Acuse de recibo
Con solo 18 años, Rafael Alejandro González se insubordina cada vez que escucha esa frase peyorativa y absolutista: «La juventud está perdida». Él me escribe desde Tercera número 306, apartamento 2, entre Paseo y A, municipio capitalino de Plaza de la Revolución; y narra una historia que se inscribe en ese prejuicio antijoven.
Como él es un inveterado lector, el pasado 6 de mayo Rafael intentó inscribirse en el Club Minerva de préstamo de libros, de la librería El Ateneo, situada en Línea, entre 12 y 14, en el Vedado.
Ya Rafael tiene un largo expediente en ese sueño de ser socio del Club Minerva, «pero siempre por alguna razón me era imposible; primero que si no tenía la edad requerida: 18 años. Cuando los cumplí, fui y me informaron en dos ocasiones que no tenían suscripciones en ese momento. La última vez, que fue en febrero pasado, me dijeron que volviera cuando acabara la Feria del Libro».
Y así hizo Rafael, pero, al plantear la solicitud, la empleada encargada de tramitarla le dijo que «a los estudiantes no les hago suscripción; se atrasan mucho con la entrega de los libros o no los devuelven. Tengo la facultad de no dar suscripciones para mantener la biblioteca, así que a los estudiantes no les hago inscripción. Ven con algún adulto de tu casa».
Rafael me confiesa en su carta que nunca esperó oír tales palabras en la boca de una bibliotecaria, alguien para quien el goce de la lectura para todos, especialmente los jóvenes, debiera ser su máxima aspiración.
Sentencia el joven que «independientemente de cuántos libros perdidos tenga o cuántas veces haya tenido que buscarlos, por encima de su sentido de propiedad social, debiera primar el interés por llevar la letra impresa a cada persona, razón principal de los bibliotecarios. Para organizar libros es mejor un ordenador. La sensibilidad y la comprensión son las primeras virtudes que todo bibliotecario debe poseer. Mientras tanto, yo sigo a apenas seis cuadras de una muy buena biblioteca, a la que por pura apreciación personal se me impide acceder».
De alguna manera, la empleada tiene razón en velar por el cuidado del patrimonio bibliotecario. Pero quizá no debían perfilarse tábulas rasas y estereotipos. Hay jóvenes y jóvenes, como hay adultos y adultos, hasta el extremo de viejos pillos y fraudulentos.
La segunda misiva es una carta colectiva de 12 vecinos del edificio sito en 25, números 161 y 163, en el municipio capitalino de Plaza, el propio inmueble que alberga en sus bajos al emblemático y popular cabaret Las Vegas, ese que ha sorteado años y épocas.
Los denunciantes, Ernesto Domínguez, Ena Carballosa, Beatriz López y Reinaldo Berenguer, entre otros, me habían escrito en mayo de 2007, y al no ver reflejada su inquietud, repiten esta vez, abrumados por la contaminación sonora que provoca el centro recreativo en ese inmueble.
Significan que el cabaret genera ruido y vibraciones diariamente, «por la discoteca que ahí funciona, de 5:00 p.m. a 8:00 p.m. y de 11:00 p.m. a 3:00 a.m.».
Ellos consideran que la potencia sonora de los equipos repercute en la estructura civil del edificio. Toda la cristalería y madera vibran, al igual que las secuelas que deja en los inquilinos. Lo han planteado en sus asambleas de rendición de cuentas, el problema lo conocen las autoridades del municipio, aseguran, y nada se ha hecho por impedirlo.
«¿Cómo se explica que el cabaret Las Vegas, que fue remodelado hace pocos años, no tenga las condiciones necesarias para cumplir su objeto social? ¿Quién aprobó su licencia sanitaria? ¿Quién aprobó el proyecto de remodelación, donde debió precisarse si el local estaba diseñado y tratado acústicamente para el fin que desempeña? ¿Quién aprobó la licencia ambiental? ¿Es dable cumplir su función de satisfacer las necesidades de recreación de unos, sin atropellar los derechos de otros? preguntan».
Se impone armonizar la imprescindible salud de los vecinos y del inmueble, con las posibilidades recreativas de un centro tan emblemático de la capital. Habrá que medir sonidos y molestias, y buscar la solución equilibrada entre diversión y paz.