Acuse de recibo
No me cansaré de condenar a quienes, sin ningún ingenio que no sea para el «negocito», lucran a costa del talento y la entrega de nuestros artistas, productores y técnicos. Son esos ventajistas que copan las entradas a los espectáculos para luego revenderlas a precios exorbitantes en divisa a las víctimas por excelencia, en su gran mayoría jóvenes sedientos de elevadas y vibrantes emociones. Por enésima vez revelo una condena a esos oportunos «controladores» de colas que están distorsionando los esfuerzos de las instituciones culturales, y reciben en una noche mucho más que cualquier gran artista: Vicente Rodríguez, vecino de 24 número 413, entre 23 y 25, en el Vedado, en la capital, cuenta que en la noche del 30 de junio de 2008 su hijo, en compañía de varios amigos, marcó en la cola del teatro Carlos Marx para comprar unas entradas para el concierto de Buena Fe. Y a pesar de haber dormido la madrugada allí, se quedó con los deseos por «la acción inescrupulosa de los especuladores, que compraban cantidades de entradas para después revenderlas el día de la función al precio de cinco CUC». Es muy cierto que los teatros venden las entradas, y por mucho que quieran regular desde adentro de las taquillas, allá afuera eso es otro mundo. Los especuladores de entradas sí están muy bien organizados para desorganizar y hacer prevalecer sus intereses. En casos de espectáculos de mucha demanda popular, se requiere el apoyo de las autoridades allá afuera en la cola.
Paga lo que debes: Isidro Cedeño me escribe desde Octava número 908, en la localidad matancera de Guanábana, para contar el disgusto de su padre Romárico Cedeño, un campesino de 75 años que desde 2006 transfirió, mediante compraventa, la propiedad de su casa al Estado, con un precio legal de tasación de 3 624,53 pesos, en Ramón del Portillo, municipio granmense de Pilón. Dicho más claramente: le vendió su casa al Estado, para ir a vivir con su hijo en Guanábana, mediante todos los documentos legales, suscritos por la Dirección Municipal de Vivienda y el propio Romárico. Ya la casa está habitada por otra familia, y el veterano aún no ha podido cobrar lo que le pertenece. En Vivienda Municipal le dicen que la deuda debe saldarla la Dirección Municipal de Finanzas, pero que aún «no la tiene concebida en su presupuesto». Lógicamente, Isidro no comprende por qué tanta demora para cumplir con su padre. Las obligaciones entre los ciudadanos y el Estado debieran ser recíprocas en prontitud, para que prime el respeto.
No, no y no: Las negativas, sin ninguna solución ni esperanza no pueden primar en las respuestas institucionales. ¿Por fin qué? ¿Siempre se puede más o habrá que decir que cada vez más se puede menos? Julián Armando Ortiz es profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de 10 de Octubre, y reside en Rita 55, en el reparto Juanelo, municipio de San Miguel del Padrón. Julián Armando ha lanzado un S.O.S. no sin razón, porque el 30 de junio, día en que está fechada su carta, hacía mes y medio que no le entraba ni una gota de agua a su casa. Él se encomendó a Acueducto en el territorio y contó su desgracia. Entonces le dijeron que no tenían motocompresor ni camión, pero que, aunque los tuvieran, tampoco tenían petróleo. Julián Armando les preguntó entonces acerca del servicio de pipas ante casos emergentes, y le respondieron que eso no dependía de ellos, y que tampoco podían ayudarlo. Fue entonces al Gobierno municipal y habló con diversas secretarias de vicepresidentes, con la asesora del vicepresidente primero, con la jefa de despacho del Presidente. Y nada hasta ahora. Aún Julián Armando sigue en las mismas condiciones: «No tengo agua ni para lavarme la boca, ni para bañarme, ni para cocinar ni lavar ni limpiar. Para nada. ¿Qué hacer? ¿Cómo puedo seguir viviendo en estas condiciones con mi familia, bañándose uno por aquí, el otro por allá, trayendo pomos de agua de otra parte?», pregunta indignado el lector. Es cierto que los problemas del servicio de agua en la capital son muy serios, y que no es único el caso de Julián Armando. Pero los ciudadanos no pueden quedarse al pairo, abandonados a su suerte, cuando se trata de algo tan vital. Al menos precisan de una atención y explicación convincentes que vaya más allá del no, no y no; y les dejen alguna esperanza.