Acuse de recibo
Desde principios de marzo de 2008, y hasta hace muy poco, Lidia Bello ha vivido «una triste historia de incompetencia, demagogia e irrespeto, de un lugar a otro, de un funcionario a otro; unas veces exigiendo y otras llorando de impotencia...».
El motivo, no lo quiera nadie sufrir, fue un vertimiento de aguas albañales justo debajo de sus ventanas, en el apartamento 42 del Edificio 708, en la Zona 21 del reparto capitalino Alamar. Un vertimiento que enrarecía el ambiente a los vecinos del inmueble, con mayor énfasis en la vivienda de Lidia.
Lamentablemente, la lectora no da pelos y señales de los responsables de tanto desgaste y «peloteo» en esta historia, que se parece a muchas otras. Pero Lidia quiere narrar «la otra cara de la moneda... tras la cual existen tantos que todavía aman lo que hacen, respetan su trabajo, y son capaces, a cambio de nada que no sea su salario, de ayudar al pueblo a resolver sus problemas, y a pesar de la falta de recursos, hacerse eco de aquella frase: Sí se puede».
Lidia confiesa que encontró al fin un oído receptivo cuando el 13 de octubre llegó a la Agrupación de Respuesta Rápida de la Micro Social en Ciudad de La Habana, y la atendió y escuchó pacientemente la jefa de la misma, Vivian Delgado.
Al final, la jefa le dijo: No se desespere, que aunque no tenemos el carro que se necesita para ese trabajo, vamos a ir con otros equipos y haremos cuanto sea posible para resolver...
Y así fue: al siguiente día antes de las 10 de la mañana, allí estaba Vivian con sus botas de goma calzadas, y su tropa de cuatro hombres, frente a Lidia, «haciendo honor al nombre de Respuesta Rápida.
«Fue un trabajo heroico», afirma, pues aquellas mangueras resultaban muy débiles para lo que allí había. Hasta las 7 de la noche batallaron, sin moverse de allí. Sin rendirse ante tanta dificultad. «Sí se pudo», enfatiza Lidia queriéndome decir muchas cosas con esas tres palabras. Y enumera los nombres de esos tenaces que secundaron a aquella jefa dispuesta, con sus botas de goma: Manuel Remedios, Ramón González, Manuel Alfonso y Rider Laberdesa.
La carta de agradecimiento de Lidia la firma también Rodolfo Pulgarón, pero fueron 140 familias las beneficiadas a su alrededor, las que dejaron de sufrir el rosario del nunca acabar gracias a Vivian y sus compañeros. Entre paréntesis, esta hermosa historia debe subirle la parada a unos cuantos artífices de los laberintos de la burocracia, el imposible y el no se puede...
Claxon en la intimidadDesde la ciudad de Pinar del Río, escribe Juan José Rodríguez, vecino de Maceo 220, entre Hermanos Saíz y 27 de Noviembre, una de esas calles relativamente estrechas de ciudades de provincia, con casas de portales a uno y otro lado.
La descripción no es fortuita. Juan José cuenta que hace casi un año fue desviado el tráfico de entrada y salida de la ciudad a todos los camiones, rastras y cuanto artefacto pesado existe hacia esas calles no preparadas para ese tipo de circulación.
No explica el lector por qué. Lo cierto es que según la descripción de Juan José, esas viviendas están a apenas metro y medio de la calle, y el primer cuarto de esas viviendas, que da al portal, está a unos tres o cuatro metros del tráfico farragoso.
Todo ello genera ruido ensordecedor en la intimidad de las familias, mucho más con los desconsiderados cláxones a cualquier hora del día o la noche. Y ha deteriorado paulatinamente esas calles, a más del polvo y las emanaciones de los motores. Así, viven cerrados a cal y canto.
Enfatiza en que este asunto está más que planteado al delegado, quien lo ha elevado, pero sigue allá arriba... y no aterriza una explicación del por qué, salvo que por ahora no es posible que cambie la situación.
«No soy experto en circulación vial, asegura, pero tengo entendido que existen otras alternativas; o por lo menos, que se utilicen las vías anteriores, que son más anchas y menos proclives a producir estas molestias a la población».