Acuse de recibo
En tanto las quejas, planteamientos y sugerencias de los ciudadanos se atiendan con propiedad, y se tomen medidas al respecto, el poder del pueblo sí será poder; le respondo al lector Ángel Rubén Santiesteban, quien narra un triste incidente, en el cual los afectados se sintieron impotentes, a pesar de sus protestas.
La voluntad de gobernar con todos no fragua per se. Hay que plasmarla todos los días. Y ese poder se fortalecerá en la medida en que descanse en un sistemático control popular sin mediaciones y erosiones burocráticas, al cual tenga que subordinarse quien transgreda leyes, normas y reglamentos, sea quien fuere.
Ángel Rubén (El Rodeo, El Caney, Santiago de Cuba) relata una historia muy elocuente, representativa de lo que pudiera estar sucediendo en otros sitios, a contrapelo de la política gubernamental:
El pasado 1ro. de mayo, a las 10:50 a.m., el chofer del ómnibus 067 de la ruta 15 con destino a El Caney, montó a unas 15 personas antes de la primera parada, en el parque Abel Santamaría, en franca burla a quienes llevaban largo rato en cola, esperando; entre ellos ancianos y mujeres con niños pequeños.
Los afectados protestaron, pero nada pudieron. Y como si fuera poco, el chofer, en un acto de desprecio a quienes esgrimían sus derechos, arrancó súbitamente y los dejó allí, para, a solo unos metros de la parada, recoger a ocho personas que tampoco estaban en la cola.
«En ese momento me pregunté si eso era una guagua que, costeada y financiada por el Estado, presta servicio a la población; o si era un ómnibus particular, que lleva a quien quiere su chofer. Cuando quiere», manifiesta Ángel Rubén.
El remitente considera que hay que ponerle freno ya, sin timidez, a esas indisciplinas y atribuciones infundadas, que están afectando a los ciudadanos en distintas esferas de la vida cotidiana; mientras que otros, ya sea por dinero o amistad, pasan por encima de quien sea, para resolver sus problemas.
Desvergonzadas piedrasLlueve sobre mojado lo de Correos de Cuba, sentencia Elsidia Borges, vecina de calle B número 230, entre 6 y 7, Imías, provincia de Guantánamo. Y tiene razón para expresarse así. Póngase en su lugar y verá:
El 23 de abril, cuando me escribió, había acabado de llegar de la oficina de correos, para recibir un bulto postal que le enviaron del exterior: pagó sus 21 pesos por extraerlo, y cuando lo abrió, el contenido del mismo eran piedras. A manera de acusación de la felonía, estaba también la carta de la remitente con la lista de lo que enviaba: dos pares de zapatos y dos pares de sandalias de mujer, seis calzoncillos, cinco pañuelos, una blusa y un blúmer.
«Es vergonzoso que no exista la seguridad para que las personas confíen en una empresa donde el Estado ha invertido tanto, para garantizar que la rapidez y calidad del servicio sean de excelencia», señala Elsidia.
Lamentablemente, casos como este pululan. Y aunque la dirección de Correos de Cuba ha desatado una batalla sistemática contra esas prácticas que tanto denigran su imagen y la de sus honrados trabajadores, lo cierto es que no ha podido acorralar de una vez este fenómeno. Se reproduce como una hidra, y eso lo prueban la cantidad de cartas con historias similares que llegan a esta columna. Nos duele tener que decirlo. Ojalá que escampe un día no lejano este diluvio de fechorías.
Es muy serio y profundo el alerta de ambas cartas, la de Ángel Rubén y esta de Elsidia, por más comunes que parezcan las historias narradas. Los servicios del Estado a favor de la población, no pueden ir minándose y desarticulándose aquí y allá. La legalidad no puede seguir quebrantándose impunemente en el día a día. Los intereses y apetencias personales no pueden ir desplazando a los del pueblo, que es quien sostiene este país.