Acuse de recibo
Lurislián Castañeda (Pasaje Valero 7, reparto Marquesado, Camagüey), propone en su carta un asunto bien conocido y sufrido: el engaño al consumidor que genera al final la pésima calidad de algunos productos que el cubano debe pagar con no pocos sacrificios. Ella tiene 19 años y hace apenas unos diez meses que está trabajando, para mantener a su mamá y a su abuela. Pero en su cuenta, los mayores gastos han sido de zapatos. «No sirven; además de bien caros, solo te duran la primera puesta. La semana pasada me compré unos zapatos cerrados (tenis), y en ello se me fue la mitad del salario. Me los puse dos veces y ya la suela estaba partida a la mitad. Tengo indignación: trabajamos para comprar cosas inservibles. ¿Hasta cuándo seremos los perdedores?». Lurislián tiene razón para enojarse. Así estamos en esta columna, porque quienes contratan esos zapatos de vigésimo octava categoría, nunca dan el frente y la cara para explicar por qué burlan los bolsillos ya de por sí bastante tensos de los trabajadores cubanos.
Agradecido: Néstor Mejía Águila (calle 2 número 29, reparto Progreso, Colombia, Las Tunas) está conmovido por cierta victoria de la salud pública cubana. Su hijo Néstor Mejía Rodríguez fue atendido e intervenido en el Hospital Pediátrico de Camagüey, por la dolencia de un tumor de cráneo fosa posterior, el 18 de febrero pasado. Los resultados fueron satisfactorios. Sí, estamos en Cuba, para quien no lo constate diariamente. El padre remarca lo costoso que es todo ese tratamiento desde un principio, hasta la recuperación total. Y quiere dar las «gracias por la pasión, el amor y la entrega» de quienes tienen que ver con esa victoria. Desde los doctores y la dirección del hospital hasta las auxiliares de limpieza. Pero destaca a los neurocirujanos Herlan Sánchez, José Montejo e Ízale Olazábal; a los pediatras intensivistas Valentín Rodríguez, Ódiate Esquivel y Roberto García: «Héroes de la medicina cubana».
Reclaman pagos: Daniel Ramírez (Progreso 68, Marcané, provincia de Holguín), escribe en nombre de los obreros del transporte ferroviario del central azucarero Loynaz Echevarría: «Resulta que por un simple cambio de nombre de nuestra empresa en el 2002, dejaron de pagarnos la antigüedad. En mi caso llevo 41 años en la industria azucarera. Y somos más de 20 los compañeros afectados. Siempre, con un nombre u otro, realizamos el mismo trabajo: transportar la caña que muele el central».
A la vera de la indolencia: George Adam Acosta (10 de Octubre 554, Santos Suárez, Ciudad de La Habana), sufre presenciando cómo se deteriora impunemente el área deportiva recreativa llamada escuela Comunitaria Cerro, ubicada en Carvajal entre Diana y Leonor, en la capital cubana. Con una concepción arquitectónica de gran belleza y estructuras atrevidas para su época, ese centro deportivo está a la vera de «la indolencia, los depredadores y el tiempo, el gran ladrón según el poeta Baudelaire», remarca el remitente. Refiere George que tal joya fue levantada en tiempos de Pastorita Núñez, «cuando los constructores eran verdaderos constructores». Y consigna que la cerca perimetral ya no existe. Solo quedan los muros de sostén, convertidos en vertederos de basura del barrio. De los baños y taquillas, solo permanecen muros y cubierta. Han sido arrancados los enchapes de azulejos, pisos y puertas; para qué hablar de tomacorrientes, interruptores, luminarias, muebles sanitarios y taquillas. La piscina olímpica está sellada. De las seis canchas, solo funcionan dos, y la edificación de judo y boxeo funciona a medias y necesita una urgente reparación. El área de niños, de gran belleza arquitectónica en su tiempo, al punto de haber sido un desafío estructural, está totalmente deteriorada. Las áreas exteriores, principalmente las techadas de hormigón armado, a manera de hongos, piden a gritos una reparación. No menos desastroso es el panorama de las áreas verdes. Deporte, derecho del pueblo; Mente sana en cuerpo sano; Lucha contra el delito, y Cuidado de los bienes del pueblo. ¿Serán meras consignas?, cuestiona George.