Agradecemos la respuesta del doctor Padilla, y nos alegra que al fin el adolescente tenga en sus manos el freno para la pérdida de la visión. Solo nos preocupa que una irresponsabilidad que costó daños, tal vez irreversibles, en la salud de un ser humano, se resuelva con una amonestación.